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Crónica 79,

Bolivia I - Soledad blanca

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Bolivia

El altiplano sigue siendo nuestro medio habitual, subimos y bajamos pero siempre nos movemos entre los 3.500 y los 4.500 m. de altitud. Hemos pasado Oruro (3.706 m.) en ruta hacia el Salar de Uyuni. El avance es lento porque las pistas son escalofriantes: cruce de ríos, zonas de rocas, lechos arenosos y agujeros, inmensos agujeros que hay que ir sorteando con paciencia. Pero todo ello merece la pena sin lugar a dudas, el paisaje y el respirar la paz de estas tierras en el reino del cielo lo vale todo. Si bien cruzamos terrenos arenosos ... nos quedamos de piedra al encontrarnos un campo de dunas ... a nada menos que 3.700 metros de altitud. Es el más alto pequeño Sahara que nos hemos encontrado, superando al campo de dunas que nos encontramos en el valle de Nubra a 3.200 metros de altura (crónica 48). Repetimos el ritual que hicimos en aquel remoto y casi prohibido valle del Himalaya en Ladakh. Los ojos van grabando las imágenes de algo difícil de creer en estas latitudes pero no queda realmente asimilado hasta que de nuevo volvemos a introducir nuestras manos en un elemento que nos fascina y nos trasladamos mentalmente a otros remotos lugares donde también el terreno se nos escurría entre los dedos tras trepar por suaves ondas sólidas con movimiento perpetuo.

El clima es seco y frío. Aunque por el día puedas disfrutar de una temperatura primaveral durante la noche podemos padecer crudas temperaturas bajo cero. Hoy hemos acampado a 3.970 metros de altura pero hemos tenido suerte y la temperatura tan solo ha bajado a 1ºC, todo un lujo a estas altitudes y en esta estación. La mañana se presenta radiante aunque todavía fresca y se convierte en idílica cuando una pequeña llama que debió dormir en las cercanías se acerca a dar los buenos días. Son momentos emocionantes. Marián está en su elemento con los animalitos y esta vez tuvo más suerte que en Chile cuando acariciaba una chulango (cría de guanaco) ... en esta ocasión este retoño de camélido andino no la escupió en la cara (crónica 73). La llamita boliviana es más elegante, toda una damita que tan solo se limita a curiosear.

Las acampadas por Bolivia siguen siendo un sueño. Hemos llegado al mar de soledad blanca, la gran llanura cana de Bolivia. Hemos levantado nuestro campamento a 3.650 metros de altitud sobre la nube sólida más alta del mundo: el Salar de Uyuni, el más alto y extenso salar del mundo. El viento sopla sin obstáculos en esta infinita llanura, es inútil buscar refugio y la temperatura baja hasta 4ºC bajo cero. Fue una cena rápida y una noche dura. El amanecer es muy bien recibido porque trae el calor ... pero pronto hemos de luchar contra un nuevo enemigo: la ceguera. Somos el relleno de un emparedado entre dos potentes focos: el sol y la sal que reflecta sus rayos. Este cegador lugar puede pasar de los 30ºC durante el día a los 25ºC bajo cero durante la noche, ostenta los más fuertes contrastes climatológicos de la región. En la Edad de Hielo la mayoría del altiplano estuvo bajo las aguas del Lago Minchín, el actual Salar de Uyuni fue su punto más profundo. Hoy en día sus 12.000 km2 de pura y radiante sal centellean bajo los intensos rayos solares que atormentan su cuarteada piel sin descanso.

Es hipnotizante el efecto que producen los millones y millones de partículas brillantes parpadeando incesantemente ante nuestros ojos, con forma hexagonales y pentagonales, van embaldosando esta nacarada extensión que está conformada de unas 11 capas con espesores que varían entre los 2 y 10 metros. Se estima que existe unos 64 mil millones de toneladas de sal. Un plomizo sol parece aparentemente aminorar su sensación calorífica debido al perseverante viento que nos azota pero es eso, una falsa ilusión. El sol, la sal y el viento en perversa alianza nos ataca las pupilas y consigue devorar la blancura de nuestra piel, enrojeciendo nuestra epidermis segundo a segundo. Es una perfecta autopista de más de 200 kilómetros de ancho, se puede circular a la velocidad que se quiera y en todas direcciones ... pero no hay referencias, el GPS se convierte en herramienta imprescindible para saber por donde vamos y tener la seguridad que encontraremos el camino de salida. Nuestra montura es una nave que avanza sin límites por un mar solidificado en un instante sin olas. Y como en todos los mares ... hay islas.

Las islas del océano albino rompen de súbito la perfecta llanura de salmuera y aparecen esporádicamente con sus bahías, cabos y playas fosilizadas. La Isla del Pescado (en la foto) es uno de los puntos emblemáticos cuando se avanza por el interminable salar, es la mayor y la mejor referencia para reorientarse. Los únicos inquilinos sobre las lomas de estos terruños terrestres son centenas y centenas de testarudos cactus, planta acostumbrada a las condiciones más adversas de la naturaleza. Forman ejércitos de centinelas que vigilan una imaginaria invasión del salar ... sin bajar nunca la guardia ni variar jamás su posición de firmes. Es muy difícil encontrarla sin guía y sin tener la coordenada pero un rumbo fijo mantenido con el GPS durante decenas y decenas de kilómetros y unas muy tenues huellas que aparecían de vez en cuando ... hicieron que la misión de encontrarla concluyera con éxito. La verdad es que nunca pensamos que seríamos capaces de encontrarla o de distinguirla entre otras en el camino. Partimos temprano sin esperanzas de encontrarla pero incluso si llegábamos a ella ... ¿sería esa la isla? Es la más grande ... pero cómo compararla con otras que no están al alcance de la vista. Pero sí, era ella. Las descripciones que teníamos, su posición dentro del salar, los kilómetros recorridos ... nos confirman que lo hemos conseguido. Saludamos a los cactus pero ellos no nos hacen caso, siguen impertérritos vigilando el horizonte..

El verdadero peligro de moverse en la Soledad Blanca no es el interior, son las orillas de las islas y principalmente la entrada y salida desde tierra firme. No se puede entrar y salir por donde uno quiere ... hay que encontrar los escasos lugares perimetrales con suficiente rigidez para aguantar el peso del vehículo. En el perímetro es donde se acumula el agua, no hay que confiarse con esta superficie aparentemente dura y lisa, "los ojos de sal" pueden pestañear y podemos quedar atrapados en sus trampas acuíferas. Bajo la sal hay corrientes de agua que pueden quebrarse y ponernos en una situación muy peliaguda al ser absorbidos por la engañosa costra. Si se nota el hundimiento de las ruedas ... hay que acelerar rápidamente intentando derrapar lo menos posible ... y rezar para que la tracción aguante hasta que agarre en superficie dura. Si nos quedamos atrapados ... puede ser una pesadilla en tiempo y esfuerzo liberarnos del mordisco del suelo. Afortunadamente, las dos veces que la superficie se quebró ... conseguimos llegar al firme.

En el camino a Potosí, la oscuridad de la noche nos envolvió antes de llegar a Pulcayo, un pequeño pueblo a 4.000 metros de altitud que parece haberse anclado en las páginas de una historia ya pasada y antigua. Llegamos tarde en la noche cuando el frío y el viento nos impidieron acampar a la intemperie de las frígidas alturas, lo intentamos pero los temblores que nos daban nos hizo desistir a los 15 minutos y decidimos deshacer el campamento para alcanzar Pulcayo. No hallamos ni un alma por las estrechas calles del pueblo, tan solo deambulaban famélicos perros en busca de algo que echarse al estómago. Encontramos refugio en una casona que parecía abandonada y que ponía un "hostal" casi ilegible en su puerta. Nos instalan en una desconchada habitación con cristales rotos, una destartalada cama y un duro y viejo colchón de lana que destrozaba la espalda y los riñones sin piedad. Fue suficiente para no congelarnos durante la noche. Pero la mañana apareció clara y radiante y pudimos conocer alguno de los secretos que este pequeño poblado encerraba. Pulcayo es una ciudad minera cien por cien, cuenta con una mina que en época de las colonias y durante la republica tras la independencia proporcionó pingües beneficios a sus propietarios. La plata, plomo y estaño eran los principales minerales que de sus entrañas se arrancaba puro. Parecía inagotable pero... el maná se acabó, la momia de una ciudad próspera yace reseca sobre las colinas arañadas por los rieles. La extracción de la amalgama de la riqueza restante tan solo proporciona trabajo a poco más de 15 personas, principalmente mujeres y algún que otro niño que ayuda.

Pero Pulcayo nos reservaba unas curiosas sorpresas. En el cementerio de trenes de la ciudad hay una pieza ferroviaria que fue protagonista de otra historia ... ¡y está medio abandonada en Pulcayo! Los famosos bandidos norteamericanos Sundace Kid y Butch Cassidy tras su larga carrera delictiva a través de los Estados Unidos acabaron refugiándose en tierras bolivianas. Es evidente que cuando Hollywood los lleva al cine encarnándoles en actores como Robert Redford y Paul Newman ... parecen hasta gente estupenda, héroes estadounidenses incomprendidos, y más cuando se mezcla el amor con una canción romántica haciendo tiernos malabarismos sobre una bicicleta. Pero la realidad es que eran unos sinvergüenzas de tomo y lomo, unos ladrones que no sabían hacer otra cosa que robar y realizar fechorías que les reportase un dinero rápido y sin esfuerzo. Muy perseguidos acabaron en Bolivia pero nunca se apartaron de su modo de vida y pronto se empezaron a tener noticias de dos gringos ladrones por Sudamérica. Cuando deseaban dar el golpe final para "retirarse" y tener una "merecida vida tranquila" cometieron el error que les costó la vida. En el país donde se escondían decidieron robar el tren que transportaba la paga de los esforzados mineros de la sierra. En esos tiempos no había "seguros" así que si se robaba la nómina ... ese mes no se cobraba. Para los mineros fue una tragedia, el pan de ese mes ganado con su dura vida en las entrañas de las montañas ... se desvaneció en un instante cuando unos miserables ladrones asaltaron el tren. La indignación fue tremenda y se inició una implacable caza del hombre que concluyó en San Vicente, donde fueron acorralados por una patrulla (no por los mineros) y acabaron con sus andanzas para siempre (aunque otra versión apunta a que se suicidaron al verse sin salida). Pues bien ... la famosa locomotora asaltada por los "bandidos gringos" ... está en Pulcayo. Increíble..

"Esto vale un Potosí" ¿Acaso no es una curiosa expresión? Pues bien, en Bolivia descubrimos su origen. Este dicho proviene del tiempo de las colonias y perduró a lo largo de los siglos para designar algo grandioso, lujoso, caro. Hemos llegado a Potosí, el origen de la leyenda y ... la ciudad más alta del mundo con sus 4.000 metros de altitud.

Diego Huallpa, en 1.544, descubrió plata en Cerro Rico (en la foto), la gran montaña que domina el entorno desde sus 4.824 metros de altitud, y nació una hermosa y prospera ciudad con la plata que miles de personas desenterraban de sus profundidades.

Potosí competía en grandeza y belleza con Londres, París o Sevilla. "Soy el rico Potosí, del mundo soy el tesoro, soy el rey de los montes, envidia soy de los reyes" son las frases que rezan en el escudo de la ciudad. Con la plata de la ciudad más alta del mundo se podía haber construido un puente de ese metal precioso entre Potosí y Madrid. Lujosas residencias, conventos, iglesias, callejuelas estrechas con balcones cerrados esculpidos en madera, calles empedradas... replicas de la España del siglo XVI en el corazón de América..

El encanto de Potosí, un cocktail de tradiciones y arquitectura centenarias. En las aceras, las vendedoras venden pan o salteñas (empanadillas) con su " mamita, lléveselas a cinquentita, cinquentita" (medio boliviano, 8 cts. de euro) mientras a sus espaldas se yerguen impresionantes iglesias con sus espectaculares fachadas de piedra labrada al estilo barroco, renacentista o mestizo con aportaciones indígenas.

Las esquivas "cholitas" son las mujeres indígenas que abandonando la vida rural se han instalado en las ciudades pero que siguen vistiendo a la antigua usanza colonial. Aunque hablan español, pues es el idioma oficial, se comunican también en el idioma que impusieron los Incas durante su época imperial: el quechua. Intentando confraternizar con ellas para conocer mejor sus costumbres, Marián recibe en más de una ocasión la ruda y poca amistosa respuesta que si quería hablar con ellas ... que aprendiese quechua pero el español sólo lo hablaban si les compraba algo, de lo contrario no les interesaba entablar conversación con un extranjero. No nos gusta esa sensación de "amabilidad si hay regalito o dinerito". Que diferencia del trato amistoso, desinteresado y sonriente que encontramos en todo Asia.

Llegamos a Sucre junto con los últimos rayos de sol que consiguen perforar un cielo negro de tormenta. Se percibe más urbana que la encantadora ciudad de Potosí. Ha recibido muchos nombres desde que fue fundada por el español Pedro de Anzúres en 1.538 como la ciudad de La Plata, pero el que mejor expresa su espíritu y flamante aspecto es el de "La Ciudad Blanca". No hace falta callejear mucho por la ciudad para comprender el sobrenombre que recibe. Sus calles e iglesias siempre encaladas de un blanco reluciente sobre las que destacan las rejas de los grandes ventanales o las fachadas de piedra sobre los templos religiosos. Pero la ciudad estaba todavía muy lejos de conocer su nuevo nombre cuando tras la Independencia en 1.825 sería bautizada con el nuevo nombre de Sucre, el libertador que se convirtió en el primer presidente de la recién nacida república independiente de Bolivia (Antonio José de Sucre). Los radiantes muros blancos de la Iglesia de San Francisco (en la foto) presumen de alojar la campana que se hizo sonar en la ciudad para incitar a la gente a salir a las calles como un solo hombre y luchar por la Independencia..

Sucre no son solo fachadas, los patios interiores de las casonas coloniales desarrollan una exquisita arquitectura arabesco-andaluza.

Uno de los cientos de puestos ambulantes que invaden las calles bolivianas, en esta ocasión cholitas vendiendo zumos de naranja y frutos secos.

Apenas hay carreteras en Bolivia y las pistas son una pesadilla ... con peaje. No importa el estado de la vía o que se empleen dos días entre botes y cruces de ríos ... siempre habrá una caseta con barrera y un funcionario con su talonario de tickets. Los billetes caen por decenas mientras se avanza por Bolivia. En la infecta pista entre Sucre y Santa Cruz las montañas e increíble valles son los protagonistas y hacen que el padecimiento del avance se vea recompensando.

Después de varias semanas moviéndonos entre los 3.000 y 4.000 metros de altitud y con la gran fortuna de no padecer los efectos de la "puna" -mal de altura- hemos descendido a los 1.650 metros en Samaipata para encontrarnos con otro gran desconocido de Bolivia: el fuerte de Samaipata. Fuimos maravillosamente atendidos por el director de este centro arqueológico y por todos los empleados que realizan con sacrificio y tenacidad la magna labor de protección y mantenimiento del importante yacimiento. Los estudios realizados in situ apuntan la ubicación en el lugar de civilizaciones preincaicas que se remontan a 1.500 años antes de Cristo de grupos llegados de la Amazonia. Pero el testimonio tangible que ocupa en estos momentos el lugar es un recinto sagrado perteneciente al Imperio Incaico. Un complejo de canales, estanques y bajorrelieves horadados en la roca principal. En los laterales de la base de la gran roca se ubican lo que fueron nichos de ofrendas sacerdotales. En sus alrededores los cultivos y viviendas del asentamiento. Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO es una de las construcciones monolíticas más grandes del planeta. Todo el complejo sacerdotal y ceremonial está esculpido en un gigantesco bloque de piedra que se halla en la cumbre de la colina. Ahora está muy protegido porque la roca está en proceso de meteorización (fragmentación natural por vejez) y amenaza desaparecer para siempre. .

El Fuerte de Samaipata. Detalle de la "serpiente", un sistema de canalización de agua decorado con lazos ceremoniales.

El pequeño pueblecito colonial de Samaipata, a los pies del fuerte homónimo, creíamos que iba a ser uno más en la ruta pero resultó ser encantador y hermoso. Un lugar de paz espiritual y física, casi un pueblo fantasma entre semana puesto que los excursionistas de Santa Cruz tan solo lo visitan durante el fin de semana, momento en el cual se llena de gente, se abren los restaurantes, los pollos dan vueltas en los asadores, los dos jardines-discotecas se llenan de juventud, ... Nace cada sábado por la mañana para volverse a dormir cada domingo tras el ocaso. Nos encantó la arquitectura y la tranquilidad, los soportales y las plantas cayendo de las macetas colgantes, los patios interiores y los jardines exteriores..

Era una simple etapa para pasar una noche (no es aconsejable en Bolivia la acampada libre cerca de áreas pobladas) pero el paseo nocturno del primer día nos cautivó y transformamos a Samaipata en etapa de parada y trabajo. Esos lugares que siempre deseamos encontrar para estar a gusto y trabajar en armonía con nosotros mismos y con el entorno. También la temperatura es perfecta, los 1.600 metros de altitud no permite que suba el bochorno de la jungla (que está ya realmente cerca), el frío del altiplano está muy lejos y los alojamientos van en consonancia con el resto del pueblo, muchos de ellos tienen primorosos patios interiores porticados y repletos de plantas. Elegimos el hostal San Jorge, económico, con garaje bien seguro, habitaciones sencillas pero impecables, un patio ... en el que daban ganas quedarse el resto de nuestros vidas y tres cachorritos de la perrita de la dueña nacidos dos semanas atrás que con su torpe caminar y sus juegos hacen la felicidad de Marián.

El ordenador que nos queda pasa de mano a mano por riguroso turno y no se apaga más que para comer y para el relajante paseo nocturno antes de la cena y que marca el final de la jornada laboral. Durante todos esos días se vuelcan fotos digitales, se numeran y ordenan cientos de ellas, se salvaguardan en CD,s, confeccionamos fichas de las imágenes, se seleccionan las mejores, actualizamos el correo retrasado, se pone al día el diario escrito, se prepara la siguiente etapa, visitamos en sucesivas ocasiones el director del Centro de Investigaciones Arqueológicas de Samaipata y se redacta la crónica. Muchísimo trabajo pero nos sentimos maravillosamente en este lugar, el mundo se ha detenido en un bello instante. Nos costará arrancar de nuevo, lo sabemos. Pero nos ayudará el hecho de saber que en los claros de la jungla hay un recorrido insólito y poco conocido: la ruta de la misiones jesuíticas. Hemos leído maravillas de los pueblo perdidos y de las hermosas misiones que albergan pero casi nadie va porque están "fuera de ruta", tan solo se puede acceder por cientos de kilómetros de pistas y apenas hay infraestructura para visitantes. En unos días entraremos en la Chiquitanía ... y el la jungla.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.