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Crónica 4,

Encrucijada de África (Mali)

Ruta : Reinos Perdidos de Africa | País : Mali

La entrada a Mali la realizamos al anochecer, la electricidad en el pueblo fronterizo de Kidira "brilla por su ausencia" y sólo se dispone de linternas y quinqués. La corrupción del puesto de policía nos refleja lo que nos va a suceder en el resto del país y tras cobrarnos recargos inventados sobre la marcha, debemos rellenar un montón de papeles, entregar fotos y someternos a un espectacular registro en busca de "cosillas" que les pudiesen servir. Afortunadamente es de noche y no es lo mismo registrar con una linterna que a la luz del día. Así que después de una hora de curiosear logramos que no se queden con nada, a pesar de su insistencia.

Tras esta experiencia decidimos alejarnos del pueblo y montar el campamento en la soledad del sahel, a mitad de camino entre Kidira y Kayes, con el eterno hilo musical de lejanos tam-tam. A la ciudad de Kayes, a unos 100 km de la frontera, se llega por una pista en buenas condiciones y en ella se encuentran uno de los mercados más pintorescos que conocimos durante nuestra estancia en Mali. La mayoría de los puestos son regentados por mujeres que junto con sus variadas mercancías componen escenas llenas de colorido y belleza. Sus originales peinados y vestidos multicolores junto a sus puestos de verduras, frutas, pescado seco o fresco, ropas y puestos de buñuelos provoca un gran bullicio.

Los borregos corretean por doquier comiendo lo que encuentran por las calles y un sin fin de escenas similares componen la actividad cotidiana. Después de adquirir algunas provisiones buscamos un tranquilo y apacible lugar para acampar pues nuestro compañero de viaje, José Antonio, continua encontrándose mal y necesita un buen descanso.

Ponemos rumbo hacia los rápidos de Felou y en un tranquilo recodo, con los rápidos a pocos metros, nos asentamos durante dos días para esperar su recuperación. El lugar es encantador, pequeñas cascadas son nuestro telón de fondo y en los remansos, donde podíamos bañarnos, están las canoas de los pescadores amarradas a las rocas. Pero en Mali la naturaleza y la tradición africana se va alternando con la historia más reciente y cerca del lugar se encuentra el pueblo de Medine. En ese enclave se encontraba el acuartelamiento francés encargado de custodiar ese tramo del río Senegal.

Todavía se conservan los edificios de dicha guarnición: salas de oficiales, enfermería, torre de vigilancia, estación de ferrocarril, cementerio... Estos antiguos edificios casi en ruinas albergan hoy en día el colegio del pueblo y sus paredes, pintadas de negro, cumplen la función de pizarra.

Una chiquillería con el día libre nos acompaña todo el camino convirtiéndose en nuestros improvisados guías, ningún secreto de la zona quedaría sin desvelar.Continuamos explorando los márgenes del río y damos con pequeñas aldeas donde después de presentarnos al jefe, alguno de sus hijos nos acompaña para enseñarnos sus casas, sus enseres, sus familias y su modo de vida. Aldea tras aldea se repite la misma escena y se disfruta de idéntica hospitalidad. Pero nuestro compañero empeora por momentos por lo cual decidimos volver a Kayes para que sea tratado por un médico.

Éste le diagnóstica disentería amébica y unos medicamentos que en teoría deben de aliviar su dolor hasta llegar a Bamako. El problema es que Kayes se encuentra en medio de la nada y hay que recorrer 600 km de horrorosas pistas sahelianas. Incluso salir de Kayes es complicado ya que hace más de 8 meses el puente que permite cruzar al otro lado del río Senegal ha dejado de existir y en su lugar una barcaza de dudosa estabilidad, nos cruza a la otra orilla.

LAS SORPRESAS DEL SAHEL

A partir de este punto existen dos posibilidades para continuar nuestro camino. Una de ellas, la corta, consiste en seguir el curso del río Senegal y el Bakoye para pasar junto a una serie de bellas cascadas que jalonan toda una accidentada pero muy atractiva zona. Pero lamentablemente, las lluvias caídas durante el verano han dejado la zona completamente inundada y es imposible avanzar debido al barro y al desbordamiento del río. Así que optamos por la segunda opción, vía Nioro, es 300 km más larga y se trata de una infecta pista de boquetes, tramos de "tôle ondulée" y piedras que nos obligan a avanzar lentamente ... pero por lo menos no se encontraba inundada.

Aunque en África nada es fácil y la policía de Kayes nos invita a tomar "precauciones" a la hora de acampar. Por la zona fronteriza suelen aparecer esporádicamente los "rebeldes", como ellos denominan a los tuaregs del norte, que a veces realizan incursiones por la zona. Pero aun con todo preferimos acampar al aire libre que quedarnos en un pueblo como Nioro donde los aduaneros querrían registrarnos de nuevo para quedarse con parte de nuestras cosas. A la tortura de avanzar por este territorio no queremos unir el factor "aduanero". A partir de Diema la pista degenera totalmente y está repleta de surcos y zanjas producidos por las rodadas de los camiones que abastecen a los pequeños poblados.

Nuestras cubiertas no dan el resultado esperado y los primeros pinchazos nos hacen sentir todavía más inseguros en esta ruta. En ocasiones las rodadas son tan profundas que no tocamos con las ruedas el suelo y preferimos conducir nuestro Montero a través de la maleza, piedras y riachuelos embarrados o lo que hiciese falta. Al final, como siempre que se avanza por maleza, aparece la zanja intempestiva... en la que caemos. Por fortuna la lenta velocidad a la que vamos sólo permite que una de las ruedas se introduzca en la zanja pero su opuesta diagonalmente queda en el aire.

Gracias al cabestrante y a un pobre árbol, que incluso seco y muerto nos presta una gran ayuda, logramos salir de allí. En ocasiones pasamos junto a pequeñísimos poblados en los que apenas se ve a nadie, ya que los hombres están en el campo y las mujeres encerradas en casa. Algún que otro chiquillo corretea por las calles detrás de alguna cabra o con otros compañeros de juegos.

Pero necesitaremos dos días para salir de esta pista. Cuando por fin alcanzamos la ruta principal que nos lleva hasta Bamako, no lo podíamos creer. No está asfaltada pero al menos el avance es más rápido y aunque está amenizada con una suave chapa ondulada y hay que sortear algún que otro socavón pero no existe comparación con el infierno de días pasados. Es en Bamako donde nuestro compañero ingresa 5 días en un hospital. Allí le realizan una serie de análisis para confirmarle lo que ya conocía e informarle de la presencia de otros nuevos parásitos. Su aventura, desgraciadamente, ha finalizado, así pues se ven obligados a seguir directos a Costa de Marfil y desde Abidjan vuelven a España.

Nuestra ruta hasta el País Somba en Benín, se desarrollará a partir de Bamako en solitario. África es así, se sabe cuando se sale pero nunca sabemos cuando se llega... ni cómo.

ANTIGUAS CIVILIZACIONES

Son varios los grupos étnicos que conviven en Mali pero son los Bambaras los que se hayan concentrados en el área de Bamako. Es el grupo más numeroso y son los que ocupan importantes y altos cargos en el gobierno.

Después de los Bambaras, el grupo más destacado es el de los tuaregs, conocidos como "los hombres azules del desierto". Están concentrados en el norte, en el área circundante a Tombuctu, se sienten superiores a los negros y por ello siempre ha existido conflicto entre ambos grupos. Sobre todo desde 1990, cuando los tuaregs encabezaron una rebelión que esta causando graves problemas al gobierno. Debido a este motivo en la actualidad es imposible acceder a la zona de Tombuctu, pues la violencia se ha recrudecido, alcanza la zona de Gao y se extiende por todo el Norte del país.

Tampoco es posible remontar el Níger en barco, privándonos de una fascinante experiencia en esta zona del mundo. Cuando es posible navegar son cuatro los días que se tardan en recorrer Mopti-Tombuctu. Si se quiere se puede parar en las ciudades más importantes de la cuenca, además de conocer distintas aldeas de bozos, somonos y peuls entre otros.

LA VENECIA DE MALI

Pero siguiendo el curso del Níger hacia el este podemos disfrutar de otra de las maravillas de este turbulento país que aún conserva el encanto de antaño, cuando era una de las encrucijadas caravaneras más importante de Áfica.

Se trata de Djenné, una de las ciudades más antiguas y míticas del Oeste de África y que poco a cambiado a lo largo de los siglos. Constituye el conjunto más perfecto y homogéneo de la arquitectura sudanesa medieval, con perfiles de torres y pináculos que se recortan en el cielo y realizado con adobe y troncos de palmera, cuyos extremos sobresalen por sus muros. Estilo ideado por el musulmán andaluz Es-Saheli a quien trajo desde La Meca el Emperador Kankan Mussa. En medio de este legado arquitectónico del pasado emerge la espectacular mezquita, que como un faro altivo se ha convertido en la estrella de la ciudad y es considerada una de la joyas del arte mundial.

Para acceder a esta encantadora ciudad es necesario embarcar de nuevo nuestro Montero en otra imprevisible barcaza que nos cruzará por las aguas del río Bani, afluente del Níger. Esto es debido a que la ciudad está construida sobre un pequeño montículo, que en época de lluvias queda cercada por las aguas, razón por la cual se le ha llamado la "Venecia del Níger". Es un placer pasear por el laberinto de sus estrechas calles, donde apenas penetra el sol y la temperatura es más fresca. Se pueden admirar todavía preciosos portales abovedados con pequeñas columnas o ventanas con marcos de madera pintados de verde y con un cuarterón central de madera calada de color rojo.

Las casas pueden ser de un sólo piso o de varios. En el piso superior vivían los amos, en el piso intermedio los esclavos y la planta baja se dedicaba a los almacenes o a los talleres de artesanos. Tras quedarnos un día extra en Djenné, pues un camión se ha quedado bloqueado en la barcaza, llegamos a la ciudad de Mopti, donde por enésima vez tenemos que pasar un registro y rellenar formularios. Situada en la confluencia de los ríos Níger y Bani está construida a partir de tres islas unidas por diques de relleno. Esta ciudad portuaria es el principal lugar de reunión y de intercambios entre productos tropicales y sahelianos, lo que fomenta la concentración de una población abigarrada y dispar que da a todo el conjunto un marcado exotismo.

El río es la vida de Mopti y disfrutar de un tranquilo paseo en alguna piragua artesanal nos conduce hasta algún poblado bozo de pescadores donde se puede admirar una artesanía propia y utensilios ancestrales empleados en la pesca y en el hogar. El barrio que se halla al pie de la impresionante mezquita del mismo estilo que la de Djenné, es un suburbio que impresiona por la sobrecogedora pobreza y condiciones inhumanas en las que viven cientos de familias en diminutos habitáculos sin agua corriente, sin electricidad, sin la más básica higiene, donde familias supernumerosas se amontonan. El espectáculo es estremecedor pues más que vivir lo que tratan es de sobrevivir al desafortunado destino que les ha tocado.

Quizás por este motivo se aferran con más fuerza que otros a su religión, representada por su bella mezquita, que es digna rival de la de Djenné y que recuerda otros tiempos más gloriosos para esta pobre gente. Es aquí donde podemos observar sin quedarnos impasibles la extrema realidad de uno de los cinco países más pobres del mundo: Mali. Pero el verdadero corazón de la ciudad es su puerto y su mercado que supone un punto de encuentro de los distintos grupos étnicos que pueblan el delta interior del río entre las que se encuentran los dogones, los songais, los peuls, los sorko y los bozos favoreciendo una importante mezcla cultural y económica.

Mientras esperamos el embarque la intensa actividad que se vive en la orilla del río es constante: los pastores lavan frenéticamente a sus cabras a fondo, incluso los dientes; las mujeres se bañan casi desnudas en el río con toda naturalidad; los pasajeros bajan y suben sin cesar de las canoas abarrotadas que les transportan a un lado y otro del río; los puestos ambulantes venden de todo con señoras que llevan a sus hijos colgados a la espalda, dormidos y ajenos a toda la actividad que brota a su alrededor. Pero Mali no sólo nos ofrece las llanuras del Sahel y el fértil valle del Níger con ciudades medievales también nos deleita con enclaves místicos y llenos de misterio como las montañas de Bandiagara.

EL PAÍS DOGÓN

A pesar de todos los contactos que mantuvieron con los diversos pueblos que fueron encontrando en su peregrinar y de los intentos de conversión al Islam, la civilización animista de los dogones siguió fiel a su tradición y se convirtió es una de las más originales y complejas de África. Presionado por estos pueblos se vio recluido en los agrestes parajes de la falla de Bandiagara. Aquí construyeron sus chozas cilíndricas y estilizadas con techo de paja que materialmente están pegadas a las paredes de la falla. Escalonándose unas a otras en forma de terraza, forman un conjunto de belleza particular. En las cuevas abiertas en las partes altas de las paredes rocosas, que en otro tiempo habitaron los Pigmeos, tienen ahora los Dogones sus cementerios y lugares sagrados donde guardan máscaras y estatuillas rituales.

Todo lo que les rodea o lo que construyen con sus propias manos pasa a simbolizar el proceso de la creación del mundo y poner en marcha las fuerzas mágicas que rigen el universo. Fue el francés Marcel Griaule quien descubrió en 1933 a este atrayente pueblo en una expedición etnográfica. En su libro "Dieu d'eau" ("Dios de agua") cuenta de la forma más bella todo lo que queramos saber de este misterioso pueblo. Alrededor de 300.000 personas constituyen esta tribu conservando una de las culturas más fascinantes de África. Posen su propia lengua y su propia religión animista y aunque el 35% de la población dogón se convirtió al islam muchas formas y costumbres animistas siguen arraigadas.

Shanga es una de las ciudades dogones más accesible para visitar a través de un pista pedregosa, el resto de los poblados sólo es posible visitarlos a través de excursiones a pie y con acampadas para no tener que volver cada noche al punto de partida. Pero una condición indispensable es que debemos ir acompañados de un guía que nos presente a los habitantes según las costumbres de este pueblo, nos explique toda su simbología y así evitar la torpeza o imprudencia que por desconocimiento se pueden cometer.

En cualquier caso hay que ser consciente de que se penetra en una zona muy importante desde el punto de vista arqueológico, religioso e histórico. Pues nos hallamos ante una de las civilizaciones más antiguas y mejor preservadas de la antigua África Negra. Este es uno de nuestros últimos recorridos antes de continuar nuestro camino hacia las nuevas sorpresas que aún nos reserva el África Negra con un país desconocido para Occidente: Burkina Faso.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.