x
post 1488x702

Crónica 7,

La costa del 'Ébano' (Ghana)

Ruta : Reinos Perdidos de Africa | País : Ghana

Atraídos por la abundancia de oro, los primeros en pisar las playas de la costa del "ébano" fueron los portugueses y tras ellos llegaron daneses, holandeses, alemanes, británicos... que fueron sembrando las costa de castillos y fortalezas.

Por estos fantasmas del pasado desfilaron durante más de 300 años miles de esclavos y entre sus muros aún se pueden oír, las terribles y crueles historias que allí acontecieron. La "madera de ébano", hombres y mujeres cruelmente encadenados, se hacinaba en celdas húmedas y estrechas esperando un destino tan incierto como desesperanzador.

Codiciosos colonizadores fueron los primeros europeos que llegaron a Ghana ambicionando tesoros y riquezas fáciles, pero los tiempos han cambiado y ahora Ghana atrae a los aventureros por unos tesoros muy diferentes: la posibilidad de acceder a un entorno único y en él, conocer y comprender mejor su historia, explorar su pasado y vivir su presente.

CASTILLOS Y CADENAS

Entramos en Ghana a través de una carretera escoltada por una espesa selva tropical. La selva,con sus gigantescos árboles y su abundante vegetación, parece impenetrable y envuelta en un misterio indescifrable. Al otro lado... el mar, donde la arena y las rocas se combinan sin fin, y donde los acantilados rocosos se van interrumpiendo con playas de arena fina. Pero no vamos a luchar contra la naturaleza como ocurría antaño.

La realidad del hombre del siglo XX es la ineludible burocracia. Aunque el paso por la aduana de Costa de Marfil es rápido, en la de Ghana los trámites para comprobar que todos los papeles están en regla se hacen muy lentos. El trato es correcto y amable pero el tiempo que pasamos recorriendo todas las ventanillas, incluso mostrando el Certificado Internacional de Vacunación -que hasta ahora nadie nos había reclamado- nos impiden avanzar lo suficiente para poder alcanzar el primer vestigio de la colonización de la Costa de los Esclavos.

Está a punto de ponerse el sol y es inútil continuar el viaje pues no podríamos disfrutar de nuestro exuberante entorno. Aprovechando los últimos rayos del sol decidimos montar nuestro campamento entre la espesa jungla que nos rodea. Un pequeño claro en medio de los frondosos árboles y la copiosa vegetación será nuestra morada esta noche y otras muchas. A la mañana siguiente, una imagen muy diferente a la hallada en los países africanos recorridos por el momento comienza a desfilar ante nosotros y poco a poco empezamos a formar parte de ella.

Las imponentes reliquias medievales diseminadas por sus playas son las que marcan la singularidad de la costa ghaneana. A lo largo de los 400 km de su costa, los portugueses, holandeses, daneses, franceses, alemanes y británicos -que fueron los que finalmente colonizaron todo el territorio-, compitieron duramente por hacerse con el control de esta rica zona en metales preciosos y en la llamada "madera de ébano": los esclavos.

El comercio de esclavos ya existía antes de la llegada de los europeos pues los grandes imperios de Ghana, de Mali y de Songhay ya acostumbraban a convertir en esclavos a los pueblos vencidos en las guerras. Cuando los europeos recalaron en sus playas se descubrió el Nuevo Mundo poco después y desgraciadamente la demanda de esclavos fuera del continente africano se disparó de tal modo que fue el comienzo de la más amarga época de la historia africana Cuando por fin en el siglo XIX acabaron las disputas por el control de la costa entre las distintas potencias europeas y la esclavitud fue abolida, Ghana contaban con 76 castillos y fortalezas, lo que supone una media de un castillo de diferente o igual nacionalidad cada 6 km.

Una auténtica muralla defensiva que aun podemos descubrir con los 15 ejemplos mejor conservados que permanecen en excelente estado.

EL ORO DE LOS ASHANTI

Ghana, llamada antaño la Costa de Oro, fue uno de los primeros territorios africanos afectados por la colonización. Fueron atraídos por el mito del oro de los Ashanti, un pueblo negro de Ghana que ostentaba gran riqueza gracias a los yacimientos de este metal precioso. De elevada estatura, resistentes a la fatiga de la sabana y famosos como despiadados guerreros, eran poseedores de unos tesoros sobre los que se fabulaban no sólo en África, sino en el mundo mediterráneo y en toda Europa.

Y ante la atracción de tanta riqueza y grandeza llegaron los primeros barcos portugueses en el s.XV, comenzando a construir fortalezas tan pronto como comprobaron que el mito del oro Ashanti era cierto. Con uno de estos castillos iniciaremos nuestro avance entre estas construcciones del pasado. A medio camino entre la frontera de Costa de Marfil y Takoradi, descansa el poblado de Axim al borde del mar, lugar elegido por los portugueses en 1516 para poner la primera piedra del segundo fuerte más antiguo de cuantos jalonan la costa.

Ignoramos el primer cartel que nos indica el camino hacia Axim, pues las lluvias han inundado totalmente la pista y con las pésimas cubiertas que calzamos no queremos más "bromas" si avanzamos sin ver el fondo. Seguimos por la carretera y un nuevo cartel nos dirige por un camino transitable. Mientras cruzamos el pueblo vemos emerger de entre las cabañas prefabricadas de los lugareños las antiguas casas coloniales que agonizan en ruinas. Sus fachadas envejecidas son los rostros del pasado y sus grietas muestran la decadencia en la que han sucumbido. La calle principal nos deposita en una explanada para ofrecernos la posibilidad de entrar en la fortaleza, que se ha salvado de la suerte que han corrido las antiguas mansiones.

Su exterior no manifiesta la majestuosidad interior del castillo, donde sus salas, puentes y atalayas aparecen ante nuestros asombrados ojos tal y como fueron concebidos hace siglos. En sus almenas, los cañones se asoman desafiantes, como centinelas en permanente vigía que todavía parecen querer custodiar una fortificación deseada por todas las naciones europeas que se disputaban el control de las riquezas de la zona. Absortos por las deslumbrantes vistas hacia el mar, seguimos escudriñando el horizonte a nuestro alrededor hasta distinguir la gran animación de su puerto de pescadores. En lugares así es donde encontramos la esencia de Ghana y deseamos mezclarnos entre sus gentes.

Los lugareños se muestran afables y tranquilos, sin agobios por la extraña e inusual presencia de extranjeros. Paseamos por la playa con naturalidad y tranquilidad disfrutando de la conocida y legendaria amabilidad de los ghaneanos, que tras una calurosa sonrisa siguen inmersos en la cotidianidad de sus labores. En la orilla, los pescadores son pacientemente aguardados para comenzar a descargar las piezas capturadas y repartirlas por los puestos ambulantes que se despliegan en la playa. La exposición de pescados es soberbia, entre los peces habituales se entremezclan los exóticos peces martillo, peces espadas e incluso tiburones. Todo el mundo trabaja y los más jóvenes limpian las piezas, las trocean, las salan o las venden... es el cotidiano espectáculo de la vida del mar.

LOS AMOS DE LA COSTA

Con las imágenes de la sosegada existencia pero febril actividad que se desarrolla a los pies de la centenaria fortaleza, proseguimos nuestro avance recorriendo estos vigías medievales que parecen aguardar paciente su turno a orillas del mar. Cada enclave refleja una personalidad propia y si el fuerte de Axim refleja la clásica concepción de un castillo, otros como el de San Sebastián, con forma de barco que enfila hacia el mar, despunta por su originalidad. O el fuerte de Princess Town, donde el salvaje océano, el ejército de cocoteros que rodean el castillo, sus propias ruinas y el camino escarpado para acceder a él, le confieren un aire solemne de extrema austeridad y aislamiento.

A veces, como en el fuerte de Metal Cross -un castillo elegante con puertas abovedadas flanqueadas por columnas- la visita se realiza en un ambiente muy familiar. El bajo presupuesto para el mantenimiento de estas joyas del pasado es tan ajustado que el gobierno prefiere instalar una familia ghaneana que cuide de él a cambio de alojamiento y una pequeña cuota sobre las entradas. A medida que avanzamos por el fuerte no es raro encontrarnos un grupo de mujeres tendiendo la ropa o preparando la comida, indiferentes a los intrusos que invadimos su intimidad. El cabeza de familia nos recibe calurosamente y se encarga de enseñarnos las estancias y de relatarnos las aterradoras historias que allí se vivieron no hace tantos siglos.

La puesta de sol sobre el océano Atlántico suaviza las espantosas historias que aquí se sufrieron, y ahora, el sosiego que reina en sus playas y sus escenas cotidianas muestran un apacible e intemporal ambiente. En su puerto, donde antaño recalaban siniestros barcos para ser cargados de esclavos, hoy en día atracan las embarcaciones familiares que traen el sustento que les permitirá alimentarse y comerciar con los excedentes.

EL TRONO DEL ESPÍRITU

Pero no sólo vamos a revivir el pasado colonizador a través de los fuertes y castillos diseminados por la Costa de Oro como se le conocía entonces. Vamos a dirigir nuestra mirada al norte y tratar de alcanzar la legendaria capital de los ashanti: Kumasi. Cuando los ingleses dominaban el país, la reina Victoria envió al gobernador Frederick Mitchell Hodgson para someter a los ashanti, cometiendo la imprudencia de reclamar el trono sagrado del rey con el fin de sentarse en él. Era el trono de oro poseedor del "sunsun" -el espíritu- de la nación Ashanti y todo extranjero que osase apoderarse de él sería maldito.

Todo ocurrió hacia 1900 y este episodio acabó en una carnicería. Los ashanti tomaron las armas y se enfrentaron a las tropas del gobernador mandadas por el mayor británico Lord Baden Powell, que redujo Kumasi y sus palacios a un montón de cenizas, venciendo la resistencia de los ashanti. Los ingleses creyeron haber arrebatado al pueblo Ashanti el trono de oro y se lo llevaron al Museo Británico, en Londres. Pero los ashanti, astutos y valientes, incluso pudiendo perecer entre las llamas lo sustituyeron durante los enfrentamientos por una réplica.

Cuando en el año 1924 volvió al país el rey ashanti, Primpeh I, que había sido deportado por los ingleses a las Islas Seychelles, el trono reapareció como por encantamiento ante los asombrados ojos de los ingleses. Pero esta vez, los colonizadores se guardaron de reclamarlo pues una nueva guerra podría estallar si lo intentaban. Este famoso trono de oro existe todavía pero es imposible verlo, pues se halla en el interior del Palacio Real Ashanti, en Kumasi. Como objeto sagrado ha sido venerado desde siempre por los Ashanti y sólo lo muestran en las coronaciones de los nuevos reyes.

Pero en Kumasi no todo es historia, destaca el palacio Ashanti de Mauhiya -reconstruido tras ser arrasado por los ingleses- y el magníficamente conservado fuerte colonial inglés o el Centro Cultural donde las tradiciones artísticas, danzas, conciertos... que representan los ancestrales símbolos de la vida cultural ashanti siguen tan vivos como en el pasado. Pero como ocurre en todas las grandes ciudades de África, el espíritu cotidiano de sus gentes nos lo encontramos en su espléndido mercado.

Todo cautiva a la vista: utensilios de cocina esmaltados con motivos decorativos de violentos colores; montañas de pimientos, tomates y todos los productos agrícolas amontonados o diseminados a lo largo de la calle; ramos verdes de hojas de bananeros que les sirven de asientos; cientos de líquidos y especies desconocidas que cubren los suelos y en definitiva un sin fin de sensaciones y olores que conforman un magnífico espectáculo.

FORTALEZAS DE PODER

Con los colores y aromas del mercado de la histórica capital ashanti, descendemos de nuevo a la costa para disfrutar de color y la frescura que desprende inconfundiblemente el mar. Frente a nosotros: Cape Coast, la capital de la Costa de Oro, el enclave donde los navegantes lusitanos pusieron los pies por primera vez abriendo la famosa vía marítima de las Indias alrededor de África e iniciaron las primeras relaciones comerciales con la población local, la etnia Fanti. Paseando por sus calles un halo de nostalgia parece flotar en el ambiente.

Como en todas las ciudades antiguas marcadas por su historia, el pasado parece querer imponerse sobre el presente. Nuestro entorno intenta revivirlo a cada instante: viejas residencias cuyo estilo recuerda las cabañas criollas, un insólito palacio italiano, faros amurallados, viejos fuertes con arcaicos cañones apuntando a un hipotético enemigo que ya nunca vendrá o una sorprendente estatua de la reina Victoria en medio de una gran plaza. Pero el más impactante edificio es su gigantesco castillo, erigido con el esfuerzo y sudor de los ghaneanos esclavizados por los holandeses a mediados del s.XVII.

Una fortificación compleja y de hermoso diseño que es un auténtico museo arquitectónico de la época colonial con sus varias líneas de empalizadas, torreones, garitas colgadas sobre los arrecifes, patios de armas, lujosos salones con vistas al océano... pero con un siniestro subsuelo con cuevas abovedadas donde se hacinaban miles de esclavos durante meses para ser embarcados posteriormente en barcos negreros. Pero si el castillo de Cape Coast es el más grande de todos, el de Elmina es el más bello y espectacular de todos cuantos jalonan la Costa de los Esclavos. Fue el primer castillo construido por los portugueses en 1482 y recibió el nombre de San Jorge de Mina por su proximidad a las minas del codiciado oro.

Elmina es un pequeño pueblo pesquero repleto de vida y actividad al que se llega avanzando por un camino flanqueado por palmeras paralelo al mar. Su fuerte, orgulloso y desafiante, despunta resplandeciente sobre un promontorio rocoso golpeado sin piedad por las olas. Bajo el sol, el castillo brilla con su blanco deslumbrante adquiriendo el aspecto de un enorme espectro del pasado. Su emplazamiento sobre una punta de lanza rocosa que se hendía en el mar le envolvía permanentemente con vientos costeros, ofreciendo a los ocupantes del fortín un clima más fresco y sano que el del interior, donde los mosquitos podían transmitirles fácilmente la malaria y otras enfermedades tropicales.

Pero como siempre, la vida "sana" de los moradores europeos contrastaba con la vida "subterránea" de los esclavos que eran hacinados en mazmorras. Pero al pie de sus muros, la actividad que desarrollan los pescadores es un espectáculo. Una escollera bordea el estrecho canal que conduce al puerto y le defiende contra la furia del océano. Una a una, las barcas desfilan lentamente por un pasillo rocoso para dirigirse hacia alta mar.

Cada canoa se distingue por su estandarte, ondeando en la proa, pero el color dominante es el de los sombreros de los marinos, que eligen un color y una forma -cascos mineros, gorros, sombreros con borde ondulado...- como distintivo de esa tripulación. Se compite no sólo por la captura del pescado, sino también por los trajes y la decoración de las piraguas. Es un auténtico desfile, tras el cual se comenzará la prueba deportiva del paso de la barrera, que incluso para los marinos más experimentados resulta arriesgada.

Después de vivir la magia de la vida cotidiana de los africanos de ayer y de hoy, de conocer y sentir las historias de su tórrido pasado, nuestro viaje por Ghana comienza a llegar a su fin. El paso por la capital, Accra, es rápido, no queremos que el bullicio y la confusión típica de las capitales, donde el desarrollo mal entendido enturbiaría la imagen más apacible y auténtica que hemos vivido durante todo este tiempo. Tan sólo algunos locales y las noches al borde del mar no pierden la esencia africana, en las playas de la capital se puede pasear disfrutando de los ritmos africanos en los numerosos bares que abren sus puertas a todo aquel que quiera fundirse con las raíces de la música africana y la refrescante brisa del mar.

En Ghana hemos vuelto a revivir los fantasmas de antaño, pero precisamente con la serenidad de que todo forma parte del ayer. Y al igual que otros ancestrales pueblos con una fuerte historia, la herencia recibida parece pesar más fuerte que el presente y los pequeños pueblos que viven a los pies de estas viejas reliquias siguen conservando el recuerdo de una dominación no muy lejana.

Pero la historia sigue escribiéndose ...ahora dirigida por ellos mismos, por los descendientes libres de la Costa del "Ébano", un litoral que nos encamina hacia la última etapa de la Ruta de los Reinos Perdidos de África: Togo y Benín, la cuna del Vudú.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

about

Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.