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Crónica 18,

Cielos de Fuego (Zambia)

Ruta : Ruta Confines de Africa | País : Zambia

El radiante y despejado cielo del otoño, que ya se acaba, sigue siendo nuestro inseparable compañero de viaje. Las luces proyectadas por el otoño africano en el hemisferio sur arrancan los colores más bellos a los paisajes por los cuales nos vamos desplazando una vez vencidas las nubes y lluvias de la estación húmeda.

Los carteles para acabar con la corrupción empapelan la frontera de Zambia. Buenas intenciones que vemos materializadas. Con un trato cordial nos dan recibos de los pagos que efectuamos por el costoso visado (50$ por persona) y una curiosa tasa por “emisión de carbono”, que dependiendo de la cilindrada del vehículo oscila entre los 20$ y 40$. Incluso cuando vamos a pagar el impuesto de circulación nos dicen que si queremos pagarlos al salir del país podemos aplazarlo hasta entonces… pero preferimos llevar todos los papeles en regla desde el primer kilómetro recorrido en Zambia... por lo que pueda pasar. No sería la primera vez que algo “opcinal” se convierte en “obligatorio” en el primer control de policía y se materializa en una jugosa multa.

La pequeña y ajetreada población de Chipata, donde la próspera comunidad de origen indio posee gran parte de los negocios, nos marca el rumbo para dirigirnos a uno de los tesoros más preciados de la geografía zambiana, el Parque Nacional de Lwanga del Sur. Ante los diez primeros kilómetros de asfalto de recorrido albergamos falsas esperanzas creyendo poder alcanzar nuestro objetivo por una carretera en condiciones pero nuestro gozo cayó en un pozo. Una pista polvorienta y agujereada que se extendía ante nosotros nos obligó a recorrer entre nubes de polvo y botes los siguientes 100 kilómetros aunque cuando alcanzamos las proximidades del pequeño aeropuerto, que han habilitado exclusivamente para visitar el parque, el asfalto reapareció para alivio de nuestros abatidos cuerpos y nuestro aguerrido vehículo. Es evidente que Zambia, ante la imposibilidad de tener una buena red de carreteras, se centra en comunicar bien los lugares más importantes mediante vuelos, convirtiéndose principalmente en un destino para viajeros de alto poder adquisitivo que siempre unirán sus destinos por aire.

Con las luces del ocaso alcanzamos el parque que cerraba sus puertas a las seis de la tarde. Volcado en el turismo elitista, en su interior no hay campamentos, tan solo lodges de lujo que convierten la visita en un viaje de ensueño. Pero todo está muy bien organizado, al otro lado del río que cede su nombre a este espectacular parque, se ubican toda una serie de lodges más asequibles y buenos campamentos al borde del río donde se puede acampar. En uno de esos campamentos establecemos nuestra base y la extrema cercanía al parque hace que los últimos sonidos que escuchásemos cada día, antes de subir a dormir a nuestra tienda, sean los vigorosos gruñidos de los hipopótamos que pueblan las orillas del prodigioso río. Y cada crepúsculo... el firmamento se prende en llamas, Zambia se convierte en el país que nos deleitaría con el mayor número de Cielos de Fuego, obligándonos a detenernos cada atardecer para contemplar este extraordinario espectáculo.

Nada más cruzar el puente sobre el río Luangwa y con los primeros rayos del sol nos topamos con un grupo de desconfiados búfalos que daban buena cuenta de unos arbustos al borde del camino. Por un momento dejaron de mascar su comida para observarnos fijamente hasta que al considerarnos inofensivos siguieron con su desayuno. Decidimos tomar rumbo norte para explorar esta zona del parque que discurre siguiendo el ritmo que marcan las aguas del río Luangwa, ahora más apacibles tras la época de lluvias. Unos inquietos y escandalosos babuinos, que sabían como imponer su autoridad sobre los más jóvenes, merodeaban por la zona de las lagunas que ahora atravesábamos mientras unos elefantes bebían en sus orillas pausadamente. Nos llama la atención el tamaño menudo de los elefantes, parecían elefantes jóvenes esperando dar el gran estirón pero no. En realidad se trataba de elefantes adultos pero los biólogos todavía no han encontrado una explicación que justifique esta anomalía que les impide crecer más. La presencia de esto elefantes “encogidos” sólo se da en esta zona de África.

El parque se iba abriendo como si siguiera levantándose el telón de un teatro magistral e inimitable a medida que avanzábamos, dejando ante nosotros amplias praderas arboladas. La puesta en escena del prodigioso entorno por el que nos movíamos seguía ofreciéndonos espectáculos como el de un numeroso grupo de jirafas bastante inquietas por la presencia entre sus filas de una hembra en celo, a juzgar por la premura de los machos por acercarse a la angustiada hembra, que no obstante sabía como torearles.

La pista que nos sigue dirigiendo hacia el norte nos obliga en un momento dado a vadear el río Luangwa. Un nutrido grupo de hipopótamos permanecía zambullido en el agua durante las horas más cálidas del día con sus inseparables crías pegaditas a sus madres al tiempo que unos suspicaces cocodrilos se introducen raudos y veloces en el agua cuando intuyen nuestra presencia. Una manada de antílopes de agua o waterbuck, inconfundibles por el círculo blanco que rodea sus posaderas a modo de diana, se erigen como los antílopes más numerosos que se prodigan por estas tierras. Gracias a su facilidad para moverse por el agua y a una sustancia pestilente que segregan mantiene alejados a los depredadores que acechan por el parque. Las manadas de leones son legendarias en este parque y, aunque la noche los mantiene más activos, tuvimos la oportunidad de encontrarnos a dos metros de dos grandes machos de melenas de fuego.

El tercer día de nuestra estancia, cuando apenas quedaban unos minutos para que se pusiera de nuevo el sol y tuviéramos que abandonar el parque... percibimos un movimiento sospechoso de una banda de aves. Un grupo de faisanes de Guinea correteaban inquietas por un claro del bosque, acechadas por una forma difusa mimetizada con la tierra que las rodeaba. Imposible distinguir nada mientras estuviese quieto pero cuando decidió a avanzar hacia las aves ya distinguimos al depredador, sus características manchas cubriendo su grácil y robusto cuerpo lo identificaba con el esquivo depredador que nos ha estado evitando durante cinco meses: ¡el leopardo! Este solitario y esquivo felino se nos ha resistido durante toda la expedición, recorriendo un parque tras otro sin poder avistarlo. ¡Por fin lo teníamos ante nosotros en toda su magnificencia!

No consiguió cazar ningún faisán sobre los que había puesto su punto de mira y continuó su camino hasta que pasó junto a nosotros, a tan solo dos metros de nuestro vehículo. Fue un encuentro durante mucho tiempo anhelado, deseado y realmente emocionante que colmó todas las expectativas que teníamos de este magnífico parque. El leopardo es una fiera solitaria que desarrolla su actividad durante la noche pero el destino ha querido recompensarnos con su encuentro en un mágico atardecer que nunca olvidaremos.

Un flamante día con el sol nuevamente resplandeciente sobre nosotros va a iluminar nuestra exploración hacia la zona sur del parque. Las cebras se entremezclan por la pradera con los impalas y con algún facochero, todos ellos seguidos de sus pequeñas y graciosas crías que imitan en todo a sus atentas y protectoras madres. Una manada de elefantes abandona una laguna tras darse un buen baño para dirigirse hacia una zona más boscosa donde poder comer a su antojo toda rama o arbusto que se cruce en su camino. Son insaciables y demoledores. Intentamos avanzar por algunas pistas alternativas para acercarnos al borde de algunas lagunas pero las lluvias de la pasada estación húmeda las han destrozado y el sol ha resecado la tierra hasta convertir el terreno en una superficie resquebrajada y desgarrada que convierte nuestro tránsito en un avance espantoso. Recuperada la pista principal nos encontramos con unos gigantescos y esbeltos baobabs de ramas retorcidas y envolventes que proyectan su inquietante sombra sobre el suelo reseco sobre el que se calcinan bajo el sol los huesos de un malogrado animal.

A la sombra de un árbol del camino nos cruzamos con una familia zambiana musulmana de Lusaka, la capital. Estaban tomando su almuerzo y nos invitaron nada más vernos con la hospitalidad y generosidad que caracteriza a los musulmanes. La inherente hospitalidad propia de los musulmanes nos hace sentir como si nos conociéramos de toda la vida; nos invitan a sentarnos en la manta que habían desplegado en el suelo y nos ofrecen deliciosas samosas, pollo tikka y otras exquisiteces que sólo la cocina oriental consigue elaborar. Y nos contaban como durante la pasada noche su 4x4 fue atacado por una elefanta glotona que olió en el interior del vehículo una bolsa de fruta que habían dejado sus propietarios. A base de trompazos violentos consiguió romper los cristales y se comió la fruta sin que nada ni nadie pudiese frenar al insaciable paquidermo. Cuando los guardas, alarmados por el ruido proveniente del parquing del lodge, se acercaron, pudieron contemplar la dantesca escena. Intentaron espantarla pero la elefanta les dejó bien claro que “no había terminado” y que no intentasen acercarse. Cuando se fue, alertaron a nuestros anfitriones, pero tan sólo pudieron contemplar el resultado de los destrozos: la mitad de sus cristales rotos, las puertas posteriores abolladas y el portón trasero casi arrancado. Moraleja: nunca dejar comida dentro del coche cuando haya elefantes cerca. Rápidamente hicimos memoria por si acaso teníamos fruta o verdura dentro de nuestro todo terreno. En nuestro caso, es todavía más peligroso porque dormimos encima del todo terreno y el ataque al vehículo se convierte rápidamente en ataque a personas si estamos en medio de su botín. Agradecidos por el delicioso tentempié y la agradable compañía de esta familia zambiana nos despedimos para emprender de nuevo el recorrido por el parque.

Algunas de las lagunas que salpican el parque están cubiertas por tanta vegetación que es imposible apreciar el agua que las llenan y de repente del manto verde que las tapiza emergen unas pequeñas orejas que vaticinan el descomunal animal que está a punto de emerger. Las titánicas cabezas de varios hipopótamos van surgiendo escalonadamente tras prolongadas inmersiones, toman oxígeno, inspeccionar los alrededores y se vuelven a sumergir.

Los safaris nocturnos son un plato fuerte en todos los parques nacionales pero al estar prohibidos los vehículos privados por la noche, dejamos nuestro todo terreno en el campamento “Flatdogs” y nos subimos a uno de sus jeeps descubiertos. Tras contemplar un nuevo cielo de fuego con las luces escarlatas de los últimos rayos de sol jugando al escondite con las nubes del horizonte, avanzamos por las oscuras pistas alumbrando con un foco los márgenes del camino. Las hienas, jinetas, servales y civetas que esporádicamente se cruzaron por nuestro camino eran los protagonistas de la noche hasta que poco después perdieron protagonismo cuando apareció una impresionante manada de leones. Conté, emocionada, más de 12 leones, todos ellos en parsimonioso avance, ignorando nuestra presencia mientras buscaban una buena cena que saciara sus hambrientos estómagos. Una de las leonas intentó suerte con un hipopótamo que se encontró por el camino, realmente espectacular presenciar in situ cómo acechaba al corpulento animal pero, tras más de 4 minutos con la mirada clavada en ese rollizo paquidermo, desistió. Seguramente vio esa presa como un proyecto demasiado ambicioso.

Tras ese abandono, la depredadora de la sabana se une al desfile que protagonizan ante nosotros los reyes de la selva. Los soberbios paisajes, la gran cantidad de fauna y la extrema amabilidad y profesionalidad de los guardas han convertido al Parque Nacional South Luangwa en uno de nuestros favoritos en África.

La fauna salvaje del parque es ahora reemplazada por las pequeñas cabañas de adobe y paja que van salpicando la sabana arbolada por las que nos desplazamos de regreso a Chipata. La gente vive humildemente con la agricultura de subsistencia que le proporcionan los campos de algodón junto a bananeros, patatas y maíz que, al mismo tiempo, son algunos de los ingredientes que componen su monótona dieta alimenticia.

Tras recorrer de nuevo los 130 kilómetros que nos separaban del eje principal nos sacudimos el polvo del camino y afrontamos la etapa de 600 kilómetros que nos restaban hasta la capital, Lusaka, pero esta vez por asfalto. Un gigantesco puente nos permite sortear el río Luangwa y un amable, pero escrupuloso, control de policía al otro lado del puente se cerciora que todos los papeles del coche y nuestros visados estén en regla. Tras un “safe travel” seguimos avanzando. El siguiente control se produjo cuando debían examinar nuestro coche por si ocultábamos “polizontes”. Pero los “polizontes” que buscaban eran moscas tse-tsé, un malévolo insecto que transmite un parásito que provoca la enfermedad del sueño cuyo desenlace puede ser mortal. Zambia es una zona proclive a ello y sobre todo afecta al ganado vacuno, a las cabras y a los caballos aunque están tan expuestos a ellas que muchos acaban haciéndose inmunes a su parásito.

La puesta de sol nos sorprende poco antes de entrar en Lusaka pero una vez más nos sedujo como si fuera la primera vez que la contemplásemos. El aletear de unas enormes aves que buscaban descanso en las ramas retorcidas de las acacias mientras el sol se ocultaba quemando el horizonte con su fulgor rojizo, en un último hálito en su resistencia a desaparecer. Una grata recompensa a una dura jornada de conducción de más de 600 kilómetros. Las siguientes luces que nos acompañaron hasta la capital fueron las que emitían los vehículos que nos cruzábamos en el camino.

La joven ciudad, fundada por colonos europeos en 1905, nos sorprendió… agradablemente. A pesar de ser impersonal y carente de arquitectura interesante, está limpia, ordenada y con una población muy acogedora y tranquila para ser una gran ciudad. Los lugareños son realmente amables y siempre que se acercan a charlar con nosotros lo hacen con una gran sonrisa en sus rostros y mostrando una gran cordialidad. Nunca llegan a pedir nada, tan solo les empuja la curiosidad de hablar con los extranjeros que se mueven por su ciudad.

Acamparemos en el backpackers Chachachá, cuyo nombre conmemora la “revolución Chachacha” de 1960, cuando Kaunda, un africano discípulo de Ghandi, animó al pueblo de la entonces Rodhesia del Norte a la desobediencia civil para conseguir la Independencia que finalmente consiguieron en 1964.

La copa de las Confederaciones que se celebra en Sudáfrica es inminente y todos están pendientes así que cuando decimos que somos de España se les abren los ojos de sorpresa. Algunos nos preguntan como se dice hola, gracias, hasta luego en español y lo pronuncian muy bien. Y después de unas risas nos desean buena estancia en su país. El tráfico no es caótico y los barrios donde se concentran los mercados muestran una gran actividad. Sus comercios están pintados de vivos colores y dibujan en sus fachadas los productos con los que comercian. La mezquita y el templo hindú se encuentran uno junto al otro, en aparente armonía en una avenida que nos conduce hasta un precioso edificio colonial ahora sede del Ministerio de Defensa situado justo en frente de la Embajada Estadounidense.

La policía es implacable con la doble fila y con aquellos que se saltan los prohibidos aparcar. A los conductores infractores no les da tiempo a darse cuenta cómo les colocan un cepo en sus ruedas, a nosotros nos llegaron a poner uno... ¡estando dentro del coche mientras mirábamos el mapa! Se acercaron sigilosamente por detrás, evitando ser descubiertos por los retrovisores y en un visto y no visto estábamos inmovilizados con un cepo en la rueda posterior izquierda. Si querían una mordida o una multa no quedó claro pero, tras 15 minutos de charla pausada repitiendo una y otra vez que no se puede poner un cepo a un coche tan solo detenido y con el conductor al volante... conseguimos que quitasen el cepo sin tener que abonar nada.

Pero los rascacielos, los semáforos y el tráfico de la gran ciudad vamos a sustituirlo por otro de los grandes espacios salvajes de Zambia, el parque más extenso de África: Parque Nacional de Kafue. Un reciente e impecable asfaltado que nos lleva de Lusaka hasta las puertas del parque más grande de África nos alerta, no obstante, que moderemos la velocidad porque podrían cruzarse animales salvajes. Los puestos de verduras al borde del camino serán los últimos asentamientos humanos antes de entrar en el parque. Sus 22.400 km2 acogen entre otros muchos animales salvajes a los cinco grandes (búfalo, elefante, rinoceronte, leopardo y león) pero las lluvias han provocado grandes destrozos por todo su territorio y a ello hemos de sumar las anuales quemas controladas de rastrojos que sólo han dejado a la vista las chimeneas creadas por las incombustibles e hiperactivas termitas. Los animales se han dispersado ante estos acontecimientos por su ancha y larga geografía.

Un elefante despistado y varios hipopótamos perezosos sumergidos en el río Kafue fueron algunos de los pocos inquilinos del parque que se dejaron ver. Los facocheros quedaban camuflamos sobre la tierra calcinada que aún en algunos tramos exhalaba pequeñas nubes de humo. Un humo que, junto a los 33ºC que reinaban en la zona, generaba una atmósfera enrarecida. Estábamos solos en el parque y empezábamos a amodorrarnos cuando nos cruzamos con las cuadrillas que llegaban para iniciar las labores de rehabilitación de las castigadas e inoperativas pistas con las que nos fuimos topando durante nuestro avance por el norte del parque. Tenían que dejarlo todo a punto para recibir el grueso de los visitantes que llegan principalmente entre julio y agosto. Meses durante los cuales el avistamiento de animales salvajes será más propicio que durante mayo y junio. Los lodges que dentro del parque acogen junto a los ríos a los visitantes también estaban repasando los últimos detalles aunque en su zona de camping ya se veían algunos campistas.

La acampada en el Kafue fue el momento mágico de nuestra estancia por este entorno salvaje. La bochornosa calima del día se transformó en una refrescante brisa nocturna a medida que la sombra rosácea del atardecer se reflejaba en las serenas aguas del río Kafue. Esta bajada de temperatura nos sirvió de perfecta excusa para preparar una magnífica hoguera que nos tuvo hipnotizado durante varias horas ante ella. Mientras, los roncos y escandalosos gruñidos que los hipopótamos emitían desde el río eran los únicos sonidos que acallaba el crepitar de la leña ardiendo bajo el maravilloso y desbordante cielo estrellado del África Austral. Las estrellas competían con las chispeantes centellas que desprendía nuestra hoguera cuando la avivábamos con nuevos troncos. Sobre la una de la madrugada, con el trémulo fulgor que las infinitas estrellas proyectaban sobre la tierra, nos retiramos a nuestra tienda a descansar mientras la luna creciente nos sonreía.

El sur del parque no nos reservaba muchos encuentros, al menos de los que deseábamos nosotros. Para empezar la carretera que comunica el norte con el sur es un infecto camino abandonado que en su día estuvo pavimentado cuando construyeron la presa Ithezi-Thezi hace más de una década y que en el transcurso de este tiempo se ha abandonado. De ahí que de nuevo los socavones mutantes en sus más variadas formas junto a los jirones de asfalto y la chapa ondulada ralentizará enormemente nuestro avance y nos obligará alcanzar la presa ya de noche. El guarda de esta nueva entrada del parque no vaciló cuando le pedimos permiso para acampar junto a su garita. Mientras preparábamos nuestra cena con el infiernillo entre los matorrales cercanos se asomó una hiena que prefirió seguir su camino en otra dirección. Por la mañana la guarda de día, una preciosa africana de pelo largo y rizado, nos alertó sobre un elefante que se estaba acercando peligrosamente. Mientras veíamos como su compañero que hizo el turno de noche cogía el rifle por lo que pudiera pasar. Pero afortunadamente, después de arrancar varias ramas de los árboles circundantes, también se alegó del lugar. ¡¡¡Esto es África!!! Vamos a ver más animales fuera de las “fronteras” del parque que en dentro del parque mismo.

En el sur el bosque era aún más tupido y envolvente que en el norte pero cuando se abre y accedemos a la sábana nos abrimos paso por campos de malezas tan crecidas que llegan alcanzar el metro y medio de altura. Esto significa que aunque tengamos un león a 1 metro es imposible localizarlo con la maleza tan alta. Las lenguas de arena sobre las que tuvimos que avanzar pusieron a prueba, una vez más, la eficacia de nuestras ruedas BF Goodrich. Como si nos deslizáramos con esquíes sobre nieve, la arena blanca y fina del parque nos acompañó durante numerosos tramos. Pero en esta ocasión tan solo se dejaron ver unos antílopes despistados y algunas sorprendidas gacelas. Eso sí, nunca faltó una irritante y hostigadora nube de insectos, alocados parásitos que se precipitaba sobre nuestro vehículo y sobre nosotros cuando abríamos las ventanas o las puertas para fotografiar y grabar. La pista que transcurre al este del parque estaba completamente anegada así que tuvimos que optar por la pista oeste. Cuando abandonamos el parque por la puerta Kalomo en el sureste del parque encontramos al guarda en camiseta y pantalón corto en su casa. Pitamos en un par de ocasiones y rápidamente se presentó sorprendido, pues por esta puerta apenas salen o entran visitantes y con la sonrisa cordial que caracteriza a los zambianos nos abrió la barrera y nos deseó buen viaje.

El parque Kafue se resistió a ofrecernos su mayor tesoro, su increíble fauna salvaje, pero nos proporcionó la noche más bella de toda la ruta a la luz de una hoguera junto al río Kafue y con la compañía cercana de los hipopótamos como camaradas de campamento.

Cuando llegamos a la ciudad de Livingstone pudimos divisar en la distancia una enorme nube blanca que, sobre la lontananza, se elevaba varios metros sobre la tierra. Nos separaban once kilómetros y ya podíamos atisbar la tremenda vaporización el agua de las indomables aguas de las cataratas más admiradas del mundo. La antigua capital de Zambia es una pequeña población cuyo motivo de existir gira en torno al espléndido tesoro natural que poseen. Ahora se encuentran, tras las lluvias de los meses pasados, en su momento más álgido. Apenas pueden distinguirse las aguas del río Zambeze debido al intenso caudal que se desborda por la terraza de 1.700 metros de anchura que posee. Zimbabwe muestra un espectáculo increíble de las cataratas pero es Zambia quién físicamente las aloja. Y aunque meses atrás la gente podía bañarse en las pozas que se forman al borde de las cataratas ahora este torrente bravío e inagotable arrasaría sin contemplaciones cualquier cosa que intentará asomarse al bravío precipicio.

Las exuberantes Cataratas Victoria, con su arrebatador caudal de desbordante vitalidad, marcan el punto de inflexión de esta maravillosa ruta. Así pues, con las imágenes, sensaciones y vivencias atesoradas en nuestra memoria durante los últimos meses comenzamos nuestro particular éxodo hacia la costa atlántica. Walvis Bay, a 2.000 kilómetros de distancia, nos espera y será nuestro último destino antes de retornar a la vieja Europa.

Cruzamos de nuevo un puente que se alza sobre el emblemático Zambeze, que aquí transcurre tranquilo delimitando las fronteras entre Zambia y Namibia hasta que estalla exultante en su atropellada caída por ese precipicio de 110 metros en Victoria. La cordialidad del puesto fronterizo de Zambia nos sigue poniendo de manifiesto el encantador y afable carácter del pueblo zambiano.

Pero ya nos encontramos por los solitarios parajes de rectas infinitas que caracteriza los caminos del Caprivi en Namibia. Las señales de “peligro elefantes” son las únicas que nos van a mostrar la figura del corpulento paquidermo porque éstos se niegan a hacer acto de presencia. En Rundu comienzan a aparecer poblaciones que ya tienen más entidad urbana. Grootfontein, Otavi, Otjiwarongo, Omaruru, Karibib, Usakos, Swakopmund... una tras otra fuimos recorriendo estas poblaciones donde la presencia blanca se hace cada vez más patente. Y la huella de la colonización se hace presente con sus preciosos edificios coloniales y sus avenidas de frondosos árboles floridos. Los viejos ferrocarriles recuerdan el motivo de la llegada de los blancos, la explotación de las minas de oro, diamantes y mármol. Y por fin nos acercamos a la costa después de casi 2.000 kilómetros desde que dejamos la legendaria Livingstone en Zambia.

Tras los soleados días que acompañaron nuestro éxodo hacia Walvis, a medida que nos acercábamos a la costa nos encontramos con una muralla de niebla que lo fue envolviendo todo. Una vez en la costa, apenas podemos distinguir el océano Atlántico mientras avanzamos por la carretera que transcurre pegada al mar entre Swakopmund y Walvis Bay.

En Walvis nos volvimos a reencontrar con algunos de los amigos que dejamos en nuestra anterior visita a la ciudad. Con Pedro en la Casa del Mar, con Pilar Veiga de la agencia Spanamcc, con la cual vamos a tramitar el traslado de nuestro infatigable compañero 4x4 hacia España, conocimos al nuevo director de La Casa del Mar, Daniel, que ha sustituido a la hospitalaria Ana de Dios. Y conseguimos reencontrarnos con Tino, el arquitecto valenciano que conocimos en Swazilandia y que nos prometió hacer lo imposible por reencontrarse con nosotros al final del viaje para despedirnos. Y así lo hizo. Desde Maun (Botswana) se recorrió con un pequeño turismo alquilado en Sudáfrica más de 2.000 kilómetros para volvernos a reencontrar. Esta vez venía acompañado con su novia Carmen, que le acompañaba en la etapa por Botswana y Namibia., sacrificando la visita de los Himba para poder coincidir los escasos días que nos restaban por África antes de volver a España. Fue un encuentro entrañable que nos permitió de nuevo disfrutar de largas horas de conversación intercambiando vivencias durante la cena y el desayuno que compartimos antes de acercarnos al aeropuerto de Walvis Bay y despedirnos. La próxima cita será en España cuando Tino finalice su periplo de Cabo a Cairo.

La Expedición “Ruta Confines de África” nos ha permitido adentrarnos, con sus luces y sombras, en el intrincado puzzle que configura el impredecible y diverso mosaico africano. Donde formas de vida ancladas en la prehistoria se entremezclan con la tecnología digital en una simbiosis inverosímil y difícil de asimilar. Donde la opulencia de unos pocos agravia dolorosamente la miseria de muchos. Donde la tensión étnica de unas zonas africanas se alterna con tribus que mantienen relaciones cordiales. Donde líderes africanos sin escrúpulos, aduciendo igualar a todos, los arruina aún más. Donde muchas personas luchan por un futuro tan incierto como descorazonador... sin perder la sonrisa en su rostro. Donde la espectacular belleza de su naturaleza, sus sobrecogedores atardeceres y su fascinante fauna les hace únicos en todo el planeta . . . todo ello es . . .

¡África!

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.