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Crónica 13,

El Reino en el Cielo (Lesotho)

Ruta : Ruta Confines de Africa | País : Lesotho

En las Drakensberg del Sur, cerca de Underberg, vamos a situar nuestro próximo campamento para preparar nuestro próximo destino, Lesotho. Y no hemos podido elegir mejor base que el Khotso Lodge Bacpackers (www.khotsotrails.co.za), una enorme granja de 3.000 hectáreas donde es posible realizar actividades que nos permitirán seguir en contacto directo con la naturaleza. El entorno no puede ser más idílico y evocador rodeado de campos de maíz, caballos, ovejas y vacas pastando. Y un alojamiento de estilo rural pero con todas las comodidades y para todos los gustos, desde el camping por 4 €/persona, dobles sencillas por 20 € hasta 3 confortables y acogedoras rondavels tradicionales con baño, salón y cocina por 32 € para 2 personas o bien 14 €/persona si son entre 3 y 6 personas (en la planta superior hay 4 camas más).

Junto a las rondavels, llama la atención una preciosa y gran casa de troncos de madera con techo de paja compacto y un interior cálido y acogedor; la planta superior alberga varios tipos de habitaciones a 12 €/persona, desde piezas para 6 personas en literas hasta una doble y la planta inferior posee una gran cocina común equipada con todo, los baños y amplio salón con vistas preciosas a su privilegiado entorno campestre.Y en otro edificio, el típico albergue económico para backpackers (mochileros) por tan solo 8 €/persona en literas básicas, con varios dormitorios comunes para 8 personas, baños compartidos, una cocina totalmente equipada, sala de descanso, jardín, etc. Cualquiera que sea el modo de se elija para alojarse, el ambiente está dirigido a tener una gran experiencia rural con otros viajeros puesto que hay salas comunes para descansar o charlar.Por supuesto, en su exterior no podían faltar los espacios reservados para hacer un “braai” (barbacoa) al calor de un buen fuego. Steve y Lulú (una mexicana enamorada de Sudáfrica), sus propietarios, han sabido crear una atmósfera acogedora y hacerte sentir como si estuvieras en casa. Pero si bien es un alto muy agradable para descansar, lo más importante del Khotso son sus actividades, desde excursiones en 4x4 para conocer el espectacular paso de Sani, hasta trekkings a pie por las Drakensberg para descubrir su entorno o las pinturas rupestres hasta su plato fuerte: los caballos.

Doscientos caballos con guías especializados se encargan de que se puedan realizar desde cabalgatas de dos horas por las montañas y colinas hasta un viaje de ensueño de varios días... superando las Drakensberg, cruzando la frontera y entrando en Lesotho hasta el Parque Nacional Sehbalathabe. Este parque nacional del pequeño Lesotho está a tan solo 5 horas a acaballo de Khotso. En el camino se verán las Drankensberg desde un punto de vista único, se visitan cuevas, se muestran pinturas rupestres San, se sella el pasaporte al aduanero desde el propio caballo (¡en pocos sitios se puede hacer eso!) y se termina el viaje al borde de Sehbalathabe, donde hay un pequeño albergue para pernoctar. Se puede hacer en dos días por 150 €/persona pero es una pena no dedicar por lo menos un día a las colinas de Lesotho y sus pueblos de casitas rondavel por lo que se ofrece la posibilidad de realizarlo en 3 días por 220 €/persona. Incluso, para 3 ó más personas se puede realizar una salida de más días o más personalizado (acampadas, pernoctas en aldeas, etc.) por 75 €/persona y día., siempre todo incluido. ¡Qué más se puede pedir!

Para nosotros, tras varios días alternando el trabajo con actividades al aire libre en Khotso, ha llegado el momento de partir hacia Lesotho. Cuando divisamos el singular paso de Sani comenzamos a intuir por qué a Lesotho le llaman “el reino en el cielo”. El fabuloso paso a 2.880 metros de altitud sólo es transitable en vehículos 4x4 para poder trepar por su sinuosa, empinada y abrupta pista, que más que ascender... trepa por el muro de roca hasta alcanzar la meseta superior. No destaca por ser de los más altos pero si de los más desafiantes por su configuración tan accidentada en zig-zag.

El cruce de las aduanas se solventa con un rápido trámite que consiste en un sellado de pasaportes. La frontera sudafricana se encuentra en la parte inferior del paso y marca el inicio de la retorcida pero sugestiva escalada. Escoltados por los dorsos retorcidos de las “montañas dragón” (Drakensberg) comenzamos a trepar por sus empinadas curvas hacia el reino en el cielo de Lesotho.

Pocas veces hemos visto un paso con una estructura tan abrupta y zigzagueante como este. Nos recuerda a los pasos de Zoji-La en Cachemira, el paso de Leba de Angola o el Paso de Lamayuru en Ladakh, el Pequeño Tibet del Himalaya indio. La reductora resulta ser imprescindible cuando nuestras BF Goodrich comienza a morder la roca para encaramarse al muro que, curva a curva, será coronado. Una vez alcanzada la cima un altiplano se extiende ante nosotros y al mirar hacia atrás vemos la pista retorcida por la que acabamos de ascender y que termina sumergiéndose por el valle donde la escarlata protea, flor nacional de Sudáfrica, salpica las faldas de las colinas que dejamos atrás. Acabamos de entrar en un país cuya cota más baja son 1.100 metros de altitud, ningún otro país tiene una cota mínima tan alta.

Aunque seguimos circulando por pistas de tierra y roca, el firme ya no es tan duro como durante la ascensión. Los puertos de montaña entre los dos mil y tres mil metros se van a convertir en los protagonistas de las próximas jornadas. El más importante de ellos es el paso de Tlaeeng a 3.255 metros, el paso más alto al sur del Kilimanjaro. Pero antes de llegar a Bhuta-Buthe hay que cruzar el paso de Moteng a 2.840 metros y ya vamos alternando la pista con asfalto, aunque en algunos casos está muy deteriorado y recuerda lo que padecimos en Angola. Los poblados con cabañas circulares tipo rondavel (de techos de paja y paredes de adobe o piedra) con pastores cuidando rebaños de vacas, ovejas o cabras mohair (muaré) serán los toques de vida que salpiquen los paisajes montañosos que nos rodean configurados por las Drakensberg y las Maloti. Algunas cabañas exhiben un largo mástil con una paño ondeando al viento e indica que se ofrecen a la venta ciertos productos, si el paño es rojo se puede adquirir carne, si es verde, vegetales y si es blanco o amarillo... cerveza (bien de sorgo o de maíz). Las cabañas que elaboran esa especie de cerveza, cuando hacen ondear su particular bandera, las convierte en punto de encuentro de la población. La ganadería y la agricultura han sido tradicionalmente los pilares de la economía pero el agua, su “oro blanco”, se va a convertir en otro producto imprescindible que podría mejorar la situación de este empobrecido país.

Todo el nordeste del país hasta la capital, Maseru, es donde se concentra la mayor parte de la población. Lesotho cuenta con dos millones de habitantes en una superficie de 30.355 km2. pero da la sensación que son muchos menos habitantes al encontrarse tan diseminados.

Las Drakensberg al este y las montañas Maloti, ocupando las tres cuartas partes del país, son el telón de fondo de un territorio salpicado de cuevas con arte rupestre san (bosquimano) uno de los grupo más antiguos que poblaron estas tierras y dejaron su huella imperecedera junto a otros moradores aún más arcaicos, los dinosaurios. Aunque sus huellas son difíciles de localizar conseguiremos encontrar su rastro.

Los cielos nubosos de las Drakensberg han dado paso a cielos resplandecientes de un intenso color azul y sol radiante que acentúan la belleza de los verdes valles que recorremos. El único inconveniente es lo temprano que acaba el día, sobre las seis menos cuarto de la tarde el sol se esconde y la noche deja caer su negro telón de forma fulminante con el consiguiente descenso de las temperaturas. Si durante el día podemos llegar alcanzar los 25ºC por la noche podemos descender hasta los 3 ó 4ºC. Las acampadas se convierten en una dura prueba pero convenientemente arropados en nuestra tienda-techo conseguimos sobrellevar las gélidas noches después de calentarnos en nuestro infiernillo algo que nos temple el cuerpo.

La casi nula infraestructura en Lesotho, hace que cada noche improvisemos la acampada al acabar el día. A veces acampamos por libre y otras junto a cabañas de las montañas tras pedir permiso al jefe del poblado. Pero cuando nos acercamos a zonas más poblados resulta más conveniente buscar un refugio más seguro. Las misiones en Lesotho hacen acto de presencia en muchos puntos del país. Ya sean católicas o anglicanas, abren amablemente sus puertas para alojar en sencillas pero limpias habitaciones a los huéspedes o en nuestro caso, acampar en sus jardines. En la localidad de Leribe, por ejemplo, acampamos en el patio de la Misión Anglicana donde la simpática “sister Lucy” no tuvo inconveniente en abrirnos las puertas de la misión cuando llegamos bien entrada la noche. Conducir de noche, como siempre, no es la opción más aconsejable porque los lugareños se desplazan a pie por los caminos y hay mucho ganado suelto. Pero claro, en esta estación el ocaso es a las 17:45 h. y con días tan cortos algunas veces tenemos que realizar algún tramo nocturno.

La montañosa pista que parte de Leribe hacia la presa de Katse transcurre entre los espectaculares paisajes de picos accidentados y verdes valles. Nos vamos encontrando con las tradiciones más auténticas de Lesotho a través de su población. Los pastores a lomos de sus caballos y burros comienzan a irrumpir por el paisaje junto con los habituales rondavels. La mayoría de la población que nos vamos encontrando visten el atuendo nacional de Lesotho: una manta. El origen de esta costumbre es muy singular. En 1860 los comerciantes ingleses regalaron una manta al rey de Lesotho Moshoeshoe. Diez años después fue tal la demanda que generó el uso de esta prenda de abrigo que un siglo y medio después se ha convertido en la seña de identidad de su vestimenta. Hasta entonces los lugareños habían vestido con las prendas hechas con la piel de los animales pero las mantas inglesas eran más ligeras y les proporcionaban más calor, algo muy importante para una población que vive entre los 1.100 y 3.000 metros con crudos inviernos nevados, que ahora no pueden pasar sin ellas. No obstante, han desarrollado un elaborado sistema en los que la calidad, el material y el diseño del tejido determinan la posición social. Los pasamontañas y botas son otras de las prendas que los pastores llevan acompañando a sus preciadas mantas.

El puerto de Mafika-Lisiu nos va a encumbrar hasta los 3.010 metros de altitud pero no bajaremos de los 2.000 metros durante todo nuestro recorrido por el interior del país. La presa de Katse forma parte de un ambicioso y provechoso proyecto denominado “Proyecto Hidrográfico de las Tierras Altas” que lleva desarrollándose desde hace más de quince años y que hasta el año 2.020 seguirá construyendo presas y conductos de agua para aprovechar y exportar su “oro blanco” a Sudáfrica. Sus objetivos es proporcionar electricidad a todo el país porque por ahora el tendido tan solo llega a las poblaciones más importantes. De la presa de Katse sale un túnel que conduce agua hacia las minas y la industria de la provincia sudafricana de Gauteng, donde este bien escasea. Por lo pronto les está reportando beneficios creando puestos de trabajo y nuevas carreteras porque actualmente, ni siquiera se puede circunvalar el país sin un 4x4. En ruta hacia la capital de nuevo atravesaremos puertos entre los 2.000 y 3.000 metros como el paso de “Dios me ayude” ( “God Help Me”) de 2.281 metros y otra importante presa, la Mohale que también forma parte del gran proyecto hidráulico. Los refugios de los pastores son otros de los elementos que forman parte del paisaje. Los pastores comienzan a la temprana edad de 10 ó 12 años a pastar en solitario con los rebaños y quedarse solos durante largos periodos de tiempo en estos refugios diseminados por las laderas de sus impresionantes montañas. Normalmente van acompañados de fieles perros, que suelen ser bastante feroces a la hora de defender al ganado de cualquier amenaza, sobre todo de noche.

Poco antes de alcanzar Maseru, nos desviamos 10 kilómetros de la ruta principal para llegar hasta Thaba Bosiu. Este emplazamiento es de vital importancia para la historia de Lesotho. Antes de la llegada de los europeos la sociedad de esta zona del mundo estaba organizada en pequeños territorios gobernados por jefes. La llegada de los europeos en el s. XVIII y la demoledora expansión del reino zulú provocó una gran impacto en la sociedad sotho pero consiguió sobrevivir gracias a la habilidad de su jefe Moshoeshoe el Grande. Jefe de un pequeño poblado se hizo fuerte y condujo a su gente hasta Butha-Buthe (que significa “lugar de descanso”) para más tarde trasladarle hasta Thaba Bosiu (“montaña en la noche”), una cima más fácil de defender al ser más inaccesible, donde consiguió que su pueblo sobreviviera. Su rey Moshoeshoe, mediante alianzas con jefes poderosos así como ofreciendo ayuda a refugiados que le apoyasen consiguió no ir a la guerra y crear su propio reino Basutolandia, al cual también contribuyó la acogida que dio a los misioneros franceses y dejarse aconsejar por ellos para defenderse contra las intenciones colonizadores de los británicos y los boers.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, Thaba-Bosiu fue testigo de la creación de este nuevo estado y entre los restos de sus antiguas murallas acoge las tumbas de sus reyes. Aunque a la muerte de su astuto rey la lucha por la sucesión fue aprovechada por las fuerzas colonizadoras, hoy en día Lesotho es una nación independiente que aunque le queda mucho camino por recorrer para salir de estado de gran pobreza en el que viven (el 45% de la población está en paro, viven de la agricultura y ganadería de subsistencia y, como no, el SIDA causa estragos) Esperemos que progrese sin perder su idiosincrasia natural de pueblo acogedor y pacífico.

Maseru, con sus 175.000 habitantes, constituye su capital y se creó a finales del siglo XIX con lo cual su historia es muy reciente. Llegamos en fin de semana con lo cual a la falta de actividad propia de ese momento de la semana se unió el estado de laxitud habitual de la ciudad. Apenas hay circulación y tampoco hay mucha población por sus calles. Su encogido centro posee algunos antiguos edificios coloniales construidos en piedra arenisca y tejados rojizos a dos aguas que se mezclan con edificios de corte moderno. De hecho, sus calles fueron asfaltadas para recibir la visita de la casa real británica en el año 1947. Aunque nos advierten que tomemos precauciones por posibles robos o tirones, la capital es relativamente segura y a la gente le gusta acercarse a saludarnos y preguntarnos de dónde somos para a continuación darnos la bienvenida a su país y seguir su camino.

De nuevo una misión anglicana fue nuestro alojamiento mientras estuvimos en la capital. La población lesotense es un 80% cristiana (católicos, anglicanos y episcopalianos) pero no obstante aunque el resto de la población conserva sus ancestrales tradiciones y ritos basothos, los que profesan la religión cristiana siguen practicando ciertos rituales tradicionales. Como por ejemplo casi todos sus poblados cuenta con la presencia de los “sangomas” (curanderos) que desarrollan sus propios amuletos y rituales. Un “plan de emergencia” hasta que pueden ser transportados y atendidos mediante la medicina tradicional en hospitales.

Al sur de Maseru, a unos 40 kilómetros, llegamos a Morija para encontrarnos con otro capítulo de su historia reciente. La primera misión de misioneros franceses protestantes que bautizaron a la ciudad con ese nombre por el Monte Moriah en Palestina. Pero la joya de este recorrido hacia el sur la representa la zona que rodea a Malealea.

Poco antes de llegar al poblado cruzamos un paso llamado “Las Puertas del Paraíso”. Nos hacía un día radiante de sol y cielo despejado con lo cual cuando se abrió ante nosotros la espectacular vista de las montañas y el valle. Realmente el nombre con el que le han bautizado recoge el espíritu de la visión que desde allí se contempla. En una placa adherida a una roca se puede leer lo siguiente: “Caminante, detente y observa una de las puertas del paraíso”. Un pastor vigilaba sus ovejas que pastaban en las laderas del paso de montaña mientras se deleitaba, como nosotros lo hacíamos, con el sublime paisaje. Cuando por fin nos deslizamos por la sinuosa pista de tierra llegamos hasta el Malealea Lodge, que se ha convertido en el centro neurálgico del valle y una referencia para intentar crear varios centros de este tipo por todo el país puesto que sin alojamientos los viajeros tienen muy difícil conocer este pequeño y peculiar país. Siguiendo el concepto “Backpacker” sudafricano posee muchas opciones de alojamiento (desde camping a 5€ a confortables rondavels con baño propio por 45 €), una decoración étnica muy atractiva y muchas actividades, desde los imprescindibles trekkings hasta paseos en pony para alcanzar cascadas, yacimientos de arte rupestre san o simplemente para perderse por este hermoso entorno. Con tan solo 5 centros más como este, el país tendría la base para comenzar a hablar de “infraestructura” para viajeros.

Seguimos la pista que desde Malealea iba serpenteando por un cañón que nos seguía ofreciendo uno de los paisajes más asombrosos de Lesotho. De nuevo los picos recortados con abruptas laderas que desembocan en valles recorridos por ríos donde su población sigue manteniendo sus tradiciones más ancestrales. La nube de polvo que levantábamos mientras nos deslizamos por la tranquila pista desaparece cuando alcanzamos de nuevo el asfalto para dirigirnos a Quthing donde, tras infructuosos resultados en otros lugares, estábamos decididos a localizar las famosas pinturas rupestres y las huellas de dinosaurios que aún prevalecen en territorio lesotho.

Para localizarlas tuvimos que contar con la ayuda de la pequeña población de Qomoqomong, a unos diez kilómetros al sudeste de Quthing por una pista muy deteriorada. Una señora que paseaba por las afueras del pueblo le pidió a un chiquillo que nos acompañase. Pero cuando dejamos el coche aparcado en el pueblo toda una chiquillería se vino con nosotros en busca de las pinturas. Después de unos 20 minutos caminando localizamos las pinturas en una cueva abierta y mereció la pena el esfuerzo. Figuras humanas con cuernos, ganado y antílopes elands ilustraban las paredes con sus antiquísimas pinturas. Las huellas de dinosaurios fueron más fáciles de localizar pues se encontraban cerca de la carretera principal. Se calculan que pueden datar de hace 180 millones de años.

Si las huellas del pasado nos han permitido acercarnos a un momento de su remoto pasado no menos emocionante va a ser presenciar inesperadamente un rito de sus tradiciones más ancestrales. Avanzando por la solitaria pista que nos conducía a Sehlabathebe, de pronto, tras un giro en una curva, nos encontramos con un grupo de chicos jóvenes en una llamativa ceremonia. Llevaban todo su rostro y cuerpo pintado de rojo, mantas del mismo tono y lanzas mientras entonaban unos cánticos dirigidos por el jefe de la ceremonia. No quisimos acercarnos de una manera demasiado acuciante así que discretamente paramos y desde lejos observamos. Pero rápidamente el jefe del poblado se acercó a nosotros y nos invitó a acercarnos y presenciar la ceremonia. Todo el mundo fue encantador y muy colaborador cuando les pedimos si podíamos fotografiar y grabar el ceremonial. Realmente amables, acogedores y, sobre todo, muy orgullosos de mostrarnos su ceremonia que nos trataban de explicar en el mejor inglés que podían. Se trataba del rito de la circuncisión que aún se sigue practicando incluso cuando procesan el cristianismo. Un encuentro inesperado y fascinante.

Con los cánticos de la ceremonia resonando en nuestros oídos encaminamos nuestros pasos hacia otra zambullida en su espectacular naturaleza. El punto de partida lo marcará el Parque Nacional de Sehlabathebe, al cual llegamos a través de una sinuosa pista que de nuevo nos obliga a cruzar, con gusto, una serie de puertos de montaña. Pero en esta ocasión vamos a comprobar de una forma contundente como cuando se desata la fuerza de la naturaleza puede llegar a ser devastadora. En Quthing nos habían dicho que la pista que ahora nos proponemos recorrer había sido literalmente “borrada” del mapa, que ya no existía debido a las lluvias. Pero no nos íbamos a dar por vencidos y dar media vuelta así como así. Íbamos a intentar llegar hasta donde el todo terreno y el estado de la pista nos lo permitiesen y si realmente la ruta de salida estaba cortada... pues entonces sí daríamos la media vuelta.

Mientras íbamos “trepando” por curvas que desafiaban la fuerza de la gravedad con desfiladeros de vértigo, numerosos cursos de agua cruzaban la pista. Efectivamente hace unas semanas esta pista debió de ser una pesadilla y ya hemos podido comprobar, por la cantidad de veces que tuvimos que engranar la reductora para superar tramos de roca, como la fuerza de los cauces de agua, que ahora cruzan tímidamente la pista, debieron arrasar con todo. Cada poco tiempo veíamos grandes canales, excavados en la roca por la poderosa erosión del agua, que cruzaban la pista. Es indudable que cuando llueve fuerte se reactivan todos esos canales y la pista queda cortada en infinidad de tramos puesto que la fuerza del agua cayendo en tromba desde las cumbres arrollaría todo a su paso. Definitivamente el agua constituye un pilar indiscutiblemente fuerte en la economía de Lesotho inteligentemente conducido y aprovechado.

Afortunadamente, nos ha acompañado un tiempo fantástico y aunque el avance ha sido muy lento debido al estado de las pistas, de esta forma nos ha permitido saborear cada recodo del fantástico paisaje que nos rodeada. Posiblemente este tramo, desde Sehlabathebe a Rafolatsane haya sido el que más nos ha impactado. En medio de la aridez de las alturas, el río Senqu crea fértiles valles, cañones, impresionantes meandros, un paisaje que hasta nos recordó el Himalaya medio. Y la incertidumbre del estado de esta pista hace que pocos viajeros se adentren por ella y la población vive casi al margen del resto del país. Los poblados de rondavel encaramados en las laderas, el encuentro con los pobladores, las improvisadas acampadas al atardecer y una población de sonrisa fácil y curiosidad insaciable, la convierte en un recorrido único.

En las cercanías del puerto de Matebeng, a 2.960 metros de altitud, aparece el recodo más impresionante del río Senqu (también llamado Orange) con un gran meandro que genera una explosión de vida en este valle encajado entre áridos montes. El ocaso estaba cercano así que decidimos acampar allí mismo para disfrutar el máximo tiempo posible de esta fastuosa visión. Los 2.600 metros de altitud hicieron que la noche fuese muy fría pero cuando el sol volvió a adueñarse del valle... la temperatura ascendió vertiginosamente y seguimos disfrutando del valle mientras desayunábamos tranquilamente.

El esfuerzo y no dejarnos desanimar por las informaciones fatídicas sobre la “desaparición” de la pista nos ha permitido disfrutar de unas de las rutas más sugestivas de este pequeño reino en las nubes que, tras varios puertos más hasta volver a superar los 3.200 m de altitud, nos ha conducido de nuevo al altiplano que muere abruptamente en el impactante paso de Sani. En él comenzamos la exploración de Lesotho y es también el perfecto colofón final de ensueño por “el reino en el cielo”. Tras poner en orden todas nuestras notas y fotografías, iniciaremos la ruta hacia otro reino todavía más pequeño: Swazilandia.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.