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Crónica 8,

Egipto II - Las islas del Sahara

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Egipto

-Welcome! -Nos dijo sonriendo el militar del control.

-¡Salama! -Le contestamos, devolviéndole la sonrisa.

-Tengo que anotar vuestros datos y los del permiso en el registro. Lamento las molestias.

-Prosiguió con una amabilidad sin igual.

-Aquí están los pasaportes y ésta es la autorización para ir al Oasis de Bahariyya. -Le dije, entregándole todos los documentos.

-¿Queréis tomar un té con nosotros? -Nos propone otro soldado mientras el suboficial se aleja a la caseta con una gran antena. - Igual tarda un poco, es el primer control y tiene que comprobar todos los datos con Siwa y comunicar por radio vuestra presencia al siguiente control. -Prosigue.

-Muchas gracias. -Le contesto, aceptando su cordial invitación.

Miramos a nuestro alrededor ... ¡la nada!. Miramos el puesto de control ... dos casetas destartaladas y en un estado deplorable. Pura desolación. La barrera está formada por tubos de hierro y grandes bidones metálicos pintados con los colores de la bandera egipcia. Una ironía poner barreras al infinito pero hay que aceptarlo.

Estamos en mitad del desierto, en el primer control que hay en la carretera de 425 km. que une los oasis de Siwa y Bahariyya. El permiso para cruzar esta zona lo conseguimos en Siwa (pagando la correspondiente tasa, por supuesto) y no se autoriza a nadie a salirse de la carretera. Es un área infinita y si alguien se perdiese sería muy complicado encontrarle, se necesitarían los helicópteros del ejército. Para evitar eso ... cortan por lo sano y prohiben su tránsito. Se suponía que era una carretera nueva (en el 93 no existía) pero debieron de construirla al poco y abandonarla al día siguiente porque el asfalto estaba en muy mal estado, en algunos tramos era mejor ir en paralelo, había unos sectores de pista (el asfalto desapareció) e incluso en ciertos lugares había que pasar por encima de las dunas que habían ocupado la carretera.

Nos traen el té y nos invitan a sentarnos en la caseta donde duermen, hace 45ºC y todas las puertas y las tres ventanas (sin cristales pero con contraventanas) están abiertas de par en par para que circule un poco el aire. Charlamos con los soldados, son cinco muchachos de ventipocos años, muertos de aburrimiento y desidia. Es una carretera nada frecuentada y cada vez que llega alguien es una fiesta porque tienen que estar 30 días seguidos en su puesto, luego les dan 10 días de permiso ... y de nuevo otros 30 días a su caseta en el desierto. La mitad eran estudiantes universitarios que habían acabado la carrera (encontramos abogados, licenciados en arte) y tenían un año de mili por delante... en el desierto (Dos años si no se tienen estudios). Con los que conversamos eran de Alejandría y Port Said, junto al mar, con lo cual, este destino era una auténtica condena.

-Finish! -Nos dice el suboficial que acaba de entrar y nos da los pasaportes y el salvoconducto.- Los siguientes controles ya están avisados.- Concluye.

Damos las gracias por el té y nos despedimos de todos. Nos entregan tabaco y revistas para que se las llevemos al siguiente control. Con los escasos vehículos que pasan se van mandando cosas así porque no disponen ni de vehículo, tan solo la radio les une al mundo exterior, o mejor dicho, a su puesto de mando. Todos salen a despedirnos y nos saludan efusivamente con la mano.

Llegamos a otro control y otro y otro ... hasta completar los seis. Las escenas se repiten, nos están esperando pero después del tercer control ya tenemos que rechazar las invitaciones de té porque no podíamos más.

Hicimos los 425 km. sin cruzarnos con nadie, la única vida que encontramos fueron los seis controles. Por fin Bahariyya, con sus 260 manantiales de aguas sulfurosas o minerales, donde también se combinan las fuentes agua templada con las de agua caliente que pueden alcanzar los 55º. En sus alrededores sus vestigios históricos, con más carga histórica que esplendor artístico, datan de la época faraónica, durante la cual el oasis enviaba numerosos tributos al faraón. Y de la época medieval existía una especie de obispado donde hacían alto las caravanas procedentes de Sudan y que se dirigían a La Meca.

LAS ESCULTURAS DEL VIENTO

El trayecto de Bahariyya a Farafra está perfectamente asfaltado pero como para vengarnos de la rigidez del anterior tramo hacíamos salidas constantes cada vez que veíamos algo "curioso" en el horizonte, a veces con excursiones de hasta 50 km. En ocasiones aparecían auténticos espejismos que nos hacían creer la existencia de extensos lagos en la lejanía, vana ilusión. Realmente el camino nos comenzaba a ofrecer la antítesis del emplazamiento que realmente queríamos alcanzar, el del Desierto Blanco. Esta antítesis la constituía el Desierto Negro con sus colinas en forma piramidal recubiertas de basalto fragmentado en mil pedazos fruto de erupciones muy lejanas, combinadas con el espeso y traicionero fech-fech (arena de textura similar a la harina, que se concentra en enormes cantidades y son unas terribles trampas para los todo terreno).

Pero poco a poco, a medida que nos acercábamos a Farafra las extrañas formaciones de tiza blanca moldeadas por la erosión del viento empiezan a otearse. Por una pista a la izquierda del camino principal nos vamos introduciendo por este parque natural de esculturas geológicas. La composición calcárea de la zona es tan abundante que parece un paisaje nevado, pero los 40ºC del mercurio contradicen las imágenes visuales en las que nos encontramos inmersos. Rocas en forma de hongos, de agujas, pirámides, quillas de barcos... suelos duros y de un blanco deslumbrante y cegador se alternan en ocasiones con pasillos de arena. Algunos brotes de vegetación salpican el terreno pero se encuentran muy desecados. Conseguimos alcanzar un pequeñísimo oasis con un manantial que ha generado un pozo. La sombra es providencial, hacemos un alto y comemos un poco. Los tonos y las formas se realzan con la luz del atardecer, limpia, clara y suave. Salimos del Desierto blanco y nos dirigimos a nuestro siguiente objetivo.

El oasis de Farafra es el más pequeño de todos, pero su riqueza vegetal con girasoles, arroz y trigo además de frutas como naranjas, manzanas, higos, dátiles, albaricoques, guayabas, siendo el aceite de oliva y las aceitunas su principal producción, le convierten en un auténtico vergel. Lo que más nos sorprende, al acercarnos a algunos de sus más de 40 manantiales es el olor tan desagradable que desprenden sus aguas. La explicación es bien sencilla, se tratan de aguas sulfurosas aunque totalmente salubres, a la vista salta por sus sorprendentes producciones incluso de ¡arroz en el desierto!... pero la impresión al olfato es bastante desconcertante.

Los 315 km que tenemos que recorrer hasta Dakhla nos van revelar otro "cuerno de la abundancia" del desierto, con sus más de 500 manantiales produce fruta, cereales, olivas, aceite, dátiles, verduras, ... todavía no nos hemos sobrepuesto de ver trabajar a los lugareños en los arrozales ... con agua hasta los tobillos, mientras a su alrededor se extiende la desolación.

De los pueblecitos que conforman el oasis de Dakhla el que más nos llama la atención es el de el-Qasr. Conserva casi intacta su vieja medina medieval con sus casas de adobe, los dinteles de las puertas en madera de acacia llevan escritos la fecha, el nombre del propietario y en ocasiones el nombre del artesano. Ahí están la vieja mezquita del s. XII, la casa del califa, la medersa, la prensa de aceite... todo en muy buen estado, como si la gente fuese a volver de un momento a otro, pero no será así porque todo ha sido abandonado para instalarse en la zona nueva, y ya tan sólo son reliquias del pasado.

Mout, la capital, los pueblos como Balat, Bashandi con sus mausoleos de hombres santos venerados por toda la población van recuperando la vida al atardecer cuando el sol se esconde y deja de castigar. Las mujeres de negro, los niños jugando, los hombres volviendo de los campos, se comienzan a cruzar por las callejuelas de estos pueblos.

La vida transcurre en todos los oasis de forma similar con pautas de conducta determinadas por el ritmo de agua y los campos, aunque en Kharga (a 189 km) nos encontramos con un paisaje más "urbanizado" de vehículos, edificios, semáforos... Su historia es más sugerente que su presente. Parada obligada en la ruta de los 40 días de las caravanas del S. XVIII cargadas de pimienta, marfil, goma pero sobre todo de esclavos para ser vendidos en la Península Arábiga.

Ahí hallamos la antigua Hibis, la reliquia de estilo faraónico más destacada de todo los oasis occidentales. Un poco más al este la necrópolis cristiana de Bagawat, con 263 tumbas-mausoleos diseminadas por una colina y que datan del s.III al VI, aunque la mayoría fueron construidas hacia el 431 cuando llegó Nestorius, tras su condena y exilio a este oasis por el concilio de Epheso. La diferencias de la iglesia egipcia con la iglesia de bizancio iban siendo mayores hasta que se produjo el cisma, siguiendo los coptos su propio rumbo.

Debemos decir adiós (sólo temporalmente) a este rosario de oasis que nos ha descubierto un tipo de vida, reliquias y aspectos de un Egipto inédito para la mayoría. Pero todavía nos restan otros 300 km a través del desierto para tomar contacto con el auténtico faraón de Egipto: el Nilo.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.