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Crónica 22,

Irán - Al corazón del imperio persa

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Irán

Militares, kalashnikovs, alambradas, pequeños bunkers, sacos terreros creando muros artificiales que miraban hacia Irán, altas torretas de vigilancia, ... parecía que estuviésemos en una película antigua de intercambio de prisioneros al borde de una de las fronteras de la "guerra fría". La fortificación de la época soviética seguía intacta, eso no lo habían construido los armenios. Tras la independencia y el caos firmaron su entrada en la C.I.S. para recibir ayudas de Rusia y una de las cesiones fue que Rusia seguiría controlando las fronteras exteriores. Es decir, que hay dos fronteras: la armenia y luego la rusa.

Avanzamos despacito, no hay ni un árbol. También el paisaje había cambiado drásticamente desde K'arajan hasta Magrhi. Se acabó circular por valles, una gran montaña apareció ante nosotros y la carretera que teníamos que seguir ascendía por ella zigzagueando. La frondosa vegetación que nos acompañó toda la ruta armenia ... desaparece de golpe. Como si una gigantesca cuchilla de afeitar hubiese rasurado esas angulosas colinas. La cuesta de ascensión es muy pronunciada y vamos todo el rato en 2ª y en 3ª, las curvas cerradas que bordean el precipicio nos impiden coger velocidad. Tan sólo una parada antes de llegar a Magrhi, desmontamos el GPS -lo demás ya estaba desmontado desde el monasterio de Tatev-, los iraníes tampoco son muy amigos de la "tecnología satélite", tienen hasta prohibidas las antenas parabólicas para la televisión.

Hemos llegado a una barrera. Paramos. Passport! Nos dice un oficial del ejército con uniforme de camuflaje. Todo está en regla y también tenemos el visado de Irán así que hace un gesto al soldado que está en la barrera y nos indica un gran edificio blanco. Era una aduana gigantesca, nos quedamos sorprendidos. La carretera ni figura en los mapas y esperábamos algo realmente "local" y nos encontramos con una aduana impresionante. No sabíamos que Armenia tuviese tanto tránsito de camiones de mercancías con Irán, creíamos que todo entraba por Georgia (Sus otras dos fronteras, Turquía y Azerbayán, están cerradas a cal y canto). Al no tener salida al mar, siempre depende de sus vecinos para los suministros y nos imaginamos que no querrá basar todo en un vecino, no sea que se "tuerzan" las relaciones y se quede sin abastecimientos. Con Irán tiene una segunda vía, eso sí, a los camioneros les espera un "caminito divertido" hasta Yereván, las montañas son tremendas

Todo está muy nuevo y no hay ningún extranjero más en la aduana pero la lentitud es sangrante. Cada papel se queda 25 minutos sin tocar en cada mesa. A veces hay que rellenar papeles para los armenios y otras para los rusos, ya no sabíamos ni con quién tratábamos. Dos horas y media después el papeleo está listo, registran el coche y podemos marcharnos. Volvemos a pararnos un poco más allá, es el control ruso. Vuelven a mirar el todo terreno y comprueban de nuevo todos los papeles. Seguimos avanzando y nos paramos en "tierra de nadie", las banderas armenia y rusa han quedado detrás y la bandera iraní está tan solo a 500 m. delante de nosotros. Pero hay algo que todavía no está en regla, antes de llegar ahí... ¡una pequeña formalidad islámica! Marián no puede presentarse en la aduana de Irán con pantalones y el pelo suelto. Se enfunda una chilaba que va desde el cuello a los tobillos y se cubre el pelo con un pañuelo. ¡Ahora si que está todo en regla!

En la frontera iraní (donde sí estaban informatizados) rellenamos los impresos de rigor, sellaron el Carnet de Passage del coche y procedieron al registro. Éste, como en las anteriores ocasiones que pasamos por Irán (92 y 93), fue muy exhaustivo pero correcto aunque tuvimos que desplegar hasta la Inesca, nuestra tienda-techo. Nos inscribieron la cámara de vídeo en el pasaporte pero no nos la precintaron como las anteriores veces (en el 92 y 93 estaba prohibido grabar en vídeo, ni siquiera con vídeo doméstico), esta vez podríamos usarla sin problema.

Cuando nos disponemos a marcharnos un hombre nos pregunta si podíamos acercarle a su pueblo, Alamdar, a unos 70 km de la frontera. No pudo coger el autobús a su hora y tendría que esperar otras dos horas para el siguiente. No había inconveniente, para estos casos habíamos habilitado un pequeño asiento detrás del conductor, así que se vino con nosotros.

De nuevo el problema del idioma nos impedía comunicarnos totalmente pero unas palabras en inglés sirvieron para entendernos en lo básico. Antes de llegar al pueblo nos pregunta dónde vamos a pasar la noche, le contestamos que buscaremos algún hotelito en Alamdar. "Ni hablar, veniros a mi casa", fue su respuesta inmediata. La hospitalidad iraní nos vuelve a dar la bienvenida.

Mohamed, nos presentó a toda su familia, en la casa paterna compartían hogar sus padres, sus hermanos solteros, su mujer y su hijo. El recibimiento fue realmente acogedor. Los más jóvenes sacaron sus libros de inglés y el diccionario para poder comunicarse con nosotros y el resultado fue fantástico. Otro cambio respecto a las anteriores visitas, antes el idioma inglés estaba maldito y ahora lo estudian en el colegio.

La casa, como todos los hogares tradicionales iraníes, está impecable pero desprovista de muebles, tan solo un armario en el dormitorio para colgar la ropa. Ni sillas, ni mesas, ni sofás, ni camas, ni cómodas, ni mesillas, nada de nada, como si el camión de la mudanza no hubiese llegado todavía. Las alfombras y los almohadones son los reyes. Nadie entra calzado a una casa iraní y alfombras de hermosos diseños cubren todos los suelos y todas las paredes tienen almohadones apoyados.

Nos descalzamos a la entrada y nos instalaron en el salón. Ponen música moderna en nuestro honor, son copias piratas de los benjamines de la familia, la música moderna está prohibida. Mientras charlamos, las mujeres extienden un mantel sobre la alfombra, ordenan los almohadones a su alrededor y ponen un montón de platos. Ni siquiera con la ayuda de los almohadones cogemos posturas cómodas en el suelo pero nos tendremos que ir acostumbrando a ello puesto que en Irán es normal ser invitado constantemente, su hospitalidad no tiene límites.

Llega la hora de la cena pero las mujeres se retiran a otra habitación y sólo aparecieron para ir cambiando los platos. Tan sólo se quedaron los hombres: Mohamed, su padre, sus dos hermanos, su hijo, y Marián porque era una invitada occidental. Tras la cena las mujeres pudieron incorporarse a la "mesa", es decir, a la alfombra, y la velada continuó hasta tarde. Encuentros como este se fueron repitiendo sin cesar a lo largo de la ruta iraní. Cada vez que tenemos vivencias de este tipo y conocemos los países y las costumbres "desde dentro" es cuando pensamos: "no importan las penalidades pasadas ni lo duro que es el camino, merece la pena".

Por la mañana tras despedirnos de nuestros generosos anfitriones dirigimos nuestros pasos hacia el corazón del Imperio Persa: la cautivadora ciudad de Isfahán. Nos separan aun más de 1.200 km, para desde allí recorrer las principales ciudades-oasis del territorio persa. Ni siquiera pensamos detenernos en la caótica y carente de interés capital, Teherán.

Repostamos en la gasolinera a las afueras de Jolfa y comprobamos que el gasoil ha ¡cuadruplicado su precio desde la última vez!, es decir, ahora cuesta la astronómica cantidad de 1,8 pts. el litro (0,01 US$) ¡adónde vamos a llegar! ¡je, je! ;-D ¿Cuánto costará ahora en España?. Y la gasolina cuesta 6,5 pts./l. (0,04 US$).

EL OASIS DE LAS MIL Y UNA NOCHE

La historia del Imperio Persa en realmente fascinante. Si con los Aqueménidas (559-330 a.C) y con los Sasánidas (224-537 d.C) vivieron dos de los más importantes periodos de su densa historia con Shas Abbas I (de la dinastía Safávida) iniciaron el Tercer Gran Imperio en la historia de Persia e Isfahán fue la joya de la corona.

La construcción de mezquitas, puentes y palacios embelleció hasta tal punto a la ciudad que comenzó a popularizarse la expresión de que Isfahán era "la mitad del mundo" para expresar la grandiosidad de la urbe. La Plaza del Imán Khomeini (o como todavía se la conoce Naghsh-e Jahan) concentra algunos de los edificios que le dieron el sobrenombre a la ciudad así como uno de los lugares preferidos para reunirse y pasearse la población local. Allí está la mezquita del Eman, sus proporciones destacan sobre las demás porque su domo -cúpula- tiene 54 m de altura y sus minaretes 42 m. cada uno. Y también está allí la mezquita de Sheikh Lotfollah, donde de nuevo, su domo y sus azulejos son su principal atractivo porque a medida que avanza la luz del sol transforma el color de los azulejos de la cúpula de tonos cremas a rosados y goza de una nota original: ¡carece de minarete!. Seguimos dando la vuelta a la plaza: aparece la medersa (escuela coránica) de Chahar Bagh y el Palacio de Ali Qapu, donde las fotos los líderes espirituales, Khomeini y Khamenei, siguen presidiendo la fachada pero en dimensiones más modestas que en 1.992, cuando eran gigantescas.

Nos introducimos bajo las arquerías que comunican toda la plaza y que se extienden por todo el Gran Bazar. Casi todas las mujeres van cubiertas con el negro chador pero las más modernas (o quizás inconformistas) prefieren llevar gabardinas largas y pañuelos estampados en la cabeza, vestimenta que les permite una mayor libertad de movimiento y lucir un poco de "moda" con diferentes modelos y diseños.

Nos paramos delante de una tienda de alfombras, se llama "Nomad" y su nombre nos evoca el sobrenombre que lleva la RUTA DE LOS IMPERIOS: "La Última Gran Ruta Nómada del Milenio". Casi al instante sale un joven de la tienda hablando un perfecto inglés.

-¿Sois españoles? -Es evidente que nos ha oído hablar.

-Sí, hemos ...-No me dio tiempo a seguir hablando.

-¿No seréis los del Mitsubishi que pone Ceuta? -Siguió, casi sin dejar ocasión de colar una palabra.

-Sí. -Le contesté.

-Mi jefe ha estado viajando constantemente a España durante 10 años y le encanta España y los españoles. Estábamos pendientes del todo terreno para invitaros. -De repente cayó en que ni se había presentado- Perdonad, me llamo Said, pero por favor, entrad en la tienda y os presento a mi jefe. Se llama Hussein, quiere conoceros y además habla español.

Dicho y hecho. Entramos y conocemos a Hussein, todo amabilidad y habla un perfecto español. El té y unos dulces no tardan en aparecer. Se ha pasado su vida viajando -de ahí que llamase a su tienda "Nomad"- por su negocio de exportación de alfombras y le encantan los extranjeros pero tiene predilección por los españoles. Conocía muy bien a la gente de Catai Tours, fueron pioneros en este destino, y fue él mismo el que nos dijo que había un grupo en la ciudad. ¡Lo sabe todo! Otra de las cosas que teníamos que hacer en Isfahán era contactar con el grupo que estuviese aquí y enviar a España -con el guía que hubiese venido- todo el material de diapositivas y vídeo realizado hasta el momento. Como no sabemos lo que nos vamos a encontrar en Asia Central preferimos poner a resguardo todo el trabajo elaborado desde Estambul. Todo fue más rápido gracias a Hussein y el material partiría para España con el guía de Catai en unos días. Nómadas en el "Nomad", como si todo estuviese escrito y tuviese que ocurrir así.

Pero la cosa no se paró ahí. Said se hizo cargo de nosotros y con él descubrimos todos los entresijos del bazar. En nuestra anterior visita lo vimos desde fuera y esta vez desde dentro.

Vamos por callejones, subimos al segundo piso de un pequeño local, unos viejos artesanos se encuentran en plena tarea de decoración de los famosos azulejos que le valieron a Isfahán la fama de su incomparable belleza artística. En otro sector, los reparadores de alfombras no separan la vista de los tapices que están restaurando; al lado están tejiendo los nuevos con fantásticos diseños. Entramos en un oscuro almacén de especias donde enormes sacos de pimienta, azafrán, clavo y todo tipo de condimentos se muelen para ser repartidos por las tiendas del bazar, los comerciantes se presentan con las especies en bruto y se las llevan molidas. En el callejón de los caldereros y herreros, el ruido de los martillos y mazas golpeando el metal repiquetea en nuestros oídos, son los latidos del corazón del bazar. Los miniaturistas se concentraban en su minucioso trabajo pictórico sobre huesos de camellos y nos mostraban orgullosos el resultado de sus obras... todo es realmente fascinante. Sería una lista interminable de vivencias relatarlas todas.

Acabamos comiendo en una antiquísima casa del té, cuyo nombre era "Azadegan". Fundada hace 150 años por el abuelo del actual dueño, fue uno de los pocos locales de esta índole que consiguió mantenerse abierto durante la revolución islámica del 79, cuando Khomeini mandó cerrar todas las casas de té por considerarlas antros de perversión por reunirse en ella hombres y mujeres. El paso de los años ha permitido que sus paredes y techos estén completamente recubiertos de motivos decorativos de lo más inesperados: tazas, platillos, puñales, monedas, collares, cafeteras, fusiles antiguos, lámparas de todo tipo, jarrones, cuadros, dibujos, billetes, cojines... una auténtica oda barroca, ya no queda ni un solo hueco libre. Los hombres (nunca entran mujeres ahora, salvo las extranjeras) se fuman las pipas de agua o se beben un té tras una sabrosa comida.

Said se despide, el canto del almuecín le recuerda que es la hora de la oración de la tarde, nosotros nos volvemos a perder por las callejuelas del interior del bazar para seguir percibiendo las sensaciones de este mundo subterráneo de 5 km. de largo.

Cuando volvemos al exterior es completamente de noche pero los edificios que durante el día son iluminados por la luz solar ahora se encuentran expuestos a la luz de potentes focos que nos transportan a un mágico episodio oriental de las Mil y Una Noches. Los intensos azules y verdes que destellaban durante el día se transforman con el manto del crepúsculo en un juego centelleante de luces anaranjadas y doradas.

Muchas mezquitas asoman sus minaretes como faros en mitad de la noche por toda la ciudad y siempre recubiertas por los magníficos azulejos que son el distintivo de uno de los oasis más sorprendentes y hermosos que tuvo el Imperio Persa. A las afueras, las tierras secas y baldías acosan a la ciudad.

Un nuevo día amanece, hemos de proseguir nuestro avance. La circulación sigue siendo una locura y nos movemos intentado no colisionar en medio del nervioso y acelerado tráfico iraní.

Cruzamos el río Zayandé, la esencia que dio vida a este oasis. Sobre él son muchos los puentes que lo cruzan: el Puente Sé, el Khaju o el Shahrestan reflejan sus arcos sobre el tranquilo río mientras los hombres se beben un té o se fuman un pipa de agua en las "casas del té" que se alojan al abrigo de los arcos que lo configuran. Todas ellas fueron cerradas por la euforia puritana de los primeros años de la revolución islámica pero poco a poco la reapertura de las mismas han activado la vida social de la ciudad.

En la otra orilla vamos a visitar el barrio armenio, una isla cristiana dentro de un océano musulmán. Los cristianos armenios siempre han sido respetados en Irán, incluso durante la revolución de Khomeini no se les tocó. Se les permite incluso elaborar alcohol para consumo propio pero no pueden ni importarlo de fuera (no se permite la entrada de alcohol en Irán bajo ningún concepto) ni vender lo que producen. Todo tiene que quedar en la casa, tanto la elaboración como el consumo.

Nos vamos paseando y vemos que las iglesias siguen la arquitectura tradicional iraní de cúpulas y que tan solo se saben que son iglesias por una discreta cruz que corona cada una de las cúpulas. Entre todas ellas destaca la catedral de Vank (s.XVII), el exterior no sigue la arquitectura tradicional persa pero no destaca especialmente por su belleza. La joya es el interior, sus paredes totalmente recubiertas de espectaculares frescos, a la par impresionantes y... aterradores, hay una secuencia de condenados en el infierno y de santos siendo martirizados que pone los pelos de punta.

EL TRONO DEL REY

Los cielos grises y la lluvia quedaron muy atrás en Armenia. Sobre nuestras cabezas todo está completamente azul, limpio, sin rastros de nubes que presagien de nuevo lluvias. A nuestro alrededor todo está árido, yermo, sin vida. La carretera avanza por una desolación paisajística. Llevamos recorridos más de 400 km desde que abandonamos "la mitad del mundo", Isfahán. Estamos en la provincia de Fars, cada vez sentimos más cerca el espíritu de Persépolis. Pero antes, entramos en Shiraz, capital de Fars en la actualidad y capital de Persia durante la época de las dinastías islámicas. Los admirados y queridos poetas Hafez y Saadi convirtieron a Shiraz en sinónimo de sapiencia, ruiseñor, poesía y rosas. Dos mausoleos rodeados de hermosos jardines se levantaron en su honor, convirtiéndose en importantes centros de peregrinación.

El romanticismo y el alma de poeta de Shiraz da paso a la historia cuando a tan solo unos pocos kilómetros comenzamos a divisar la pared rocosa de color dorado de Naghsh-e Rostam. El sol apunta directo sobre las cuatro solitarias tumbas cruciformes que se encuentran excavadas en la fachada de la colina. El aura mazda (símbolo divino de la religión zoroastra, los adoradores del fuego) está esculpido sobre las moradas inmortales de los grandes emperadores persas: Darío I el Grande, Artajerjes, Jerjes I y Darío II. Son la huella irrefutable que recuerda la grandeza de una época de esplendor. Frente a ellos un templo del fuego aqueménida, reflejo de sus creencias religiosas donde el fuego ardía eternamente en memoria de los caídos. Los gigantescos bajorrelieves de la posterior dinastía sasánida, aumenta el valor histórico y artístico de este especial Valle de los Reyes.

Y poco después entramos en Persépolis, se acerca la puesta de sol. Las columnas de los suntuosos palacios que Ciro II el Grande mandó construir (aunque algunos historiadores lo atribuyen a Darío I) tan sólo son la sombra de lo que debió contemplar Alejandro Magno cuando consiguió derrotar a los persas. El lujoso complejo estaba rodeado de unas murallas de 18 metros de altura, en su intramuros: la Sala de Audiencias de los Reyes (la Aspadana), los palacios de Darío y Jerjes, el palacio de las 100 columnas, la tesorería de Darío,...los ojos se nos van hacia todos los lados y las emociones son difíciles de controlar.

Los bajorrelieves son ahora sus verdaderos protagonistas aunque debieron proporcionar un soberbio espectáculo cuando se encontraron decorados con brillantes y vivos colores. El "Desfile de las Naciones" se convierte en un valioso documento histórico al reflejar a los personajes que en procesión se dirigían al rey con tributos y ofrendas desde los más variados y diversos lugares del vasto Imperio Persa. Artistas de todo el imperio venían a participar en la ampliación y embellecimiento de la capital. El ocaso sigue su imparable espectáculo y el sol va alargando las sombras de las columnas como espectros del pasado... ahora Persépolis es conocida como Takht-e Jamshid, o el Trono del rey Jamshid sobreviviendo 24 siglos después a su propia leyenda.

Un 4x4 y un camión-casa inglés aparcan frente al histórico complejo, nos causa gran alegría volver a verles, nos conocimos en Isfahán. Allí mismo decidimos montar campamento, hicimos un cuadrado con el bosque por un lado y los vehículos por los otros tres. Cenamos juntos bajo la mirada inmortal de Persépolis y a la luz de unas velas nos contamos que rutas vamos a seguir por la antigua Persia ... y más allá. Ellos iban a Pakistán por la ruta directa, nosotros también pero ... por la antigua Ruta de la Seda que pasa por Samarkanda. Somos los "raros" de las rutas trans-asiáticas, todavía casi nadie se adentra en Asia Central. Todo es demasiado confuso y arriesgado.

ADORADORES DEL FUEGO

Yazd, el desierto de Dasht-e Kavir (Desierto de Sal) por un lado y del Kavir-e Lut (Desierto de Arena) por el otro. Una ubicación que la convierte en un tórrido infierno durante el verano pero que a la vez la confiere una peculiaridad muy singular. La ciudad vieja es un todo de barro y adobe con altos muros que preservan su intimidad pero sobre ellos despuntan una especie de campanarios de mil diseños. Los habitantes de Yazd, desde tiempo inmemoriales, han desarrollado un sistema que combate el asfixiante bochorno estival, son las "torres captadoras de brisas", los "badgir". Se elevan sobre sus casas como mástiles de un barco y, orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, tienen por misión atrapar cualquier brisa de aire que se mueva para refrescar el interior de los hogares durante el sofocante verano que padecen.

Pero el cielo de Yazd es también conquistado por los esbeltos y bellos minaretes de las fantásticas mezquitas que invaden toda la ciudad, penetran en el cielo como agujas estilizadas recubiertas por los bellísimos azulejos policromados, custodiando las entradas arqueadas y las descomunales cúpulas de los templos musulmanes, su altura invita a alzar la vista hacia el cielo constantemente.

A las afueras de la ciudad hay un tercer elemento, que mucho más atrás en el tiempo, estiró sus brazos hacia el cielo para rendir culto al dios que adoraban. Los zoroastras (o parsis) adoran al fuego pero sus creencias se iniciaron en el año 550 a.C., más de mil años antes que el Islam extendiera sus creencias. Su culto se propagó desde La India hasta el Mediterráneo y los Aqueménidas lo adoptaron como religión oficial. Pero siglos después el Islam les persiguió y fueron dispersándose hasta reducirse a grupos muy localizados que han continuado preservando su culto hasta la actualidad. Uno de estos grupos se encuentran en esta región.

Las Torres del Silencio son su distintivo histórico más visible y coronan varias colinas a las afueras de la ciudad. Hasta hace relativamente poco tiempo los difuntos eran todavía depositados en las torres para que los buitres se hicieran cargo de ellos. Creían en la pureza de los elementos y no querían contaminar ni el agua (antiguos rituales), ni la tierra (enterramientos) ni el aire (incineración). Pero tuvieron que cambiar la tradición cuando los buitres se fueron y los cuerpos se iban amontonando y ... Finalmente optaron por el enterramiento como mal menor. Ahora, las Torres del Silencio son unos centinelas de piedra que rinden homenaje a una de las más antiguas civilizaciones.

POR LA RUTA DE LA SEDA

Los desiertos acechan. Y al mismo tiempo marcan el camino de las antiguas rutas caravaneras. La ciudadela fantasma de Bam, a los pies del Desierto de Lut (el Gran Desierto de Arena) es un fuerte impacto visual que experimenta todo viajero cuando se encuentra cara a cara con ella. Tres kilómetros de muros que albergaban en su interior todo un micromundo: casas modestas, villas lujosas, bazares, un gran fuerte, palacios, mezquitas, caravanserais... Este enclave fue una de las más importantes etapas de la Ruta de la Seda y el propio Marco Polo se alojo en su interior en su camino a la China Imperial. Esta joya es la mejor muestra actual de lo que tuvieron que ser las grandes ciudades del desierto. Su estado de conservación es tal que casi nos parecía oír el bullicio de antaño, cuando era el foco de vida más importante de todo el Dasht-e Lut. El sol de poniente arranca a las casas de adobe unos suaves tonos ocres que la convierten en una fantasía intemporal. El viento silba entre sus muros y tan sólo el eco de nuestros pasos turba la mágica atmósfera que nos rodea.

Desde la torre del castillo miramos hacia el norte ... vemos... ¿qué vemos? La nada, el infinito, la desolación, la aridez, ... al fondo, unas montañas angulosas totalmente yermas... ¿y más allá? ... sabemos que está el Gran Desierto de Sal, el Dasht-é Kavir. Una gran llanura de tierra compacta que a veces se torna en una pétrea superficie de grava (dasht) para acto seguido transformarse en inmensas placas costrosas de sal y yeso (kavir). Hemos de recorrer más de 900 km a través de él pero el siglo del petróleo marca la nueva línea y una larga e infinita cinta de asfalto rompe como una herida contundente el vasto terreno desértico.

Usamos esa carretera como la "columna vertebral" de este "vacío" e íbamos explorando sus márgenes, algunas veces dicha exploración nos alejaba hasta decenas de kilómetros de esa gran cicatriz negra. El GPS nos permitía el lujo de perdernos por este infinito, viajar por el pasado con nuestro particular "navío del desierto" y regresar al siglo XX un día después. Fue una gran ruta nómada y ante nosotros aparecen los espectros de las antiguas rutas caravarenas: antiguos fuertes estratégicos, viejas medinas abandonadas, llanuras de sal, pozos cubiertos por bóvedas para ser protegidos de las tormentas de arena, oasis de palmeras y nuestros "fantasmas del pasado" favoritos: los emblemáticos caravanserais, donde las numerosas caravanas de antaño realizaban sus altos para protegerse de los bandidos y aprovisionarse de agua y comida.

No pudimos resistirnos, montar el campamento dentro de los muros de uno de estos antiguos caravanserais, fue, cuanto menos, un simbólico homenaje póstumo que rendimos a todas estos enclaves que hace varios siglos salvaron muchas vidas. Posiblemente existen formas más cómodas de alcanzar Turkmenistán pero ninguna tan auténtica y sobrecogedora con las jornadas que vivimos por estos parajes tan peculiares y desoladores.

Es una noche muy estrellada, el cielo nos invita a tumbarnos boca arriba para contemplarlo. Miramos el firmamento, nuestro teléfono va a enviar dentro de unos instantes esta crónica a una estrella muy particular, una que ha puesto el hombre para que no existan fronteras en las comunicaciones.

No vamos a ocultar que estamos algo intranquilos por lo que nos vayamos a encontrar en Asia Central, todo es imprevisible pero hay una fuerza oculta que nos arrastra a los lugares desconocidos. Ni siquiera sabemos si la frontera que hemos elegido, Gaudán, estará abierta a los extranjeros, tenemos informes contradictorios. Cuando cierre este texto, el ordenador nos pedirá la clave de conexión para transmitir a Ceuta. Ya no volveremos a conectarlo hasta que estemos en otro paraje tranquilo y seguro, posiblemente en el desierto de Karakám, al norte del país. Nos veremos en Turkmenistán. Inch Alah!, como nos dirían todos los iraníes con los que hemos compartido casa y vivencias.

Resto de crónicas de la ruta

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.