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Crónica 40,

India X - Éxodo

Ruta : Ruta de los Imperios | País : India

-Pues nuestro siguiente alto es Gangajonj , Gangaikandochalo , no puedo, me da la risa, léelo tu mismo en el mapa -le digo a Vicente, ya sin retener las carcajadas, mientras le paso el mapa. Lo mira y también se echa a reir.

-Jo con el nombre. ¿Pero cómo pueden bautizar un lugar con ese nombre y luego acordarse de cómo lo bautizaron? -intenta leerlo para demostrar que él lo puede leer rápido de un tirón pero en tres intentos antes de llegar a la letra dieciocho se le traba la lengua y le da la risa -bueno, como quiera que se pronuncie, para allá vamos -concluye mientras yo me muero de risa.

Ahí están Sravanabenlagola, Thiruvananthapuram, Udhagamandalam, Tiruchchirapalli, Sriranganathaswamy, Tirukkalikundram, Padmanabhapuram entre otros cientos de nombres que si no se es indio es imposible pronunciarlo correctamente a la primera sin que se nos trabe la lengua. No ha sido una, ni dos, ni tres las veces que hemos hecho el más patético ridículo intentando pronunciar dichos nombrecitos mientras los locales nos miraran con cara de pocker intentando por su parte descifrar el lugar en cuestión pero lo que nos hemos podido reír con nuestras pifias léxicas, además yo añado el acento "andalú" a los nombres indios. Hoy nos dirigimos a ¡Gangaikondacholapuram! Ahí queda eso, ahora hay que pronunciarlo rápido y sin leerlo, que es trampa. Hemos llegado a la conclusión de que se tiene que tratar de la revancha india al "supercalifragilisticoespialidoso" de la repipi institutriz Mary Poppins. Tiene que ser su venganza léxica particular a este clásico infantil que todos hemos visto alguna vez.

Partimos finalmente de Thanjavur, cuna y hogar del mágico templo-fortaleza de Brihadishwara, ha sido la base para explorar las huellas que los inolvidables emperadores cholas dejaron por su vasto dominio sureño. Unos espectaculares ejemplos de arquitectura religiosa como la gigantesca agrupación de templos de Tiruvalur o los de Kumbakonam y sus alrededores, donde las esculturas semieróticas que contienen le confieren su sello distintivo.

Llegamos a Supercalifragilis, digo a Gangaikondacholapuram. Es un santuario impactante, espectacular, muy bien conservado y alejado de las rutas habituales por la India. Resulta muy relajante perderse entre sus construcciones, jardines, estatuas, sin ruido, sin gritos, sin colas Eso es lo que nos encontramos en el templo de Gangaikondacholapuram. Por su nombre "sin igual" (será divertido oír como pronuncian su nombre en la exposición fotográfica del regreso, je,je) y por la fastuosa belleza de su templo principal, lo elegimos como lugar emblemático de la India y desplegamos la bandera de Ceuta delante de él para hacernos la foto que represente a la etapa india..

Un nuevo alto en Chidambaram, donde encontramos el complejo más antiguo de la India del Sur, miramos con detalle uno de sus gopurams (torres), tiene esculpido las 108 posturas clásicas de Natajara (Shiva en su papel de danzante cósmico).

OH LA LA !!

La antigua colonia francesa de Pondicherry, establecida a principios del s.XVIII, es una ciudad junto a la costa donde igual puedes pasear por una apacible calle con viejos edificios coloniales que zambullirte de cabeza en los atascos típicos de circulación al más puro estilo indio, mientras un policía con un impecable uniforme blanco y kepí rojo (herencia de los gendarmes franceses) intenta dirigir el caótico tráfico a golpe de silbato y garrote. Ciudad de contrastes que no muy lejos de ella vio nacer en el año 1968 un proyecto utópico llamado Auroville. Con la intención de demostrar al mundo que es posible la convivencia internacional, donde hombres y mujeres pudieran vivir en paz y armonía progresista entre sí, por encima de creencias, políticas y nacionalidades. Tres décadas después de que la francesa Mira Alfassa, la Madre, inaugurara el bienintencionado lugar, éste ha pasado por etapas más o menos agitadas. Pues tras su muerte en 1973 las disputas por hacerse con el lugar por parte de sus herederos ideológicos y de los habitantes de Pondicherry crearon una atmósfera hostil que a veces ha desembocado en violencia. Un triste legado para una idea con tan buenas intenciones pero sigue adelante y el proyecto se puede decir que está todavía dando sus primeros pasos. Con 1.200 residentes que se dedican a la investigación informática, a la tecnología alternativa, a la plantación de árboles y agricultura, a los deportes y al trabajo artesanal en cooperación con los lugareños entre otras cosas, intentando conservar el ideal espiritual de la Madre. ¡Suerte!

Pero ahora vamos a dar un salto desde el s.XX al pasado histórico puramente hindú, a Gingee, cuando los ideales de los habitantes de entonces se movían en otra dirección bien distinta, marcada por la época. Exactamente cuando el Imperio de Vijayanagar, en su máximo apogeo, desplegó una impresionante fortaleza sobre tres colinas separadas que unió por 3 km de murallas. Como ocurriese en Hampi, las montañas y las descomunales rocas calcinadas por el sol son las que estigmatizan el entorno con su contundente y arrolladora presencia. La soledad es su carta de presentación. El reiterativo canto de las chicharras hostigadas por el ardor de la atmósfera será el ritmo que acompañe el retumbar de nuestros pasos sobre las encallecidas piedras. Este desolado pero asombroso paraje nos transporta a otra época pero las gotas de sudor que resbalan por nuestro cuerpo, empapando nuestra ropa, nos devuelve a la cruda realidad, este calor es inaguantable y sudamos hasta por lugares que creíamos que no se podía sudar y pensar que el tiempo sólo puede cambiar para castigarnos con trombas de aguas intempestivas ¡menudo panorama!

ATALAYAS DE ADORACIÓN

Llegamos a una de las siete ciudades sagradas de la India, Kanchipuram, a primera hora de la mañana. Avanzamos hasta que un alto y grueso muro nos obliga a cambiar el rumbo. Estamos rodeando las murallas del templo de Devarajaswami, consagrado a Vishnu, el conservador, el preservador. Vendría a ser como Jesucristo para los cristianos, pues se le considera el redentor de la humanidad, una divinidad accesible. Los fieles se pasean con el signo que les delata como seguidores del dios que veneran, las tres rayas verticales en la frente. La del centro en rojo, para resaltar lo radiante que es la diosa Lakshmi (la esposa de Vishnu -que en realidad es él mismo, pero en su parte femenina- y que a su vez es la diosa de la riqueza, la prosperidad, el amor y del honor) de ahí que ambos sean de los más populares y con más seguidores.

Pero este templo es uno de los mil templos de los se erigieron por la venerada metrópoli, aunque solo quedan uno 125 repartidos por toda la ciudad. Un impresionante despliegue de atalayas de santidad que sembraron la ciudad de torres de adoración que competían en altura por alcanzar el concurrido cielo que habitaban sus numerosos dioses.

Nos sentamos a la sombra para descansar un poco y ser espectadores de todo lo que acontece en el santuario y somos testigos de que el calor castiga a todos los humanos por igual, ya sean visitantes o peregrinos que vienen a venerar los templos y dioses de Kanchipuram. Un espectáculo a medio camino entre la comicidad y el suplicio. Para entrar a los templos debemos descalzarnos pero nosotros siempre llevamos calcetines y nos permite llevar el paseo sobre las ardientes losas con algo de dignidad y hacer como "que no nos afecta". Para los indios es menos duro, están más acostumbrados a este calor sureño ... pero el sol de Kanchipuram debe de ser especialmente jocoso y amante de las "bromas".

Los fieles y visitantes a estos templos dejan las chanclas y zapatos a la entrada, a la sombra (hasta ahí todo bien), y al poco se comienza a caminar sobre las losas al sol y comienza el espectáculo de mímica, una auténtica lección de expresión facial. Entran pisando firme y animados, están acostumbrados al calor del suelo, al cabo de unos segundos entornan un poco los ojos, algo así como pensando "parece que este suelo está más calentito que lo habitual", pero no pierden la compostura. Al poco los ojos se abren en grande, diciendo "sí que está caliente de verdad este suelo". Dos segundos más tarde cada ojo mira para un lado, comunicando al cerebro que los pinreles se están achicharrando. En este preciso momento los ojos parecen salirse de las órbitas y comienza la desbandada para llegar a cualquier sombra, donde empiezan a dar saltitos para apaciguar el calentón. Se oyen unos llantos infantiles, algunos adultos inclinan un poco la cabeza y como que guiñan un ojo pensando "si yo venía con mi hijo ¿dónde está?" Se vuelve y reconoce entre los llantos los de su hijo que está histérico perdido en el sol sin saber hacia donde tirar. De nuevo un carrerón hasta el niño, dando saltitos sobre la punta de los pies, lo coge en brazos y se embala de nuevo hasta la sombra de donde partió. Algunos se lo toman a broma y cuando notan el calor hacen carreras para ver quién llega primero a la sombra.

Cuando sí que nos dio la risa fue cuando vimos a un indio perfectamente vestido (clase pudiente pies más sensibles) y con cámara de vídeo en ristre que al notar el infierno de las losas comienza a correr desesperado hacia la sombra pero recibe un placaje a medio camino por uno de los guardas que enarbola un carnet de tickets y grita "One hundred rupies !, One hundred rupies !" ("¡Cien rupias!, ¡Cien rupias!"), porque si la entrada es gratuita, hay que pagar 5 rupias por hacer fotos y cien por usar el vídeo. Fue una batalla campal sobre ascuas, uno pidiendo el dinero (y con la planta de los pies echa un callo, por lo visto, porque no parecía afectado por el brasero del suelo) y el otro, intentando soltarse, gritando que le dejase en paz, que se estaba quemando, que luego pagaría Al final se soltó, llegó a la sombra y tuvo unas "palabras" con el portero (que afortunadamente no entendimos porque los vocablos no parecían muy finos). Antológico.

Una vez superada la "prueba de fuego", entran en el templo y comienzan las "pujas" -ofrendas y oraciones- que se suceden en los numerosos altares que se prodigan por doquier. Flores, frutas, cintas de colores, barritas de incienso, bendiciones de los sacerdotes con la imposición de tikas en la frente (que varían en color y forma dependiendo del dios al que adoren), más fotos, guías espontáneos que desean sacar algunas rupias extras un sin fin de imágenes que se repiten sin cesar en cada uno de los templos.

La acampada en esta zona es inviable con este bochorno y dirigimos nuestros pasos hacia la costa, hacia el mar, buscamos desesperadamente la brisa. El mar de Arabia de hace unas semanas es sustituido en la costa este por la Bahía de Bengala. Nos instalamos en la ciudad costera de Mamallapuram. Lo primero que hacemos es recompensarnos con una ducha de agua bien fría, es el bien más preciado que ansiamos obtener al final de cada día.

Mamallapuram es sinónimo de relax, arena, playas, palmeras, y sede de los últimos vestigios del arte y la historia dravídica, el pueblo original de la India antes de que las fuerzas invasoras venideras se extendieran por todo el subcontinente. Una inmensa roca con nombre propio -"La Penitencia de Arjuna"- nos permite disfrutar de una impresionante escenografía tallada en la piedra. Nos quedamos con la boca abierta ante la expresividad y exquisita realización que muestra la enrevesada trama del nacimiento mitológico del sagrado río Ganges en el Himalaya, donde tenemos apuntando nuestra brújula (y nuestras mentes) como próximo destino para librarnos de este maldito calor. Pero antes, una última mirada a esta preciosa alegoría cuando el sol de oriente le da de lleno, como si un foco alumbrase un coliseo donde decenas de actores de piedra representan una de las leyendas hinduistas más sagradas.

Contemplamos cada detalle de esta enmarañada obra de teatro cuando notamos una brisa en la nuca, es el mar que nos llama, quizás celoso del tiempo que le estamos dedicando a esta representación. No le hagamos esperar, damos media vuelta y nos dirigimos a la playa, a escasos trescientos metros nos encontramos la arena, las olas y el pequeño "Templo de la Orilla", que sigue resistiendo al hostigamiento del viento y del mar desde tiempos inmemoriales. Fue declarado Patrimonio de la Humanidad para rescatarlo y preservarlo de las inclemencias de los elementos que han dejado sistemáticamente huella en él. Mamallapuram no tiene desperdicio y estos dos bellos lugares son sólo el comienzo de una serie de trabajos excavados en la piedra que los reyes palavas y pandavas propagaron por toda la zona. Los rathas (templos que representan carrozas de piedra) y los manpurams (santuarios excavados en la roca) son la prueba tangible de esta prolífica actividad religiosa artística.

TELEGRAMA A LOS DIOSES

Rumbo: Norte. Objetivo: Himalaya.

Temperatura actual: 45ºC.

Distancia a recorrer: 2.500 km.

Tiempo estimado: 3 días.

Tráfico: disparatado, desquiciado, absurdo, asesino, ... por no calificarlo con palabras más fuertes.

Mensaje: Solicitamos la protección de los dioses locales.

Firmado: Ruta de los Imperios.

Paralelos a la costa de Bengala subimos hacia el norte, serán 2.500 km. que tenemos intención de recorrer en tres días para huir del calor que llevamos padeciendo ¡dos meses ininterrumpidos! Nuestro temor no es el estado de las carreteras, más o menos pasable para tratarse de un país del tercer mundo, si no por la paranoica manera de conducir. Durante estos 2.500 km. veremos accidentes de todas las formas y colores, entre camiones, con autobuses, con turismos parecía que nos hallábamos ante un macabro desfile de modelos de colisiones. ¡Espeluznante! Es una historia interminable.

ÉXODO. DIA PRIMERO.

Nuestros temores de sustituir el calor por las lluvias no eran infundados. Llegó el final del primer día y fue el momento que eligió la cargada atmósfera para obsequiarnos con una espantosa tromba de agua acompañada de una ventisca que en pocos segundos se convirtió en un lanzamiento de pedruscos caídos del cielo a cañonazos. Los granizos que comenzaron a golpear el coche y los cristales, caían con tal fuerza que nos hicieron temer por la integridad de la luna delantera. Rápidamente intentamos localizar un lugar que nos protegiese de esta furia desencadenada de los elementos. Vemos un árbol, nos salimos de la carretera a toda velocidad y nos parapetamos debajo de él, ahora tan solo se trataba de que ninguno de los rayos que caían regularmente se fijase precisamente en ese árbol. ¡También sería casualidad! Pero no, ningún rayo cayó ahí y las ramas de nuestro anfitrión nos protegieron de los cañonazos del cielo durante los diez minutos que duró el fuego de esta artillería con proyectiles de hielo. Poco a poco, la lluvia fue desapareciendo y el cielo nos obsequió con un precioso espectáculo eléctrico que nunca antes habíamos visto. Una sucesión ininterrumpida de rayos y relámpagos que saltaban de nube en nube iluminaron el firmamento durante más de una hora, como si el día fuera a entrar de nuevo en escena cuando la realidad es que quedaba una larga y oscura noche por delante. ¡Bienvenidos a los monzones!

Hemos hecho 700 kilómetros. Son las nueve y media de la noche, Vicente está agotado, no puede más, va a desfallecer de un momento a otro. No, no es sueño, no se le cierran los ojos, es agotamiento extremo, está despierto pero le faltan fuerzas hasta para girar el volante. Buscamos un lugar para alojarnos porque las condiciones no eran las más idóneas para la acampada (rayos, truenos, lluvia, granizo). Y unas horas después conseguimos dar con nuestros fatigados cuerpos en una sencilla (¡pero que muy sencilla!) cama de una pensión de carretera. Una buena noticia, esta noche no hubo corte de luz y el ventilador de techo giró sin descanso toda la noche. Gracias a eso tan solo tuvimos que levantarnos una vez -a las 4 de la mañana- para darnos una ducha de agua fría y quitarnos el sudor que nos despertó e esa hora.

ÉXODO. DÍA SEGUNDO.

El cielo no tiene nubes pero tiene esa desagradable neblina que hace que la atmósfera tenga ese tono blanquecino que produce una luz cegadora pero tristona. Seguimos viendo vehículos accidentados (casi siempre camiones) con una media de uno cada 150 kilómetros, no nos anima para nada. Tan solo nos llueve una vez pero no era lluvia eran olas de agua dulce que pasaban por encima de nuestro Montero. Pero nada que ver con el espeluznante espectáculo de ayer. Vicente decide que no necesita pararse, engrana la tracción 4x4 y prosigue el avance con la prudencia que exige el estado del suelo y la meteorología. Casi no hay tráfico durante los treinta minutos que dura el diluvio, casi todo el tráfico rodado está parado. No nos hemos detenido ni para comer, yo preparo unos emparedados en marcha, no queremos perder ni un minuto en paradas evitables y mientras estemos avanzando tenemos aire acondicionado.

Son las diez y cuarto de la noche. Vicente ha avanzado otros 800 kilómetros pero ya no puede más, hay que detenerse en el primer lugar que tenga una cama. Tenemos suerte, a los pocos minutos encontramos una "guest house", es todavía más "modesta" que la de ayer pero si uno no mira donde se mete nos puede valer para salir del paso. Cogemos nuestras cosas y ¡mala suerte! La funda acolchada donde está la cámara principal de fotos sale rodando al abrir la puerta de atrás y cae al suelo. Estaba amarrada porque no teníamos intención de usarla hoy pero se debió de soltar con los baches de la carretera y esperó el momento más inoportuno para salir rodando, justo cuando la fatiga del agotador día ya no nos permitía tener reflejos para cogerla al vuelo ¡pasó a diez centímetros de mi mano y no pude ni moverla! Vicente abre la funda y si la cámara está bien, no así el objetivo, que se ha partido. Está tan cansando que ni se enfada (las cámaras son como sus hijos), tan solo dice "ya veremos como lo solucionamos, tendremos que encargar a tu hermano que nos traiga otro objetivo a Katmandu. Yo no puedo más, vámonos a la cama." Cuando llegásemos a Sikkim tendríamos que enviar un e-mail a Reyes con todas las características del objetivo para que lo compre y se lo de a Rafa cuando pase por Madrid para coger el vuelo a Nepal. Más líos, más trabajo para todos y otro desembolso importante que se une al ya producido por el accidente del ordenador. Qué se le va a hacer, es la vida.

ÉXODO.DÍA TERCERO.

¡No nos ha llovido! pero las carcasas de vehículos accidentados siguen "amenizando" las orillas de estos ríos de asfalto. La cuarta parte del tiempo estamos con las dos ruedas de la izquierda mordiendo la gravilla y piedras de los márgenes de la carretera para esquivar el tráfico que viene de frente. Teníamos miedo a pinchar porque todo ocurría a 60-80 km/h pero las ruedas aguantaron perfectamente y no tuvimos ni un solo pinchazo.

En un momento dado, no sabemos si ir a Darjeeling (la "puerta" de Sikkim, ya en el Himalaya) por la carretera que pasa por Calcuta (la "nacional") o por las comarcales del interior. Por las carreteras del interior se ahorran bastantes kilómetros (unos 90 km.) y habrá muchísimo menos tráfico de camiones pero son eso, "comarcales" y si las nacionales parecen la superficie lunar en algunos tramos ¿cómo estarán estas comarcales? También está el hecho de que siempre huimos de las grandes ciudades, los que siguen los mapas podrán ver que hemos evitado Bombay, Bangalore, Madrás, y ahora queremos evitar Calcuta. Cuando cruzamos Calcuta (sin detenernos) en el 92, tardamos dos horas y media, tan solo pasar el puente sobre el río Hooghly nos llevó una hora porque los conductores indios no entienden que si un puente de tan solo dos carriles que se halla atascado en su dirección si te pones a adelantar te encontrarás con los vehículos que vienen de frente y atascas también el carril contrario porque ya no puedes volver a tu carril. Se colapsa totalmente la circulación porque al "listillo" le sigue otro y otro y otro y ya no se puede dar marcha atrás. Uno de los cientos de espectáculos grotescos que se repite sin cesar en las carreteras de este país.

Detenemos el coche porque no sabemos que hacer. Como las carreteras del interior estén tan mal como otras que ya hemos pasado podría ser peor el remedio que la enfermedad. Vicente ve un hombre con una pequeña furgoneta que está tomando unos datos sobre los campos que nos rodean. Se acerca a él, le saluda y le pregunta sobre el estado de las carreteras que evitarían pasar por Calcuta. Si le llega a decir "good" u "OK" no vamos ni locos porque seguramente contestaba eso para salir del paso (como nos ha pasado un montón de veces y al final fue una tortura) pero no fue así, cogió el mapa y nos fue indicando exactamente el zigzag que debíamos de seguir para evitar los tramos "pesadilla" e ir sólo por los tramos nuevos. No se podía estar inventando toda esa rocambolesca ruta, tenía que ser cierto. Le dimos las gracias y decidimos arriesgarnos.

Fue un acierto pleno, al principio la carretera era estrecha y realmente mala pero al poco se iba arreglando y al final era una carretera maravillosa, de las mejores que hemos cogido en la India. Tan solo diremos una cosa: muchos tramos ¡hasta tenían las rayas del suelo pintadas! Eso es casi ciencia ficción en la India. Como ya era de noche y no veíamos nuestro alrededor, casi parecía que estábamos en Europa. ¡Ni había camiones! Para Vicente fue como una inyección de vitaminas, la música animada que sonaba en el radio cassette (todas las cintas de salsa fueron pasando una tras otra) así como la conducción relajada le mantenían alegre y el cansancio no hacía todavía mella en él. Me encanta verle así después del estado en que le vi las dos noches anteriores. A las doce de la noche nos reunimos con la carretera nacional Calcuta-Darjeeling. El firme vuelve a estar hecho una pena y los camiones y autobuses, con sus locuras, vuelven a hacer acto de presencia pero como es muy tarde no hay muchos. Vicente está en plena forma, decide seguir conduciendo hasta las cercanías de Darjeeling, quiere entrar en el Himalaya a primera hora de mañana. Conduce hasta las tres de la madrugada (ni yo misma me lo podía creer después de lo pasado los dos días anteriores). Hoy hemos avanzado ¡1.000 km.! No queremos ni buscar alojamiento, el cielo no amenaza lluvia y decidimos meternos en una gasolinera, abrir la tienda en el techo del Montero y dormir ahí mismo. Dormiremos unas tres o cuatro horas y mañana recorremos los últimos kilómetros hasta Darjeeling, un nombre musical que lleva tintineando mucho tiempo en nuestras cabezas. Si esta crónica sale es que los en los últimos kilómetros no pasó nada. Buenas noches, mañana nos veremos en el Himalaya.

Resto de crónicas de la ruta

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Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.