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Crónica 6,

Angola... Ave Fénix (Sur de Angola)

Ruta : Ruta Confines de Africa | País : Angola

¿Cómo se te queda el cuerpo cuando te dicen que la esperanza de vida de un país es de 37 años y que tienes que vivir con menos de un euro al día? Piensas en tu edad y tragas saliva pues haces números con tus años y te deprimes. ¿Y cuando lees que las epidemias de cólera, malaria y la sempiterna mortífera sombra del SIDA hacen estragos sobre una población que se mueve por tierras sembradas de minas y recién salida de un periodo de guerras de casi 30 años…?

Sinceramente, a cualquiera se le quita las ganas de entrar en un país con esta carta de presentación pero... estamos en Namibia, a pocos kilómetros de la frontera, y ya hemos pasado por esta situación de incertidumbre en otras ocasiones. La primera vez que me dirigía a Libia, Pakistán, Camboya o Afganistán, por citar unos ejemplos entre muchos, también me invadió el miedo, para que voy a negarlo. Su “fama” les precedía pero una vez más la mala prensa que de ellos se hacía distaba mucho de la realidad. Y por dejar atrás todos esos prejuicios y miedos, todos ellos se han convertido en países inolvidables, donde hemos vivido las experiencias humanas más enriquecedoras de toda nuestra vida. Y ya no hablemos del legado histórico-cultural que poseen, sus bellezas paisajísticas y su fascinante y acogedora población que, totalmente ajena al turismo, se muestra tal y como son.

Pues bien, Angola tenía todos los ingredientes para dejarla de lado pero ¡qué demonios! había que intentarlo y por eso nos sacamos el visado para conocer de primera mano la realidad de un país que ha tenido un pasado tan duro.

Para empezar el caos que encontramos al intentar cruzar la frontera era una anarquía tan sólo en apariencia. La fila interminable y poco ortodoxa de camiones iba avanzando sorprendentemente rápida a medida que se iban sellando los trámites aduaneros en sus correspondientes ventanillas. El bullicio era intenso, con decenas de mujeres cargando sobre sus cabezas todo tipo de bultos. En Angola la cesta de la compra es desproporcionadamente cara. Por ejemplo una simple piña, que sólo tiene que ser arrancada a dos metros del puesto de venta, te puede costar 3 euros y un pollo 13 euros como mínimo. Por ello, los angoleños cruzan constantemente la frontera namibia para comprar toda clase de productos que resultarán mucho más baratos que en su país. Y eso se nota cuando tienes que sobrevivir con un euro al día en el bolsillo. La agricultura de subsistencia así como el trueque, están a la orden del día.

Lo único barato en Angola es el combustible, el litro de gasoil tan sólo cuesta 30 céntimos de euro. O sea que lo único fácil es llenar el depósito... de unos coches que nadie tiene. ¡El petróleo, maldito petróleo! Unas de las principales causa de sus desgracias. Angola es el segundo país de África productor de petróleo, después de Nigeria; su gran riqueza la ha llevado a una guerra que ha durado decenios... y la ha convertido en uno de los países más pobres y castigados de África.

No nos lo podíamos creer, tan solo tardamos 30 minutos en cruzar el puesto aduanero y el sonido meloso del portugués hablado por africanos templó bastante nuestros ánimos. Tan solo se demoraron un poco en la comprobación de nuestro visado, lo miraron con lupa y con un escáner electrónico. El visado de 30 días que nos consiguió la eficaz agencia Kobo Safaris (gracias a una carta de presentación de una empresa colaboradora en Angola) no es habitual y le dan mil vueltas antes de estar seguros que es verdadero. El habitual es el visado de tránsito de 5 días, que obliga a cruzar el país sin detenerse y sin poder realizar ninguna exploración. Somos de los pocos privilegiados que podemos recorrer el país con tranquilidad. El aduanero no entiende para qué vamos tantos días a Angola sin ser periodistas. La contestación “queremos conocer la nueva Angola”, le complace, le llena de orgullo que la gente comience de nuevo a interesarse por su país y nos sonríe. Tras un rápido vistazo a nuestro llamativo todo terreno, nos califica mentalmente de “inofensivos” tras concluir que no somos ni periodistas infiltrados ni espías. Tras 30 años de guerra, todo el mundo desconfía de los extranjeros al principio.

Sella el pasaporte, sella el Carnet de passage y “Bem-vindo a Angola” nos dijo el aduanero, sin haber abandonado su gran sonrisa. “Muito obrigado” le contestamos con otra sonrisa. Ahora, tras un mes y medio conduciendo por la izquierda, se trata de no tener un accidente frontal porque a partir de ahora hay que conducir por la derecha. Hay que estar atento a que no nos traicionen los reflejos.

La gasolinera estaba colapsada por muchos camioneros esperando que llegara un combustible que se había agotado a lo largo del día. En casi todos los lugares aceptan los dólares americanos pero mejor llevar algunos kwanzas con nosotros ahora que es fácil cambiarlos. El mercado negro es ilegal, en teoría, claro, porque había decenas de personas agitando grandes fajos de billetes ofreciendo kwanzas a cambio de rands sudafricanos, dólares namibios, pula de Botswana, dólares americanos y euros. Vicente cambia 200 dólares americanos en la misma gasolinera. Le dan 75 kwanzas por dólar, nadie se agobia, nadie empuja, nadie intenta engañar a nadie, no hay miradas aviesas, todo transcurre con un orden y una parsimonia inusual para un mercado paralelo de cambio de divisas.

Con dinero local en el bolsillo ya podíamos continuar y aprovechar los últimos rayos de luz avanzando por un estrecho camino recién asfaltado. En seguida comprendimos que las carreteras se dividen en dos categorías: Las “recién asfaltadas” y las que calificaríamos de “infierno”, que son casi todas tras demasiados años de total abandono.

La escasa y al mismo tiempo poca contrastada información que teníamos del país nos aconsejaba, por prudencia y sentido común, no conducir durante la noche dando palos de ciego. El ocaso se dejaba intuir a tan solo 30 kilómetros después de cruzar la frontera pero antes de llegar a Onjiva vimos un cartel de un colegio-misión y decidimos acercarnos. Encontramos un grupo de padres católicos que dirigían un colegio de chicos huérfanos de la guerra y le pedimos permiso para acampar en el patio. Nos lo concedieron sin problema. Nos contaban que después de la guerra el colegio quedó arrasado y que poco a poco empezaban a rehabilitarlo y de nuevo a alojar e impartir clases a los niños huérfanos. Ciertamente había algunos edificios todavía en ruinas y otros que ya habían sido adecentados. Bajo una preciosa acacia (flamboyan) de flores de un intenso color rojo levantamos nuestra tienda sobre el techo de nuestro todo terreno. Por la mañana nos despedimos del padre “de guardia”, el resto estaban dando clase, le agradecimos su hospitalidad y seguimos nuestro camino rumbo norte.

Como durante los últimos días de nuestro recorrido por Namibia los asentamientos que iban salpicando el camino se componían de pequeñas cabañas circulares con techos cónicos agrupadas dentro de una valla que las protegía. Mucha pobreza y miseria a un lado y otro. En Angola obviamente tiene cierto sentido por el largo y penoso periodo de guerra y epidemias pero en ¿Namibia?; con apenas dos millones de habitantes y ricas minas de diamantes y uranio ¡¡¡¿cómo es posible que existan poblados tan míseros?!!! Lo más irónico del caso es que en Namibia, en muchas ocasiones, se usaban materiales de deshecho (chapa, chatarra, uralita, etc.) para la construcción de cabañas pero en Angola tan solo utilizaban materiales naturales (madera, paja, adobe, piedras...). Ello generaba la increíble paradoja que los poblados angoleños tuviesen una estética mucho más acogedora y atractiva que los poblados namibios.

Seguimos avanzando con muchas preguntas revoloteando por nuestras mentes y comienzan a aparecer las cuadrillas de trabajadores asfaltando las carreteras. Los jefes de los obreros eran chinos. Nos paramos a fotografiarlos y de pronto apareció un todo terreno con tres chinos dentro. Se baja una chica china joven. El conductor nos mira con cara de pocos amigos pero la chica nos saluda amigablemente al tiempo que nos interroga de una forma directa y frontal, los chinos no son muy amigos de protocolos diplomáticos. Le explicamos lo que hacemos y tras comentarlo en chino con los otros dos individuos del coche se despide y se alejan.

Angola, además de ser uno de los principales proveedores de petróleo de China, ha cedido contratos multimillonarios a empresas chinas que construyen carreteras, edificios administrativos, cuarteles, hospitales, colegios... Como ocurre en Europa, sus precios son imbatibles. En el caso particular de África, trasladan a miles y miles de trabajadores, que cobran lo mismo que si estuviesen en China, es decir... bien poco. Es un personal muy preparado que cobra salarios de miseria, las condiciones de seguridad son casi inexistentes y al igual que ocurre en su país de origen, el derecho a quejarse no existe porque eso supondría regresar a China y pasar a la lista negra. Un cooperante francés se lamentaba sobre la ayuda millonaria que la Unión Europea dona a los países más pobres de África para que al final todo ese dinero acabe en las arcas chinas. Están en pleno debate sobre las condiciones de las ayudas a países necesitados porque ya se platean dar más fondos pero que venga explícito que se tenga que contratar a empresas europeas.

No tardamos mucho en encontrar los fantasmas de la guerra. Por los arcenes comenzaron a aparecer los restos de convoyes militares arrasados por las bombas. Tanquetas, vehículos blindados, camiones, carros de combate, todo terrenos… calcinados y testigos de un episodio no muy lejano de su triste pasado bélico. Esta zona sufrió violentos enfrentamientos con la invasión de Sudáfrica (cuando Namibia y Sudáfrica estaban unidas y apoyaban a UNITA, una de las facciones angoleñas que se levantó contra los portugueses cuando les negaban la independencia. Una vez conseguida la ansiada independencia, en 1975, se enzarzaron en una guerra civil enfrentados con el otro partido, el MPLA de corte comunista, apoyados por Cuba. En 1992 hubo elecciones pero la UNITA no aceptó el triunfo de su adversario y se reiniciaron los combates que prolongaron otros diez años más la sangrienta guerra civil.

El pasado mes de septiembre se celebraron nuevas elecciones democráticas, transcurrieron en un ambiente sereno y bien avenido y volvió a ganar el MPLA. A pesar de las denuncias de la oposición sobre posibles intimidaciones, los observadores internacionales las niegan y han llegado a la conclusión que lo ocurrido en Angola durante las pasadas elecciones debería servir de ejemplo a Kenia y Zimbabwe donde la situación de corrupción, violencia y violación de los derechos humanos es insultante y humillante para sus habitantes. Jose Eduardo dos Santos (que gobierna Angola desde el año 1992 y sobre el que planean serios rumores de corrupción) fue reelegido por mayoría sin registrarse ningún disturbio. Teniendo en cuenta que después de las primeras elecciones que se celebraron en 1992 se rompió el alto el fuego y se reinicio de la guerra civil, se puede decir que en esta ocasión ha sido todo un éxito.

El asfalto se va deteriorando pero es aceptable y los restos de la guerra ya no son visibles desde el camino cuando llegamos a la población de Xangongo. Confiábamos en encontrar por fin gasoil tras el intento fallido de repostar en la frontera y en las gasolineras de Onjiva, todas ellas desabastecidas. Pero las gasolineras de esta localidad se encontraban en la misma situación que en las poblaciones anteriores. Nos dicen que un camión cisterna igual llega “mañana” desde el norte. Pero “mañana” en África tan solo es una palabra, no posee ningún significado de temporalidad, puede ser en una hora o en una semana. Eran tan sólo las 11 de la mañana y estábamos con el tanque en la reserva y no había otra población con gasolinera hasta 100 km después. De pronto oímos una voz en español que nos decía ¿son ustedes españoles? Se trataba de un ingeniero uruguayo criado en Mozambique que trabajaba en la a construcción del vital puente de Xangongo, destruido... ¡¡7 veces!! en los últimos 30 años. Cada vez que algún ejercito o guerrilla lo volaba, se levantaba junto al destruido uno militar provisional de un solo carril y que sólo admite el paso de vehículos de uno en uno.

No nos podíamos creer este encuentro providencial porque cuando le contamos en la situación que nos encontrábamos nos dijo que le siguiéramos, que intentaría resolver el problema. Dicho y hecho. Fue al campamento donde tienen su aprovisionamiento de combustible para vehículos y maquinaria. Hablan con el capataz chino y después de hablar con los chinos, dueños de la maquinaria y del combustible con los que comparten campamento, nos llenaron el tanque hasta arriba y no quisieron cobrarnos nada. ¿Y hay gente que todavía no cree en los milagros? Charlamos durante un buen rato hasta que tuvo que reincorporarse de nuevo a su trabajo y nos entregó su número de teléfono. Tremendamente agradecidos reanudamos nuestro camino y tras cruzar la pista de desvío por las obras del gigantesco puente que están construyendo nos dimos de bruces con la realidad.

El asfalto se desvaneció del todo. El camino se convirtió en un combinado de chapa ondulada y polvo, amenizado con socavones donde se podría bañar un hipopótamo y trozos de asfaltos que vagamente recordaban que hace años existió una carretera asfaltada. Una pesadilla de botes, vibraciones y conducción a 20 km/h que se hacía interminable. El paisaje que se extendía a nuestro alrededor era de una sabana arbolada donde las acacias, los moparam y, sobre todo, los impresionantes y gigantescos baobabs (nunca los habíamos visto tan hermosamente enormes) amenizó un camino que se hizo desesperante por el lentísimo avance. Los asentamientos que iban apareciendo por el camino seguían siendo de cabañas agrupadas dentro de una valla, en su interior, gente realmente pobre entrando y saliendo con bidones de plástico para conseguir agua. En ocasiones aparecían las máquinas y las cuadrillas de obreros y chinos asfaltando una parte de la destrozada carretera para a los pocos kilómetros volver a desaparecer. No sé cuantas horas tardamos en recorrerlo porque entre las paradas para fotografiar y los 20 km/h se nos hizo eterno.

La reconstrucción de las carreteras son la máxima prioridad, sin comunicaciones no hay futuro. El gobierno prevé construir en los dos próximos años hasta 14.000 Km . y reactivar el tráfico de mercancías sin que caduque la carga por el camino y que se puedan abastecer las zonas más castigadas. Que les llegue agua y electricidad es la otra prioridad inmediata. En las calles de pueblos y ciudades aparecen los carteles del presidente dos Santos alentando a la población con trabajo, educación, disciplina y a unirse sin enfrentamientos. La educación es otro pilar sobre el que se basan para progresar pues durante el periodo colonial el acceso a la educación estaba limitado a la colonia portuguesa y a una elite de angoleños mientras el resto de la población era analfabeta.

Queda mucho por hacer pero se ve que no se duermen en los laureles, vimos a toda la población muy activa y trabajadora. Totalmente ajena a su reciente pasado, nadie diría que hace tan solo unos pocos años estaban inmersos en una lucha fratricida.

Hasta ahora sólo nos habíamos cruzado con algunas poblaciones que daban pena pero sobre todo con chozas, los poblados compuestos de cuatro casas que se caían a cachos, como nuestra moral al ver tanta miseria. Pero en Chibia la atmósfera cambió y encontramos un precioso pueblo de corte colonial con casitas con tejados a dos aguas de tejas anaranjadas y hasta jardines con mantenimiento. El pueblo había sido reconstruido y realmente lo habían dejado precioso. La actividad bullía por doquier, se seguían viendo trabajos de rehabilitación, pintado fachadas, plantado

flores en los jardines, colegios por todas partes. El día despejado de intenso cielo azul y sol radiante hacían el resto. A la gente del pueblo se le veía laboriosa y contenta. Fue entonces cuando comenzamos a ver paseando por las calles de la ciudad unas señoras con una indumentaria muy particular. Eran los huilas, una tribu muy apegada a sus tradiciones ancestrales, poseedores de su propio idioma y que fueron los últimos en entrar en contacto con la vida urbana. En Angola conviven numerosas tribus desde los himba y hereros (que ya conocimos en Namibia) hasta los huilas y kuvales, entre otros grupos y subgrupos menores.

Las mujeres iban con los pechos al aire, taparrabos y muchos abalorios en el cuello, los brazos y la cabeza. La ausencia de viajeros extranjeros nos hacían centro de sus curiosas miradas pero su naturalidad seguía intacta y lo más sorprendente fue cuando algunas de ellas nos pidieron que les tirásemos fotos, algo insólito en África, donde cada foto a personas es toda una aventura y la mitad hay que realizarlas con “propinas”, con teleobjetivos o a escondidas. Luego, cuando se veían en la pantalla de la cámara era todo un revuelo de risas y bromas. Sólo querían verse y que sus amigas las vieran en pantalla, nada más. En los mercados vivimos experiencias similares, cuando pedíamos permiso para fotografiar no sólo no les importaban sino que las risas y las peticiones por salir en las fotos eran generalizadas.

Cuando llegamos a Lubango (capital de la provincia de Huila y la ciudad más importante del suroeste de Angola), la cornisa montañosa a 2.600 metros , que sirve de telón de fondo a la ciudad, nos recordó enormemente a la Table Mountain de Ciudad del Cabo en Sudáfrica. Podríamos decir que son mellizas. Pero la cornisa angoleña de Lubango está coronada por la imagen del Cristo Rey, al estilo del Cristo Redentor del Corcovado en Río de Janeiro. Se deja notar el recuerdo de la colonización portuguesa. El “bidon ville” que precede la ciudad, propiamente dicha, se extiende por kilómetros con chabolas de techo de uralitas sujetas con pesadas piedras y nos da la bienvenida entre enormes carteles publicitarios de telefonía móvil y advertencias para protegerse contra el SIDA. Son los carteles que más abundan, junto a los de la publicidad de la cerveza Cuca y su competencia N’gola (nombre bantú del país que los portugueses convirtieron en Angola). Sin olvidar la imagen del presidente dos Santos alentando de nuevo a los ciudadanos a trabajar duramente todos unidos para levantar el país.

El transporte colectivo lo invade todo con las combis pintadas de azul y blanco y los ayudantes del conductor anunciando los destinos y metiendo a los viajeros a capón en las furgonetas. Paseando por las principales calles de la ciudad, los vendedores ambulantes (de zapatos, ropa, fruta, de todo) invadían las aceras. Hay que ganarse la vida como mejor se pueda. En el centro, los edificios coloniales que han sobrevivido se prodigaban albergando los estamentos oficiales del gobierno, la policía y el ejército.

Desde Lubango nos dirigimos a la costa para alcanzar la ciudad de Namibe, a 175 kilómetros . Para ello seguimos una sinuosa y ascendente pista de montaña hasta alcanzar los 1.600 metros de altitud del espectacular paso de Leba. Después de pagar un pequeño peaje (el único que nos encontramos en Angola) por cruzar el paso, inmediatamente nos metimos por la pista que, a nuestra izquierda, nos conducía a una colina que domina la visión de este sobrecogedor paso. Las vistas son majestuosas, esbeltos saltos de agua, farallones que caen al vacío y paredes rocosas que van transformando su faz con una paleta de colores verdosos, ocres y anaranjados. La carretera que recorre este hito geográfico es bruscamente zigzagueante, serpenteando escabrosamente por la ladera de la montaña. Existe un punto que se gira casi 360º, se le conoce como la curva de la “cubana”. Algunos camiones aparecían estacionados peligrosamente en medio de la carretera, averiados y calzados con piedra para evitar lo peor. Hay que descender con prudencia para sortear sin consecuencias los obstáculos que provocan los camiones averiados, grandes piedras abandonadas y ramas caídas hasta que la carretera se funde con la llanura para convertirse en una recta que se pierde en el horizonte rumbo a la costa.

La vegetación tropical de mangos, bambú y baobabs empieza a desaparecer para ceder terreno al desierto con abruptas elevaciones rocosas. La población más importante se llama “Caraculo” (sin comentarios), allí existe una estación zootécnica (para estudios del aprovechamiento ganadero racional) y una gasolinera... ¡con combustible! Tras las malas experiencias pasadas ahora repostamos en cuanto vemos una gasolinera abastecida, aunque sólo necesitemos 10 litros . No obstante, también llevamos 60 litros en bidones para tener una autonomía de más de 1.000 Km . en caso de volvernos a encontrar una zona desabastecida.

El paso de Pequeña Leba es suave para nuestro todo terreno pero los camioneros deben emplearse a fondo para no despeñarse. De hecho uno de ellos no pudo superar el obstáculo de la elevación al soltarse el freno, cayó hacia atrás, golpeó el camión que le seguía, volcó y el conteiner se despeñó. Acaba de ocurrir pues la policía estaba sacando muchas fotos y una ambulancia intentaba abrirse camino entre el caos generado. Como consecuencia de ello se formó un atasco que puso las cosas muy difíciles al resto de los camioneros que empezaban a colapsar el paso. Los conductores de todo terrenos fuimos los únicos que pudimos bordear el accidente saliéndonos del camino y avanzando por un infecto roquedal inclinado con la reductora engranada.

Cuando conseguimos sortear el nuevo obstáculo desde las curvas de la pequeña Leba se abrió ante nosotros un bello valle verde y frondoso que debe su fertilidad a las exiguas pero fructíferas aguas del río Giraul. Un puente sobre el lecho del río marca el punto obligado de parada para los conductores donde vendedores ambulantes intentan sacar algunos kwanzas con la venta de refrescos, cervezas, verduras, frutas… Al detenernos fue como si una colmena de abejas hubiese sido azuzada y llegase revoloteando en tropel. El agobio tan solo dura 30 segundos, intentan vender su mercancía pero si ven que no se está interesado se retiran. Los campos de bananos, guayabas, maizales, cebollas, tomates… crecen alrededor.

Poco después aparece Namibe, a cuyas costas llegó por primera vez el portugués Diego Cao en 1482. Un pueblo pesquero con reminiscencias portuguesas fundado en 1840 y que junto con Lobito son los puertos pesqueros más importantes de Angola. El enclave cautiva nada más verlo, está muy deteriorado por falta de mantenimiento pero la guerra no ha pasado su rodillo destructor. Imaginárselo reconstruido es enamorarse del lugar. Un bulevar arbolado surca el centro, escoltado de los edificios coloniales de la administración. Y sus calles, salpicadas por grandes villas, también de corte colonial, muestran tímidamente su pasado esplendor... y que confiamos algún día recupere.

Paseamos por la Lonja, donde las pescaderas y los clientes esperaban ansiosas la llegada de los barcos. Por lo pronto ya habían llegado algunos con caballas y pargos pero estaban a la espera de que llegasen más. Seguimos la costa con sus atractivos acantilados para alcanzar sus tres grandes playas: Praia Amélia, Praia Barreiras y Praia Azul, donde había unas pequeñas salinas. Aunque amaneció nublado, igual que nos pasaba cada mañana en Walvis Bay, tuvimos la suerte de que se fue despejando y el sol pudo lucirse a gusto. Eso sí, el viento pegaba fuerte. En Praia Barreiras observamos la construcción de bungalows con techo de pajas al borde del mar para alojar al futuro turismo… por el momento nacional.

¡¡Un camping!! ¡¡Había un camping municipal en la mismísima playa de Namibe!! Destartalado, con muy poco mantenimiento pero abierto y con electricidad y agua corriente (que por supuesto tan solo usamos para fregar y el aseo porque el agua que consumimos son los 100 litros que agua Namibia que transportamos en bidones, no hay bromear con el agua).

No había ni un alma, tan sólo el sorprendido vigilante que nos subió la barrera sin creerse todavía que unos occidentales arribaran hasta allí. Luego nos enteramos que el camping, totalmente vallado y con vigilancia policial, cuando se llena es durante el fin de semana, que llegan a mansalva lugareños de Lubango para instalarse y pasar dos días en la playa, dando vidilla a las barbacoas y a los chiringuitos que brotan todo a lo largo de la calle que bordea su gran playa. El encargado nos pidió una suma exagerada por acampada teniendo en cuenta que las luces de la ducha no funcionaban (tuvimos que usar nuestros propios medios para alumbrarnos), las tuberías tenían tantas fugas que tan solo abrían la llave de paso si se solicitaba, sólo había agua fría y caía en un hilito exiguo que supimos aprovechar. Pero bueno, era un lugar muy seguro, las parcelas de acampada eran amplias, había muchos árboles para dar sombra y mesas y sillas de picnic mucho más cómodas que nuestros taburetes y mesa. Sería nuestro único alojamiento de pago en toda nuestra ruta por Angola, el resto del tiempo fueron acampadas libres y las dos únicas veces que dormimos en cama fue gracias a la hospitalidad local.

Un chico que le acompañaba y hablaba español con acento cubano (estudió y trabajó en Cuba varios años) nos sirvió de intérprete, aunque sinceramente, con el portugués es muy fácil entenderse en casi todo. Pero era tan amable que no le queríamos quitar la ilusión y finalmente nos dejó la acampada a un precio razonable. Nos pedía el doble de lo que costaba pernoctar en un camping de ensueño en Namibia. El limitado alojamiento que se puede encontrar, al igual que ocurre con la comida, tiene precios desorbitados ofreciendo unas habitaciones que dan miedo.

En principio nos habíamos propuesto llegar tan solo hasta Namibe pero Angola nos ha enganchado, hemos conectado muy bien con el país y disfrutamos de sus gentes. Aquí mismo decidimos que no ha llegado el momento del regreso, vamos a seguir adentrándonos en este peculiar país que renace de sus cenizas. Regresaremos a Lubango y en vez de ir hacia el sur... seguiremos rumbo norte en dirección a Lobito.

Resto de crónicas de la ruta

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.