Eran las doce del medio día cuando cruzamos la frontera al sureste del pequeño reino de Swazilandia. El termómetro marcaba 27ºC y la actividad del puesto fronterizo era nula. En ese momento éramos los únicos viajeros que cruzaban la aduana. Llegamos a través de una pista que serpenteaba entre plantaciones de caña de azúcar. Sencillo sellado de pasaportes en ambas fronteras y sin necesidad de visado un sonriente “Welcome to the Kingdom of Swaziland” mientras la bandera del nuevo país en el que nos adentramos ondeaba levemente por una pequeña ráfaga de aire dejándonos ver el escudo y la lanza swazi estampados sobre su tela.
Comenzamos a avanzar escoltados por suaves ondulaciones cubiertas de vegetación sobre las que brotaban diminutas cabañas entremezcladas con viviendas rectangulares con techo de chapa ondulada en una atmósfera rural languidecida por la temperatura del medio día. El tráfico era inexistente hasta que empezaron a aparecer algunos vehículos al iniciar el ascenso por el Gran Valle rumbo a los fértiles valles que se extienden entre las dos ciudades más importantes del país: Mbabane, la capital, y Manzini.
El pueblo swazi llegó a estos remotos valles huyendo del asedio de los belicosos guerreros zulúes. Consiguieron vivir en paz alejados de las disputas entre tribus y refugiarse en estos fértiles valles gracias a la pericia de sus monarcas a los cuales llamaban “Ngwenyama” que significa “león”. Después de siglos, “el refugio del león” consiguió crear un pequeño y pacífico país conocido como Swazilandia.
Este diminuto reino de poco más de 17.000 Km2 se mueve entre los 400 y 1800 metros de altitud y tiene una escasa población de poco más de un millón de habitantes. Y aunque los ingleses fueron sus “tutores”, el país siguió conservando la dinastía real que le había gobernado desde siglos atrás en estos bellos y fértiles valles. De hecho el actual rey, Mswati III, su monarca absoluto, es el más fiel defensor de las tradiciones que permiten preservar la identidad del pueblo swazi. Fue en el año 1968 cuando Swazilandia obtuvo la independencia de la Corona Británica pero de una forma pacífica, a diferencia de su vecino Mozambique con Portugal.
El valle de Malkerns se va a convertir en nuestro campamento base para explorar los alrededores de este pacífico país. Mientras nos familiarizábamos con el backpackers que habíamos elegido para acampar tuvimos un encuentro inesperado. En la sala común del alojamiento nos encontramos con un viajero español que tras preguntarnos de dónde éramos y decirle que de Ceuta, se quedó pensativo y enseguida nos dijo “me sonáis mucho, ¿no nos conocemos de antes?” y a los pocos segundos de meditar... “no seréis vosotros los de la Ruta de los Imperios?”. Agustín, que así se llama, resultó ser un viejo “camarada” que nos siguió durante nuestra vuelta al mundo con la Ruta de los Imperios y hasta nos intercambiamos varios correos electrónicos hace años, durante esa gran expedición por los cinco continentes, pero no nos conocíamos en persona. Este inquieto arquitecto de Barcelona es también un contumaz viajero, en los últimos 18 años se ha recorrido también medio mundo y lleva a sus espaldas más de 100 países visitados. Y ha sido en la desconocida, lejana y remota Swazilandia donde finalmente se han cruzado nuestros caminos. Realmente el destino es caprichoso con los lugares cuando decide provocar un encuentro. El se ha propuesto viajar utilizando el transporte público africano desde Ciudad del Cabo al Cairo durante medio año y en estos momentos acaba de empezar. Sus andanzas están reflejadas en su blog www.bestofplanet.blogspot.com. Las horas se nos pasaron volando charlando sobre nuestras vidas y viajes durante las cenas de los días que coincidimos en estuvimos alojados en el backpackers, siempre éramos los últimos en irnos a la dormir. Fernando Sánchez Dragó nos escribió en el prólogo de nuestro libro “Tras las Huellas de la Reina de Saba”: “El viaje es el arte del encuentro”. Y sin duda alguna, una vez más, se vuelve a confirmar su máxima. Encuentros así crean lazos imperecederos e igual hasta se vuelven a entrelazar nuestras rutas antes de finalizar la Ruta Confines de África porque los dos haremos un bucle por Namibia y quizás, quizás...
Hoy es día de mercado en Manzini, eso nos sumerge de lleno en el bullicioso colorido africano y nos introduce en el ambiente cotidiano de una ciudad swazi, que a pesar de ser la segunda más importante y poblada del país, tiene un marcado regusto provinciano que transmite más autenticidad. Las mujeres eran las amas del mercado regentando los puestos de frutas, verduras, adornos para la casa… pero también las clientas transportando los productos comprados en sus cabezas como si fueran modelos con un libro en la cabeza contoneando sugerentemente las caderas.
Los valles de Ezulwini y de Malkerns nos proporcionan el soplo de aire fresco de una naturaleza que siempre ha estado presente en todos los aspectos de la vida de los swazis y que ahora se ha convertido en una fuente de ingresos importante. Por el valle de Ezulwini, el Valle del Cielo, se despliegan colinas de lujuriantes colinas una vegetación subtropical que ha comenzado a verse urbanizada con numerosas guest houses, hoteles y lodges.
Nos adentramos por la reserva de Mantenga, su río, cascadas y la Roca de Ejecución, coronando la montaña más alta, crean el marco perfecto para la recreación de un poblado fortificado swazi. La Roca de Ejecución hace un siglo fue escenario de una lapidaria ley porque desde ella se ejecutaban por despeñamiento a aquellas personas acusadas de brujería, adulterio y asesinato arrojándolas desde la cima. Paseando por el poblado se conocen las raíces de este curioso pueblo y el atractivo espectáculo de danzas tribales y cánticos nos permite hacernos una idea de las representaciones tradicionales swazis que se celebran en los festivales más significativos del año. Una de los más importantes se celebra en diciembre, son los tres días de la ceremonia sagrada del Ncwala, en la que el rey permite a sus súbditos consumir las primeras cosechas. El Umhlanga simboliza la unión del pueblo swazi y se celebra en agosto. Las chicas en edades casaderas y vestidas con sus mejores galas danzan ante el rey y una de ellas será elegida como nueva esposa. En Swazilandia la poligamia es una práctica legal, al igual que entre los zulúes, y el rey tiene en la actualidad 13 esposas. No obstante, el soberano actual ha protagonizado algunos capítulos muy polémicos, especialmente en sus decisiones matrimoniales, ya que en su reino la poligamia es un derecho indiscutible pero es cada vez más cuestionado. Debido a la plaga de SIDA que azota el país (con el 39% de la población adulta infectada es el mayor porcentaje de África), en el 2.001 se impuso una moratoria de cinco años prohibiendo los matrimonios con adolescentes pero dos meses después de nacer esa ley... el monarca se casa con una chica de 17 año, sería su 9ª esposa. Se limitó a pagar la multa y más adelante anuló la ley antes de cumplirse el plazo fijado. Aun así nadie cuestiona la monarquía, hasta los reformistas quieren conservar la monarquía pero quieren que sea constitucional y no absolutista, como es actualmente.
Llegamos a Lobamba, centro espiritual y cultural del Reino donde reside el actual rey Mswati III y donde se ha levantado un mausoleo en honor al rey Shobuza II (su padre), uno de sus reyes más queridos y bajo cuyo reinado se obtuvo la independencia. Las colinas de Dlangeni, con un perfil a 1.200 metros de altitud, son el telón de fondo de la joven e impersonal capital, Mbabane, que fue creada en 1903 cuando Swazilandia se convirtió en protectorado bajo mandato Británico. Ascendiendo desde el valle de Ezulwini hacia la capital, desde las colinas de Malagwane se pueden divisar los picos gemelos bautizados como “Pechos de Saba”. El autor de “Las Minas del Rey Salomón”, J. Rider Haggard, viajó a Swazilandia en 1880 como secretario de Sir Theophilus Shepstone y se cree que se inspiró en estos picos para escribir su famosa novela. La leyenda cuenta que en estos picos se halla el emplazamiento de las minas del Rey Salomón. Ciertamente se trata de una fantasía pero se presta a dejar jugar a la imaginación con esa romántica posibilidad.
No obstante, la realidad de este recorrido es que hasta que se construyó la carretera de doble vía, la estrecha y sinuosa pista que unía Mbabane con el Valle de Ezulwuni estaba inscrita en el Libro Guinnes de los Records como la carretera con más accidentes registrados del mundo. Tomaremos las curvas con la máxima precaución posible.
Por el fértil valle de Malkerns seguiremos recorriendo la geografía swazi donde los ríos van horadando un terreno que se presta fácilmente a ello. Aunque durantes los años 2004 y 2005 la fuerte sequía que padeció el país provocó un plan de emergencia para abastecer a más de la cuarta parte del país de aquellos alimentos que escaseaban alarmantemente.
El noroeste de Swazilandia ha sido desde tiempos inmemoriales una zona minera. De hecho, en Ngwenya se ubica la mina más antigua del país, se remonta a 40.000 años antes de Cristo. Pero en épocas más recientes, a finales del siglo XIX, se encontró oro más al norte y se crearon poblaciones como Piggs Peak, cuya mina de oro cerró en 1954 sin generar grandes fortunas como en Sudáfrica. Bulumbe fue otra de estas poblaciones mineras a la cual accedimos por una pista montañosa muy accidentada y resbaladiza debida a un intempestivo aguacero. Con la tracción engranada vamos mordiendo el firme arcillosos entre un bosque de pinos, eucaliptos y marulas, árbol autóctono con un fruto de color amarillo con cierto componente embriagador que, se dice, pone “piripi” a los elefantes porque les encanta. De hecho, el licor más famoso de Sudáfrica es el “Amarula” (en la etiqueta hay un elefante “contento”) y su mermelada típica está hecha también con este fruto.
Nos acercábamos a Bulumbe sin saber exactamente lo que íbamos a encontrar. La información era muy vaga: pueblo fantasma, minas selladas, población diseminada tras la depresión económica, una compraventa del pueblo entero por parte de unos empresarios swazis, infraestructuras inexistentes, abandono por parte del gobierno... Todo entremezclado y muy ambiguo, ¿cómo resistirse a una tentación así? Nuestra curiosidad nos hizo girar al oeste al llegar a Piggs Peak y comenzamos a ascender por sus boscosas colinas.
La entrada a Bulembu era algo deprimente porque nos encontramos de bruces con las casetas abandonadas tras el cierre de la mina el siglo pasado. Pero en la siguiente curva apareció gente en las calles y en las colinas circundantes se veían las antiguas casas con jardines cuidados a sus alrededor. El pueblo estaba renaciendo de sus cenizas y las antiguas residencias del gerente y del director de la mina habían sido restauradas y convertidas en un lodge al más puro estilo “british”, con sus jardines de césped exquisitamente cuidado, setos bajos, terrazas de varios niveles, mesitas con sillas bajo los árboles... Todo muy recogido pero extremadamente acogedor y que por 20 euros por persona permite alojarse rodeado de este soberbio entorno montañoso. El renacer de Bulembu, su nuevo corazón, ha sido este alojamiento y con este epicentro se está extendiendo lentamente el renacer de este enclave destinado a una muerte lenta desde hace decenios.
La gerente del lodge nos permite acampar en los jardines del antiguo club social, ahora decrépito pero que mostraba claramente el esplendor de antaño con grandes salones, varias cocinas, pistas de tenis, piscinas, espaciosos vestuarios... Todavía tiene colgado en sus agrietados y desconchados muros los nombres de los campeones anuales de los sucesivos torneos de tenis, competiciones de tiro, pero... todos los tablones terminaban en los años setenta. Al lado de donde acampamos está la antigua zona de barbacoas, que sigue operativa, y a su vera hay un gran edificio, entramos en él y... ¡un cine! Un cartel caído en el suelo pone “Havelock Mine Club Cinema”.Todo está abandonado desde hace decenios pero subimos a la sala de proyección y allí están todavía los antiguos y gigantescos proyectores de bovinas de celuloide.
Con sus explicaciones vamos comprendiendo la historia de este insólito lugar. Tras el hallazgo de oro en la zona fue realmente otro mineral, el asbestos (una especie de amianto), el que motivo la creación de Bulumbe en el año 1936, convirtiéndose en la quinta mina de asbestos más grande del mundo. Aunque muy próspera, no se crearon gigantescas fortunas pero la mina estuvo en activo durante más de medio siglo hasta que se cerró definitivamente. Para acelerar la distribución y sortear las colinas circundantes se llegó a construir un funicular de 23 kilómetros largo para hacer llegar, a través de la ondulante orografía, el preciado mineral hasta la localidad sudafricana de Barberton. De los 10.000 habitantes que llegó alojar en su momento más álgido, apenas quedaban cien personas a principios del s. XXI. El enclave, abandonado a su suerte y sin ningún tipo de suministro ni facilidades se convirtió en un pueblo fantasma condenado a ser borrado del mapa.
Pero en el año 2003, dos ricos empresarios swazis compraron el pueblo y las colinas circundantes con propósitos inversores pero el proyecto económico fue erróneamente calculado y en tan solo unos meses se comprobó que no era viable. Ante esta “nueva muerte”, uno de los socios compró la parte del otro y donó todo a la iglesia. La posibilidad de ser partícipe del renacer de algo “muerto” generó gran interés en la comunidad cristiana y se llenó de voluntarios dispuestos a trabajar y poner sus especialidades al servicio de este renacimiento. Así aparecieron desde médicos y arquitectos hasta jardineros y contables, pasando por altruistas voluntarios que se han puesto al servicio de la comunidad.
Ya tienen una industria maderera, producen carbón vegetal y está en pleno proceso la producción de miel, elaboración de artesanía, una planta para productos lácteos y se pretende abrir una envasadora de agua mineral para comercializar las cristalinas aguas que se deslizan por sus laderas. El lodge también colabora a este renacer y hasta que la producción sea a mayor escala, su tienda ofrece los productos de la zona y su hospedaje un hermoso lugar donde pasar unos días y explorar los alrededores, a pie o a caballo porque aquí se halla el punto más alto del país, el monte Emlembe, que con sus 1863 metros se erige como el techo del país. (www.bulembu.org , www.bulembucountrylodge.com ).
El objetivo de la reactivación de la economía es que no desaparezca el pueblo y a la par... acoger a cientos, quizás miles, si todo sale bien, de niños huérfanos debido a la lacra más devastadora de Swazilandia: el SIDA. El país tiene poco más de un millón de personas y el 20% de su población es huérfana, la mitad de ellos bebés y niños pequeños. El programa del gobierno apenas sirve para atender a mil niños y las asociaciones cristianas y ONGs, con voluntarios llegados de lugares tan dispares como Estados Unidos o Taiwán, se han propuesto que miren al futuro con esperanza. A medida que se van generando fondos se van rehabilitando los antiguos edificios y casas para convertirlos en orfanatos. Nos muestran orgullosos enormes casas restauradas que ya alojan a decenas de huérfanos y nos llevan a un flamante colegio a punto de ser inaugurado.
Tras varios días en este centro de optimismo ha llegado el momento de partir. Avanzaremos entre las verdes colinas septentrionales cortadas por límpidos ríos y haremos un último alto importante antes de abandonar Swazilandia. La fauna salvaje no podía estar ausente en este pequeño trocito de África y nos adentramos en el parque de Hlane (que significa “Jungla”), antaño fueron los antiguos terrenos de caza del monarca pero ahora es un área protegida. El parque está muy bien organizado y mantenido. Con diversas posibilidades de alojamiento en su interior, desde grandes cottages y muy confortables rondavels hasta la acampada con zona para barbacoas. No hay electricidad pero la cocina del campamento y los baños, cuando llega la noche, están iluminados con quinqués de alcohol que le dan un ambiente muy rústico y se tiene de fondo los gruñidos, rugidos, trinos, silvidos, zumbidos... de toda la fauna salvaje que puebla el parque. Un abrevadero al lado del camping permite disfrutar de la visión de ver como se acercan, espontáneamente y en cualquier momento, los animales salvajes a beber. Un grupo de hipopótamos eran los que se encontraban retozando en el agua cuando llegamos nosotros. Pero las estrellas de nuevo fueron los rinocerontes al encontrarnos con cuatro de golpe, uno de ellos una cría que no se separa de su progenitora. Los tuvimos a escasos metros de distancia, así como a varios elefantes que comían plácidamente de los árboles. Un recinto aparte alberga a los leones y por todos lados nos iremos encontrando todo tipo de antílopes y gacelas y hasta cebras.
Con las imágenes de la fauna salvaje que habita en el reino más pequeño de África nos encaminamos a Mozambique, antigua colonia portuguesa que tras una cruenta guerra por la independencia y un posterior sangriento conflicto civil, lleva quince años intentando remontar el país. Unos dicen que está muy tranquilo, otros que hay mucha inseguridad, otros que la policía son los peores delincuentes... En breve lo veremos con nuestros propios ojos.
Resto de crónicas de la ruta
01
Llegada a Ciudad del Cabo (Sudáfrica, Western Cape)
02
SPERRGEBIET !! (Sur de Namibia)
03
El desierto escarlata (Sur de Namibia)
04
Las Arenas del Infierno (Sur de Namibia)
05
Grootberg, el valle furtivo (Norte de Namibia)
06
Angola... Ave Fénix (Sur de Angola)
07
El largo camino (Norte de Angola)
08
Las rocas que hablan (Botswana oeste)
09
El río traicionado (Botswana este)
10
El humo que truena (Zimbabwe norte)
11
El imperio petrificado (Zimbabwe sur)
12
Las Montañas Dragón (Sudáfrica, Drakensberg)
13
El Reino en el Cielo (Lesotho)
14
El Espíritu de los Zulúes (Sudáfrica, Zululandia)
15
El Refugio del León (Swazilandia)
16
La Novia del Océano (Mozambique)
17
La Espada de Agua (Malawi)
18
Cielos de Fuego (Zambia)