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Crónica 17,

La Espada de Agua (Malawi)

Ruta : Ruta Confines de Africa | País : Malawi

La llamada a la oración desde la mezquita de la ciudad mozambiqueña de Mocuba todavía flotaba en el ambiente cuando empezaron a repicar las campanas de la iglesia. Apenas habíamos descansado seis horas, tras los 700 kilómetros de carretera que ayer recorrimos desde la idílica Isla Mozambique en la costa, cuando los diversos credos religiosos que actúan en la ciudad llamaban a sus fieles a cumplir con sus obligaciones espirituales y a nosotros para de nuevo ponernos en marcha rumbo a un nuevo país: Malawi.

Tras gastar en combustible los últimos metaçais que nos quedaban en la cartera, nos pusimos en ruta. Un amanecer brumoso se torna en dos horas en un resplandeciente domingo que llenaron de color los últimos 200 kilómetros por Mozambique. Las mujeres avanzaban por las pistas de camino rojo a los mercados para vender los diversos productos fruto de sus pequeños huertos: verduras, frutas, cañas de azúcar… los hombres lo hacían en bicicleta. Cuando alcanzamos la frontera apenas transcurrieron unos minutos para sellar el carnet de passage de nuestro vehículo y nuestros pasaportes en la frontera de Mozambique y entrar en el nuevo país con un “Welcome to Malawi” y así empezar a recorrer el noveno país de la Ruta Confines de África.

Un animado y bullicioso mercado diseminado a un lado y otro del camino nos acompaña en nuestros primeros kilómetros por la tierra de la antigua Nyasalandia o “Tierra del lago”. Las gotas sudorosas que recorrían las caras de los mercaderes y la clientela ponían de manifiesto los más de 30ªC que en ese momento marcaba el termómetro. Nos encontramos a más de mil metros pero la canícula que invade la atmósfera es sofocante.

Los corpulentos picos del macizo de Mulanje, como lomos rocosos de rinocerontes que se asoman bruscamente sobre la llanura, hacen su puesta en escena en una tarde de sol radiante y comprendemos por qué son conocidos como las Islas del Cielo. Cuando las montañas rompen la intensa bruma que se origina tan a menudo en su base, las hace emerger como islas en medio del cielo. Los bosques de biombo (sabana arbolada) que nos acompañaron durante cientos de kilómetros en Mozambique van a comenzar a ser invadidos por unos nuevos compañeros de viaje. A los pies de estas islas, las laderas están tapizadas de un extenso e infinito manto de un arbusto intensamente verde que los británicos se empeñaron en hacer brotar en estas lejanas latitudes africanas, el té. A finales del siglo XIX la colonización británica trajo desde La India los primeros brotes de té que hoy en día se han convertido en uno de los pilares de la exportación junto con el tabaco y el azúcar.

En nuestro camino divisamos algunos recolectores que descienden por los pasillos de las frondosas plantaciones con las características cestas colgadas a las espaldas donde depositan los brotes que arrancaban hábilmente de los arbustos. Aquellos que habían finalizado su trabajo emprendían el regreso a casa matando el hambre a golpe de mordiscos a trozos de caña de azúcar mientras se desplazan a pie o en bicicleta y vemos como las tiras de fibras de caña descuartizadas dejan su rastro por los caminos.

Aquellos que se proponen escalar el pico más alto de Malawi, el Sapitwa con 3.002 m., tienen que tener en cuenta las impredecibles variaciones climáticas que rodean este corpulento entorno montañoso de 30 Km. de longitud de oeste a este y 25 km de norte a sur. Sobre todo con las heladas nocturnas que se producen en la época del año en la cual ahora nos encontramos y que en algunas ocasiones se ha cobrado la vida de aquellos que no han tomado nota de lo caprichosa que puede ser la montaña. Aunque estamos en mayo, es el final del otoño en el hemisferio sur y ya se nota el gélido aliento del invierno durante las noches.

El ambiente rural que nos ha envuelto en nuestras primeras jornadas por Malawi se ha tornado bruscamente en una atmósfera urbana contemporánea con retazos coloniales y la esencia africana autóctona a nuestra llegada a la histórica ciudad de Blantyre. Fue bautizada con este nombre para conmemorar la ciudad que vio nacer al explorador y misionero escocés Livingstone, en la isla de Gran Bretaña. El intenso y caótico tráfico, el horrible downtown y sus calles empapeladas de publicidad dejaba difícilmente recordar los orígenes de este asentamiento.

Como dos náufragos confusos en medio de un mar de cemento y humo encontramaos la singular iglesia de San Miguel y Todos los Santos, edificada por unos misioneros escoceses en 1891, y la elegante y distinguida Casa Mandala del Gobernador, erigida en 1882. Esas dos balsas de historia representan los dos edificios más antiguos de Malawi y nos traslada a finales del s. XIX, cuando este lugar elegido por los misioneros escoceses atrajo la atención de los comerciantes europeos por su saludable y estratégica ubicación. La ciudad se encuentra a más de mil metros de altura, en un valle rodeado de un anillo de tres picos entre los 1.400 y 1.500 metros de altitud lo cual mantiene un poco más a raya el temido contagio de malaria, que por estos lares tantos estragos causa.

La estrecha carretera que comunica Blantyre con la antigua capital del país, Zomba, fue una pesadilla de la cual tomamos buena nota para futuras jornadas de conducción. El avance era por una cinta asfaltada pero estrecha, sin señalización, sin rayas pintadas y con un enjambre ciclistas que circulan en los bordes de los caminos. El atardecer era todavía más surrealista, los ciclistas sin luces y lo angosto del asfalto hacía imposible que se cruzasen dos coche si había un ciclista pero... nadie quería frenar, convirtiendo la conducción en un peligroso y suicida avance. Apenas nos dejan espacio para sortear a la vez a los ciclistas y a los coches que como misiles nos venían de frente. Afortunadamente el tráfico motorizado fue desapareciendo a medida que nos alejamos de la ciudad aunque las bicicletas sin luces y los caminantes seguían invadiendo la calzada de forma intempestiva. Teníamos que olvidarnos de avanzar por la noche, pero es que el sol se pone poco después de las cinco de la tarde y los días son tan cortos... que cuesta detenerse tan temprano. Pero obviamente el riesgo de sufrir un accidente es una razón contundente para ver el lado positivo de buscar refugio al atardecer. Tenemos más tiempo para trabajar con el diario de viaje, las crónicas y el trabajo fotográfico digital.

A los pies de la Montaña Zomba descansa la ciudad homónima, una curiosa población donde el legado arquitectónico colonial se disemina por los barrios residenciales que configuran su fisonomía. El núcleo de la población lo conforman una serie de destartalados edificios rectangulares de cemento pintados de colores chillones. Las bocinas y los gritos de los minibuses avisan a los futuros pasajeros que están a punto de salir, aportan el toque africano a este histórico asentamiento, que se convirtió en la primera capital del país hasta 1975, momento en que fue destronada por Lilongwe.

En 1859, la expedición de Livingstone ascendió el monte Zomba y recorrió su extensa cumbre mesetaria como nosotros ahora nos deslizamos por sus pistas donde las cascadas, arroyos y lagos salpican el entorno arbolado. El paisaje que contemplamos desde lo alto no debe distar mucho del panorama que contempló Livingstone hace 150 años. Una inmensa llanura sobre la que destacan el macizo Mulanje al sur, el Lago Chilwa al este y el monte Malumbe con sus 2.075 metros al oeste. Y desde esta simbólica ciudad vamos a dirigir nuestro rumbo hacia el “leif motive” del país, el lago Malawi, una espada de agua cuyo alargado filo baña su costa oriental y da vida a casi todo el país. Malawi no solo de debe el nombre a su lago, esa llaga acuífera en el corazón de África ha servido de freno a las invasiones del este y la generosidad de sus aguas permite una fácil subsistencia a la población que vive a su vera.

Un alto antes de alcanzar tan magnífico lago: el Parque Nacional Liwonde, que no se puede comparar con los que ya hemos recorrido hasta ahora pero su propia pequeñez favorece los encuentros con la fauna salvaje y posee impactantes bosques de majestuosos baobabs.

Por su sabana arbolada viven felices muchos herbívoros y los elefantes campan a sus anchas saciando su sed en las aguas del río Shire, repletas de hipopótamos y cocodrilos. El único inconveniente es la marabunta insoportable de insectos que, al atardecer, se precipitan hacia las luces que comienzan a iluminar la progresiva oscuridad vespertina. La espesa cortina de insectos que tuvimos que atravesar en el pasillo que conducía a las duchas del alojamiento donde instalamos nuestro campamento fue una auténtica pesadilla, desde que estuvimos en Laponia en verano no habíamos padecido una delirio igual. Afortunadamente, a medida que pasaban las horas se fueron apaciguando y pudimos tener una cena más o menos tranquila y no llegaron a invadir la tienda cuando nos fuimos a acostar.

Al país lo define por antonomasia el lago que lleva su nombre. Malawi “luz reflejada”, Nyasa (“lago”)… sea cual sea el nombre que lo designe ninguno puede recoger en su definición la grandiosidad de su impresionante complexión aprisionada en el corazón de África. Es el tercer lago más grande del continente, después del Victoria y Tanganica, con sus 500 km de longitud y su anchura media de 48 Km. Pero muchos estamos de acuerdo en que más que un lago es un inmenso mar atrapado entre la jungla africana. La mayor parte de sus aguas se encuentran en Malawi pero Tanzania y Mozambique también disfrutan de su presencia compartiendo parte de su costa, repartiéndose de forma equitativa el filo occidental de esta espada líquida.

El lago es el néctar del país pues a sus orillas han sobrevivido durante centurias tribus y pueblos que gracias a sus aguas podían beber, bañarse, regar sus plantaciones, alimentarse con su pesca… pero también fue la sentencia de muerte de muchos indígenas y de muchos misioneros que se empeñaron en seguir los pasos de Livingstone. Fue precisamente David Livingstone quien lo redescubrió tras el olvidó en el que cayó cuando en el siglo XVII lo avistaron los portugueses. La malaria azota sus dominios y contra ella es necesario extremar las precauciones. También la bilharcia (bilharziosis o esquistosomiasis, ahí es nada el nombrecito de la enfermedad) está presente en sus aguas. Un minúsculo gusano que se introduce a través de la piel y se aloja en la vejiga o el intestino grueso pudiéndose convertir en una pesadilla. Pero este parásito se localiza en las zonas de rocas y juncos donde las playas son más serenas y el agua menos activa, perfecto entorno para prodigarse a su antojo.

El cabo Maclear, en el sur del Lago, es una lengua de arena que se adentra en sus aguas y el primer asentamiento donde se creó la Misión Livingstonia. El poblado ubicado en un bello y escondido recodo del lago se convirtió en la década de los 90 en el “Katmandú africano”. Los viajeros menos convencionales lo eligieron como un rincón para perderse en el continente africano hasta que pasó de moda. Ahora, sus pobladores esperan que los viajeros regresen de nuevo para hacerles disfrutar de este idílico rincón. Seguimos ascendiendo por la costa lacustre hacia el norte y las misiones, aún activas, se van alternando con los alojamientos que a pie del lago aseguran proporcionar, sin lugar a dudas, una estancia inolvidable.

Nosotros elegimos la bahía de Senga para establecer durante varios días un campamento que nos permitiese poner al día todo el trabajo de recopilación de datos, minutar vídeo y ordenar los centenares de fotografías que intentan capturar la esencia de este curioso país. Siempre intentamos elegir lugares que cuando levantemos la vista de los ordenadores Toshiba, el alma se regocije con su entorno.

Una sencilla pero acogedora rest house, a escasos metros de lago, fue donde se alzó nuestra tienda durante varios días. Se llama “Baobab” por el enorme y precioso árbol que se levanta en mitad del terreno. El lago es hogar de más de quinientas especies de peces, uno de los motivos por lo cual ha sido incluido en la lista de Patrimonio Natural de la Humanidad, y el chambo es uno de los peces más populares para dejarse dorar sobre las ascuas de una parrilla. Resulta muchos más sabroso que la nsima, una especie de puré de harina de maíz insípido y pastoso, que sirve para rellenar generosamente cualquier plato y estómago... a condición de estar realmente hambriento.

Cuando nos introdujimos por primera vez en las dulces pero bravas aguas del legendario lago nos regocijó la ausencia de salitre, teníamos la sensación de penetrar en un océano pero sin tener que soportar las incomodidades de la salmuera. Una buena paliza nos dieron las olas que se estrellaban contra las playas de arena fina y dorada. Al menos, con tanta actividad, no nos surgió la duda si las moviditas aguas de esta zona pudiesen albergar la funesta bilharzia, ese fatídico gusano que infecta y hace impracticables muchas zonas de este paradisíaco lago que… cuando el viento arrecia en forma de bravas tormentas puede generar olas de hasta cinco metros. Pescar, bucear, practicar submarinismo, navegar por sus aguas a vela o en cruceros para alcanzar las islas que se prodigan por sus infinitas aguas nos pueden permitir descubrir las maravillas de este tesoro acuífero en medio de la jungla africana.

Mientras vislumbramos la costa mozambiqueña al otro lado del lago, recuerdo cuando contemplo desde Ceuta las tierras de la Península a tan sólo 14 kilómetros y la silueta del Peñón de Gibraltar penetrando en las aguas fundidas del Mediterráneo y el Atlántico. Pero ahora, mientras contemplamos la remota orilla mozambiqueña a más de 40 kilómetros y nos salpican en la cara gotas de agua estás provienen de las vigorosas olas de un prodigioso lago que presume de la ambiciosa y apasionada pretensión de creerse un mar.

La Bahía de Nkhotakhota, antaño centro de la trata de esclavos de la región, aloja el histórico árbol bajo el cual se reunieron Livingstone y el jefe Jumbe. El comprometido misionero convenció al jerarca africano para acabar con la trata de esclavos. La vieja misión construida junto al árbol aún permanece en activo y su árbol ha seguido creciendo y creciendo sin olvidar el valioso acuerdo al que se llegó bajo sus ramas.

La nubosidad que se forma durante las primeras horas del día se van disipando a medida que el sol calienta con fuerza y el viento caprichosamente juega con las nubes atrayéndolas o ahuyentándolas a su antojo. Cuando alcanzamos la bahía de Nkhata, al norte del lago, el terreno se hizo más abrupto y avanzando por sus colinas arboladas alcanzamos la pequeña población homónima anidada en su abrupta ensenada.

Acampamos en un albergue de mochileros que, adaptándose a las características irregulares del terreno, cae en sucesivas terrazas naturales hasta confluir en una paradisíaca calita de fina arena. Desde ella podemos observar al amanecer las siluetas de los pescadores sobre sus canoas pescando mientras paseamos descalzos por su orilla o nos damos un chapuzón en sus cálidas aguas.

Cuando bajamos al pueblo, el aluvión de gente abordándonos con cualquier excusa para venderte o atraerte hacia alguno de los alojamientos o simplemente pedirte algo fue realmente asfixiante hasta que la población se fue acostumbrando a nuestra presencia. La calma de la calita de nuestro alojamiento con los niños de los pescadores jugando en el agua fue la otra cara de la moneda de la asfixiante atmósfera del pueblo.

El punto más al norte que vamos a alcanzar será Livingstonia, para ello hemos de abandonar la ribera del lago y ascender una abrupta montaña. El recorrido hasta alcanzar sus 1.550 metros de altitud nos va a obsequiar con unas espectaculares panorámicas del lago y sus alrededores. Pero no fue fácil el camino para crear esta misión. En realidad, su fundación inicial se situó en el Cabo Maclear en 1875 por el Dr. Robert Laws. Inspirado por los principios que guiaron a Livingstone a “cristianizar” esta zona de África y sobre todo intentar acabar con el infame tráfico de esclavos.

Pero la malaria arrasaba entre los misioneros, fueron tantas las bajas causadas por la mortífera enfermedad que los misioneros pronto comprendieron que asentarse en las regiones colindantes al lago era firmar su sentencia de muerte. Por ello el Dr. Robert Laws, tras comprender por la vía dura que los asentamientos al borde del lago acabarían con sus objetivos misioneros, buscó una solución. Acompañado de un fiel nativo, Uriah Chirwa, decidió explorar las tierras altas. Finalmente fundó la histórica misión en 1894 a 1.200 metros de altitud, con ello eludía, en la medida de lo posible, la incidencia del paludismo. La bautizó Livingstonia en honor al admirado misionero explorador y levantó el hospital más grande del sur de África en aquellos momentos así como una escuela que durante muchas décadas fue un referente por estas latitudes.

Para alcanzar el histórico emplazamiento es necesario zigzaguear por una estrecha y sinuosa pista de tierra y roca que pondrá nuestros nervios a prueba ya que apenas hay mantenimiento, la reductora se aseveró imprescindible. Las lluvias recientes han castigado el terreno arcilloso deslizando los caminos y haciendo emerger las rocas. Como consecuencia de ello el terreno se presenta en condiciones lamentables. Pero al llegar a la centenaria misión el viaje físico se ha convertido también en un viaje en el tiempo y los edificios victorianos de ladrillos rojizos que se levantan por sus polvorientas calles revelan indiscutiblemente los orígenes de sus fundadores. Casas con cubiertas a dos aguas con barandas de hierro forjado, torre del reloj en el centro del pueblo, iglesia de torres puntiagudas con una vidriera que retrata a Livingstone con su sextante, el edificio industrial que construyeron los misioneros para formar a los indígenas y ahora es el instituto técnico… sólo su población africana nos indica que no estamos en Gran Bretaña, estamos en África.

Desde este remanso de paz de la misión de Livingstonia nos encaminamos hacia el sur para alcanzar la joven capital del país, Lilongwe, fundada básicamente por comerciantes asiáticos en 1906. El porcentaje de vehículos todo terreno que se ven por la ciudad (y por todo el país) está mayoritariamente compuesto de organizaciones humanitarias que surgieron para paliar las grandes sequías que devastaron muchas cosechas. Ningún otro país del cono sur africano goza de tanto amparo y en los últimos años su presencia ha ido aumentando tan vertiginosamente que es imprescindible en el sustento de la economía del país. Una ayuda cuya fachada son impresionantes todo terrenos y seguramente entregada sin la preceptiva explicación de las circunstancias en las que se da, puesto que la primera reacción de la población al ver un extranjero es ir corriendo a pedirle algo, lo que sea, aunque no lo necesite, a veces a grito pelado aunque se encuentre al otro lado de un río.

Las dos imponentes mezquitas que, financiadas principalmente por los países ricos del Golfo Pérsico, se elevan en la capital nos recuerdan la existencia de una población musulmana cuyo porcentaje, en continuo ascenso en el África negra, ya alcanza en Malawi el 20% de los 13 millones de habitantes que tiene este pequeño país. Su tradición islámica se remonta al siglo XV con la llegada de los comerciantes musulmanes del norte. Con la expansión del cristianismo a finales del s.XIX el Islam fue perdiendo adeptos pero nuevamente se reforzó con la llegada de los musulmanes indios, por la influencia del África Oriental musulmana a comienzos del siglo XX y por las aportaciones millonarias de los países árabes del petróleo, cuya ayuda se centra principalmente en la construcción de mezquitas, comedores públicos y medersas (escuelas coránicas).

La capital, seccionada en dos por la Reserva de la Naturaleza junto al río Lilongwe, ha generado dos ambientes bien diferenciados. Por el norte, el centro urbano (City Centre) representa el presente con una sucesión de parques, edificios modernos de cemento y vidrio donde las oficinas, bancos y sedes administrativas concentran la actividad más urbanita. Pero al sur del río se extienden los barrios más antiguos (Old Town) que, aunque decrépitos y con poco o nulo interés arquitectónico, recupera los orígenes del joven e histórico asentamiento. Hoteles, restaurantes y mercados que concentran la esencia africana y algunos retazos del pasado colonial.

La pequeña capital del país, Lilongwe, ha sido el último alto en nuestra ruta por Malawi antes de comenzar a atisbar los nuevos horizontes de la última etapa de la Expedición Confines de África. También será la despedida de la extraordinaria fauna africana con dos grandes parques nacionales: el afamado South Luangwa y el Kafue, el mayor de toda África. Por ello nos preguntamos, entre toda su numerosa fauna salvaje... ¿conseguiremos avistar algún leopardo, el único de los cinco grandes que nos ha estado esquivando durante estos 5 meses de ruta transafricana? ¿Nos quitaremos esa espina? Crucemos los dedos y confiemos en las sorpresas de este prometedor nuevo destino: Zambia.

Resto de crónicas de la ruta

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Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.