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Crónica 21,

Armenia - Las cruces del Cáucaso

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Armenia

-¡Menuda carretera internacional! -Le digo a Vicente mientras sigo agarrada con fuerza al asidero que tiene el todo terreno delante del asiento del copiloto. Los botes eran tremendos.

-Desde luego, lo menos que se puede decir es que no es una frontera frecuentada. Me siento como en una lancha avanzando en una torrentera. ¡Estamos haciendo "rafting" terrestre! -Me contesta, tomándose la cosa a bien. Yo sé que la estrecha pista no le preocupa. Su cabeza está en lo que nos encontraremos en la aduana. Vicente para el coche.

-¿Por qué te paras? -Le pregunto sorprendida.

-Mira ahí delante, la bandera de Georgia ondea sobre esa caseta, posiblemente sea la frontera. Confiemos que esté abierta a los extranjeros. -Vicente se refiere a que muchos países tienen algunas fronteras restringidas al uso local y obligan a los extranjeros a pasar por unas aduanas especialmente habilitadas para ese propósito, quizás a cientos de kilómetros. Cuando pasamos por fronteras alejadas de las rutas habituales siempre tenemos esa duda.

El coche se pone de nuevo en marcha. Tras una pequeña curva aparece la barrera que corta el paso. Hay un coche georgiano parado. Un soldado armado con una kalashnikov nos señala la caseta. Cogemos los pasaportes y la documentación del todo terreno y nos metemos en el cubículo que hace las funciones de aduana. Hasta hace muy poco no existía frontera entre todos estos países. Los dos hombres del coche georgiano acaban de entrar, uno de ellos lleva dos botellas de vodka de medio litro y tres cajetillas de tabaco que regala a los aduaneros. Estos les dan las gracias, sacan cuatro vasos, abren una de las botellas y hacen un brindis. Los vasos quedan vacíos de un sorbo. Un minuto después todo el papeleo está resuelto.

Es nuestro turno. Los dos agentes nos dan la mano y nos hacen preguntas de curiosidad: de dónde somos, qué ruta hemos seguido para llegar a Georgia, adónde vamos y poco más porque la ausencia de idioma común no permitía muchas fantasías. Todo muy distendido y afortunadamente no nos metieron en sus "chanchullos" con la población local. Tardamos cinco minutos en hacer el papeleo y nos dejaron partir sin más novedad, como no sabiendo qué hacer con nosotros. En realidad se trata de una pequeña aduana entre georgianos y armenios por la que raramente suelen pasar europeos, por no decir nunca.

Entramos en un nuevo país, Armenia, del que apenas conocemos nada de su actual situación. La cruel guerra que tuvo con su vecina Azerbayán está aletargada desde hace 7 años. Se ha producido un alto el fuego pero todavía palpita, hay muchas ampollas levantadas... y tiros en la frontera de Nagorno-Karabaj todos los días, nadie puede asomar la cabeza.

La aduana armenia era una aduana de verdad: varios edificios, garitas, oficinas, chiringuitos de comida, una caseta que era el banco, etc. Todo el mundo muy amable. Nuestra entrada causó sensación y los militares de aduanas querían hacerse fotos con la "extranjera" y les daba lo mismo que saliesen de fondo los edificios oficiales. Tuvimos que hacer un montón de fotos.

Mucha simpatía pero también tuvimos que pagar las tasas de circulación (33 US$=5.300 pts.) y hacer una declaración de moneda y de todo lo que llevábamos en el coche, ¡hasta la ropa y la comida! Cuando vieron nuestra cara de asombro, al no saber qué poner, nos dicen que es puro papeleo y que nos los pedirán a la salida pero que nadie les presta atención. Pusimos a ojo la ropa y calculamos unos 20 kilogramos de comida. Tampoco se tomaron la molestia de registrar el coche, abrieron el portón, vieron la cantidad de cajas que había y se les fueron las ganas de estar dos horas cargando y descargando. Tardamos una hora pero fue sobre todo porque no soltábamos los 33 US$, no sabíamos si era una tasa o una autopropina (salimos escaldados de Georgia) pero resultó que era cierto, entregaban recibo por todo.

-Aquí tienen sus pasaportes y el permiso de circulación. Welcome to Armenia! -Nos dijo el jefe de la aduana mientras nos entregaba toda la documentación y hacía una señal a los soldados de la barrera para que la abriesen.

Estamos en Armenia, nuevas gentes, nuevas costumbres, nueva moneda ¡y nuevo alfabeto! Un alfabeto difícil de entender, al igual que el georgiano, pero afortunadamente los carteles de carretera también venían en cirílico.

ABANDONO SIN RETORNO

Comenzamos a recorrer los primeros kilómetros por el país. En una fuente de montaña hacemos un alto para llenar nuestros bidones de agua. Poco a poco en nuestro camino hacia Alaverdi, nos vamos introduciendo por una garganta montañosa que nos deja encajados entre altas paredes rocosas. Un río marca el rumbo por una sinuosa carretera pero hay un elemento constante que, como un alma en pena, aparece una y otra vez a lo largo de su curso: el precio de la rotura del "cordón umbilical" con la madre Rusia. Fábricas, edificios, hangares, puentes, teleféricos, centrales eléctricas, edificios de viviendas, ... que se han convertido en un amasijo de hierro y tuf, la piedra volcánica que cortada en cubos es el elemento base de la construcción en Armenia. De nuevo la sombra de la Perestroika planea sobre este olvidado lugar. Sin duda alguna, en otro tiempo hubo un despliegue industrial de indiscutible relevancia pero... la "reestructuración" incluyó que se abandonaran a su suerte, como podremos comprobar una y otra vez a lo largo de todo el país.

Pero en Alaverdi, una valiosa joya sobrevive a la crisis y ha sido declarada patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Un conjunto de sólidas y labradas paredes de roca maciza dan forma a la catedral de Akhbat y a sus iglesias aledañas. Las cruces cinceladas en sus paredes o sobre las tumbas excavadas en la tierra, son el santo y seña de la arquitectura armenia religiosa. No tienen frescos, como en Georgia, pero con esta grandiosa obra demuestran que son auténticos artistas de la piedra a través de un exquisito y esmerado trabajo arquitectónico y escultórico.

Ya es tarde, oscurece y dos parejas entran con los últimos rayos de luz en una sala repleta de ánforas enterradas, donde almacenaban los víveres en otras épocas. Los pasos retumban en la piedra y una de las señoras se acerca a nosotros y nos habla en inglés. Se trata de una periodista de la televisión estatal. Zilina, que visita la zona para realizar un reportaje sobre el desarrollo agrícola de la región. Tras intercambiar presentaciones y motivos de nuestra presencia en Armenia quedan entusiasmados por la idea del interés mostrado por su país, los extranjeros no vienen por miedo, la tremenda guerra en Nagorno-Karabaj llenó páginas de periódicos y horas en los noticiarios. Gagia, un importante industrial de la zona, hace las veces de anfitrión para Zilina y se convierte también en el nuestro a partir de ese momento.

Nos invitan a cenar, cena donde los armenios también nos demuestran que saben hacer largos y ceremoniosos brindis con vodka, pero nuestra "úlcera" nos impedía beber esa fortísima bebida y nos "permitieron" brindar con vino de la zona.

Entrada la noche, nos llevan a Alaverdi, centro administrativo y corazón económico de todo el valle. Está totalmente encajada en el cañón y en la época de pujanza crecía tan desmesuradamente que tuvieron que seguir ampliando la ciudad en la llanura que hay en la parte superior del cañón y ... unir ambas partes con una red de teleféricos de gigantescas cabinas, era el único modo de vencer la pared vertical de varios cientos de metros que hay a la otra orilla del río. Nunca antes habíamos visto algo igual, era impresionante. Ahora, tan solo un teleférico está operativo y la verdad es que hay que tener valor para subirse a él.

La ciudad está inundada de enormes edificios industriales y bloques de viviendas para trabajadores, ahora ... cerrados a cal y canto. Resulta desolador y estremecedor. Nos alojan en uno de esos bloques fantasma, seremos los únicos inquilinos de un gigantesco inmueble de ocho pisos. La fachada tiene labrados elementos neoclásicos, el hall es enorme, una lámpara de araña -de cristal- todavía pende del techo pero está totalmente recubierta de telarañas, las escaleras y los pasillos son anchísimos, cenefas de estuco por doquier, verjas y barandillas de hierro forjado con motivos clásicos, cada rellano de escaleras tiene un podio para plantas y un clavo donde se supone colgaba un cuadro... ¡el dinero tenía que manar a raudales!

Volvemos a 1.999, la luz está cortada, el ascensor no funciona, son cinco pisos con dos tramos de escaleras de diez peldaños cada uno y nos alumbramos con una linterna. Por fin llegamos. No hay agua, tan solo fluye el agua corriente unas pocas horas al día pero hay un montón de cubos y botellas llenas, todo está controlado.

El piso es enorme y a pesar de que hace mucho que los obreros industriales se marcharon, está limpio. Todo está hecho también a lo grande: tres grandes habitaciones, un gran salón, un gran baño, techos altos con bajorrelieves de escayola, grandes ventanales, etc. pero curiosamente no tiene cocina, tan solo una gran nevera en el hall de entrada, aunque resultaba evidente que hace mucho tiempo que ya no enfriaba nada. Los que diseñaron estas viviendas ya dieron por sentado que el trabajador siempre comería en la cantina.

Gagia, se disculpa por el estado de las instalaciones pero su hospitalidad en unas tierras tan desconocidas para nosotros no tiene precio. Todos se van, nos deseamos mutuamente las buenas noches.

Esa noche tuvimos doble suerte, una de las ventanas daba directamente al sur, allí estaba el satélite IOR del teléfono Inmarsat. Conectamos el ordenador al teléfono satélite, orientamos la pequeña placa parabólica y estamos listos para transmitir un e-mail muy importante para la RUTA DE LOS IMPERIOS. Teníamos que iniciar el papeleo de las autorizaciones para entrar en China, así como ir emitiendo el carnet de conducir chino (¡hay que sacarse un carnet de conducir local para conducir en China!), tramitar los permisos de circulación y la importación temporal del Montero (tendremos que usar una matrícula china) y un largo etcétera. Todo ello requiere mucha burocracia y exigen la notificación con mucho tiempo de antelación. ¡Es el único modo de entrar en China con vehículo propio!

La cosa no se para ahí, también hay que decir el "día exacto" que se va a entrar en China y una vez iniciados los trámites ... no hay vuelta atrás. O se entra ese día o se pierde todo el dinero pagado. Ese e-mail va dirigido a Jesús, nuestro enlace (y amigo) de CATAI TOURS. Él y CATAI TOURS se encargarán de todos los trámites para que todo esté en regla cuando lleguemos, si logramos llegar, al paso de Torugar, la frontera entre Kirguistán y China. El ordenador del Centro de Proceso de Datos de Ceuta nos pide la clave, la introducimos, la conexión se establece en unos segundos. Maximizamos el e-mail, pulsamos enviar y el e-mail parte como un rayo. Conociendo a Jesús, mañana mismo comienza los trámites. Ya no hay marcha atrás, la fecha de entrada a China ha quedado fijada, si no estamos ahí ese día ... no podremos entrar en China y supondría tener que dar marcha atrás bordeando Afganistán a través de Kirguistán, Kazajastán, Uzbekistán, Turkmenistán e Irán. Una auténtica pesadilla y una cascada de nuevos visados. Hasta que lleguemos al paso de Torugar ... tendremos esa espada de Damocles sobre nuestras cabezas.

EL ALMA DEL VOLCÁN

Por la mañana nos despedimos de Gagia, agradeciéndole su hospitalidad. Nos dice que en unos años esta zona se habrá convertido en una segunda Suiza, sería fantástico pero... es un ambicioso desafío. La naturaleza es igual de hermosa y tienen una buena infraestructura pero necesitarían grandes inversiones. Buena suerte Gagia.

Con Zilina no es más que un "hasta luego". Esta periodista, simpática y encantadora desde el primer momento, marcaría el resto del viaje por Armenia. Nos invita a reencontrarnos en Echmiadzin, una ciudad satélite de Yerevan, la capital. Allí quedamos.

La garganta montañosa nos indica exactamente el camino a seguir y la imagen que se repite clonicamente en las ciudades y pueblos que cruzamos es deprimente. Los edificios construidos con el poroso tuf rosado le proporciona un aspecto de envejecimiento prematuro que personalmente no me convence. Cientos de puestecillos ambulantes de fruta de temporada al borde de la carretera y pequeños kioskos donde venden galletas, tabaco y alcohol. Tienen que ganarse la vida como pueden. El cierre masivo de fábricas ha hundido la economía y el desempleo es como una avalancha que arrastra todo en su caída loca.

En Dilijan, zona cercana a la frontera con Azerbayán, nos proponemos llegar hasta las iglesias de Haghartsin a través de una pista ascendente por un espeso bosque. Unos autocares bloquean el camino, no pueden continuar porque el ángulo de giro no les permite sortear las curvas. Les adelantamos. Sus pasajeros continúan el camino a pie. Se trata de un coro de 250 personas de la Iglesia Mormona de Utah (EE.UU) que ha sido invitado por el gobierno armenio a conocer el país como agradecimiento a su ayuda desinteresada en pro de los huérfanos de guerra armenios. Durante 1.998 recogieron 1.250.000 US$ (200 millones de pesetas) para dicha causa mediante galas benéficas. En el complejo religioso ellos van por un lado y nosotros por otro pero de repente oímos una voz entonando un cántico, se le une otra, y otra y otra y al poco todo el coro entona el cántico desde la capilla de la iglesia principal e inundan la atmósfera. Un momento mágico que, nunca mejor dicho, sonó a cántico celestial con unas voces realmente preciosas que se oían por todo el complejo eclesiástico. Un reloj de sol marcaba la hora en una de pared del templo tatuada de las simbólicas cruces de piedra armenias.

Retomamos el camino esquivando las piaras de enormes cerdos que se cruzan por el camino. Y comenzamos a subir hasta alcanzar los 2.000 m de altitud. Un inmenso lago color turquesa, de origen volcánico, se comienza a vislumbrar desde Tzovagyugh. Cuando Gorki vio el Lago Sevan, lo definió como un trozo de cielo que se había deslizado entre las altas montañas hasta la tierra.

Es cierto, los picos nevados de Karktasar (2743 m) y Artanish (2.460 m) lo custodian desde sus altivos emplazamientos y realmente parecen una rampa hacia el cielo. Una pequeña península se adentra en las aguas y sobre la colina se alzan dos iglesias de basalto y madera. El viento sopla desplazando las nubes y gimiendo entre las tumbas de la colina, las khastchkars -las cruces de piedras- que se erigen como las celosas guardianas de su insólita posición.

HERIDAS DE GUERRA

Por fin llegamos a Echmiadzin. Pero Zilina no regresa hasta mañana. Nos recibe su familia, muy humilde pero tremendamente hospitalaria y cariñosa. Se sientan con nosotros y enseguida, su madre y su tía nos llenan la mesa de queso, tomate, pan, fruta y nueces. Su hermano, Hamlet (sí, como el inquieto personaje de Shakespeare) se comunica con nosotros con algunas palabras que conoce del inglés (solo habla armenio y ruso) pero nos entendemos estupendamente y nos contamos un montón de cosas. Sintonizan el canal ruso de la televisión. Aparecen imágenes de la guerra de Chechenia, espeluznante. Una madre llorando por su hijo, pero el hijo dice que merece la pena ir a luchar. Hamlet nos dice que los soldados rusos en zona de combate cobran unos 1.000 US$ al mes (160.000 pts.), una fortuna en estas tierras. A la madre, por supuesto, le importa un bledo el dinero. Hamlet nos cuenta que el estuvo en la guerra de Nagorno-Karabaj durante cuatro años ... pero volvió. Suerte que no corrió uno de sus hermanos que cayó en la contienda, ahora se hacen cargo de su mujer y sus dos hijos, uno de los hijos nos trae un retrato de su padre. Son momentos muy duros. Otro tuvo que emigrar a San Petersburgo para ganarse la vida. Junto a él, un amigo nos enseña una de sus manos, le falta un dedo. Nos cuenta que durante la guerra se lo volaron de un tiro.

Nos preguntan si actualmente en España vivimos algún conflicto. Le contestamos que afortunadamente no, que hace 50 años acabó nuestra guerra civil y ahora vivimos en paz sin conflictos bélicos. Hay un silencio, baja la vista, la vuelve a levantar, nos mira y nos dice: "Claro, vosotros los países ricos habéis entendido que las guerras no sirven para nada". No podemos contestar, se nos encoge el alma y el silencio vuelve a adueñarse de la habitación. Todos los que están en ella, a excepción de nosotros dos, tienen su propia tragedia personal como consecuencia de la guerra. Y en el otro lado de la frontera ocurrirá exactamente lo mismo. Se ven ojos brillantes, incluidos los nuestros.

Hamlet cambia de tema. Tiene 40 años y nos cuenta ilusionado que pronto se va a casar, cuestión postergada con los turbulentos episodios que ha vivido en su vida a consecuencia de los cambios en su país. Se va la luz, con una linterna buscan las velas. Los cortes de luz y de agua están generalizados por todo el país, da lo mismo la clase social a la que pertenezcas, si la cortan, la cortan para todos. Así que es normal que se acaben las veladas a la luz de las velas o comenzar el día con una ducha gracias a un jarro y un cubo.

HUELLAS DEL PASADO

Con Zilina de regreso nos dirigimos a Echmiadzin, el "Vaticano Armenio" (s.V). Los armenios son cristianos pero su iglesia es independiente de la iglesia católica de Roma. Llevan la religión en la sangre, nos manifiestan en muchas ocasiones, y todos dicen con orgullo que fue el primer país que instauró el cristianismo como religión oficial en el año 301, unos pocos años antes que el Imperio Romano Oriental, que posteriormente se llamaría Imperio Bizantino.

Echmiadzin significa "el regreso del único deseado". Cuenta la tradición que la iglesia se levantó justo donde Jesús les indico en una aparición. Por los jardines del complejo niños, abuelos, padres se pasean mientras se cruzan con sacerdotes vestidos con levita negra hasta los tobillos y alza cuellos.

Nuestra particular "Cicerone", Zilina, decidió acompañarnos durante toda nuestra estancia en Armenia. Es una mujer increíble, llena de vitalidad y predisposición desinteresada. Una auténtica anfitriona que se desvivió por enseñarnos todo aquello que nos interesaba y nos permitió conocer el corazón de varias familias armenias, de diferente clase y condición pero todas con el denominador común armenio: la hospitalidad y la generosidad. Desde sencillas familias de granjeros con familia numerosa a profesores de física e informática de familias acomodadas. Todos conocían a Zilina.

La aproximación cultural y arquitectónica de Armenia fue instructiva a la vez que sorprendente. Un país repleto de tesoros desconocidos. Por ejemplo, en Garni -al oeste de la capital-, tienen su propio "Partenón". En una visita que el rey armenio Tiritades hizo a Nerón en el s. I d.C., le entregó una cuantiosa cantidad con la que levantó un templo romano en su honor.

O la "joya de la corona", la catedral de Geghard. Una auténtica belleza excavada en la roca en el siglo IV, alrededor de la cual, en siglos venideros, fueron añadiéndose otros edificios religiosos. El vaciado de la montaña se hizo creando bellas esculturas, columnas, nichos y capillas. La oscuridad imperante es rota por el baile de las titubeantes luces de las velas que los fieles encienden sin cesar. Como una cascada, las pequeñas capillas que perforan la piedra se conectan entre sí y las voces se difunden por ellas como un eco.

En el exterior, por una escaleras de piedra, ascendemos junto a una pared cuajada de soberbias cruces labradas en la piedra. De nuevo las bodas llenan con sus risas y lágrimas los complejos religiosos. Uno de los invitados zarandea un pollo sobre la cabeza del resto de los invitados que cantan y bailan alrededor de los novios hasta que los recién casados entran en el coche nupcial y se alejan.

Seguimos descendiendo hacia el sur del país. El Monte Ararat es contemplado con nostalgia por los armenios, se encuentra en territorio turco aunque ellos lo consideran patrimonio nacional. El mismo sentimiento de nostalgia con el que regresan de visita a su patria natal miles de armenio que tuvieron que marcharse para buscar una vida mejor a tierras extranjeras. Se encuentran por todos los rincones del mundo. Coincidimos con grupos que venían tanto de Australia, como de Canadá o de Francia. Son como nuestros gallegos en Hispanoamérica pero por todo el mundo. Zilina se siente feliz charlando con sus compatriotas emigrados, ve que aun se acuerdan de su tierra de origen y la visitan con cariño, a pesar de los graves problemas por los que están pasando todos ven un futuro esperanzador.

La lluvia amenaza de nuevo. En Yeghegnadzor los espeleólogos tienen un pequeño paraíso subterráneo casi inexplorado: las cuevas de Mozarov, Mageli o Acheri, designadas por la Federación Francesa de Espeleólogos como las mejores de Europa. Pero nosotros nos vamos a quedar a ras del suelo acercándonos hasta el solitario monasterio de Noravank (s.XIII). Un terrible trueno retumba como un cañonazo y comienza a caer una tromba de agua. Corremos a resguardarnos y nos refugiamos en la pequeña iglesia del complejo monástico. Penetramos en su cripta. Por una luz cenital las gotas de lluvia se cuelan humedeciendo las lápidas que cubren el suelo con inscripciones armenias, Zilina nos explica la historia de cada una. El viento invade la estancia como un espíritu errante en busca de refugio y a su paso apaga algunas de las velas que se sostienen a duras penas sobre unos lechos de tierra bajo imágenes religiosas. Pon fin cesa la tormenta y abandonamos el mausoleo subterráneo.

En Goris, Zilina ha avisado a unos amigos de nuestra llegada. A la entrada de la ciudad un camión cisterna expende combustible por cubos a los clientes ocasionales. Hay que ganarse la vida de alguna manera. Un policía le echa combustible a su Lada y nos indica la calle que buscamos. La cita es en la puerta de la iglesia. La fachada de la iglesia de Goris guarda aún la cicatriz de una herida muy reciente. El párroco nos relata cómo durante la guerra contra Azerbayán, esta zona fue duramente hostigada con constantes bombardeos y una de esas bombas cayó en el patio de la iglesia. La metralla se encargó de marcar de por vida la fachada con profundos orificios.

En cambio, el monasterio fortificado de Tatev, más al sur, no ha sufrido más daño que el del paso del tiempo y el desquite de los elementos. Se alza sin miedo en el risco de un pronunciado saliente montañoso... pero las lluvias de los días pasados se han encargado de empeorar, aun más si cabe, el estado de la pista por la cual accedemos al complejo. La angostura de la pista alternada con tortuosas curvas, fango y enormes socavones cubiertos de agua, es un desidioso infierno que no se acaba. Por fin finaliza la lenta agonía de la pista y vislumbramos esa maravilla arquitectónica medieval.

Es el final de la ruta armenia y el momento que todos odiamos y siempre llega: la despedida. Le damos a Zilina un fuerte abrazo con nuestro infinito agradecimiento por mostrarnos los tesoros de su país y por las experiencias humanas que hemos compartido con ella y con las familias armenias que hemos conocido. Nos ha permitido acercarnos un poco más a su tierra, por la cual siente tanto cariño. Adiós Zilina, no te olvidaremos. Nos desea un feliz éxito en nuestro objetivo y bromea conmigo respecto a la chilaba y al pañuelo que estoy sacando y con los que me tendré que cubrir totalmente en breve. Mañana entraremos en Irán y la charía, ley islámica de vestimenta y comportamiento, es obligatoria también para los extranjeros y tendré que ir cubierta de pies a cabeza.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.