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Crónica 47,

Ladakh III - El pequeño Tibbet

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Ladakh

La tienda ya está recogida en el techo y estamos sentados al borde de una pequeña grieta. Desayunamos contemplando el maravilloso espectáculo que anoche nos iluminaba la luna llena y ahora el sol nos presenta formalmente.

Un grupo de cabritillas enanas de pelo largo blanco y pequeños cuernecillos retorcidos nos hace compañía. En breve llegaríamos a Leh, las provisiones ya no son un problema y les damos el pan sobrante. Estas figuritas de Belén se acercan y se lo comen a nuestro lado, aunque no nos quitan el ojo de encima, recelosas de cada uno de nuestros movimientos pero sin querer alejarse de esta posición compartida al borde del acantilado.

Arrancamos el motor y nos movemos despacio para no asustarlas, formaban una imagen realmente tierna. Levantamos muy poco polvo y por el espejo retrovisor observo como ellas también reemprenden su camino dando brinquitos en cada discontinuidad del terreno que encontraban.

-Lo de tu labio va a peor - le digo a Vicente mientras miro la calentura que ha crecido desmesuradamente desde ayer.

-Ya lo noto, me molesta una barbaridad. Espero que no se formen postillas.

-Pues sin intención de desanimarte... tiene toda la pinta de que se te va a montar una buena en la boca. Y además tu cabeza está achicharrada.

-Desventajas de ir descapotado -me dice riéndose-. Estoy seguro de que todo ha sido en el Taglang-La. El viento me ha quemado los labios, era muy fuerte y estuvimos mucho tiempo. Lo que más me fastidia es lo del sol, eso sí que podía haberlo evitado pero ese mismo viento camufló lo que se me venía encima. Ni me acordé de la gorra y a cinco mil y pico metros... el sol hace auténticos estragos. ¡Menuda escabechina que me ha hecho el Taglang-La! -sigue con sus risas.

Vicente se lo toma a broma pero tiene el cráneo excesivamente quemado, se lo había visto chamuscado otras veces pero nunca como hoy. La verdad es que no me quedo muy tranquila. La belleza del entorno nos cambia el tema de conversación.

-Mira a tu derecha, tiene que ser el gompa de Tikse. ¡Qué maravilla! ¿Vamos ahora a verlo? -Giro la cabeza hacia donde señala Vicente y observo el prodigio que tenemos a tan solo dos kilómetros. También me dan unas ganas irresistibles de ir ahora mismo pero a veces hay que obedecer a la cabeza y no al corazón.

-Mejor visitamos los monasterios budistas con más tranquilidad, prefiero que vayamos directos a Leh. Tenemos que obtener permisos gubernamentales para las áreas restrictivas y no sabemos el tiempo que tardan en concederlos. Si tardasen mucho, exploramos todas las gompas mientras se tramitan y así ganamos tiempo. Es lo mejor.

Y era realmente lo mejor. No nos detuvimos en Tikse. Ni siquiera en la gompa de Shey cuando pasamos a escasos diez metros de ella. No fue fácil pero había que hacerlo, ya volveríamos en unos días, cuando supiésemos como se obtienen los permisos y hubiésemos descansado un poco.

La verdad es que nos sentimos muy bien. La altura no sólo no nos ha hecho perder la cordura que aun nos queda sino que nos sienta estupendamente. Una vez habituados a la altitud y a la sensación de estar tan cerca de las nubes, el lánguido aire que respiramos nos hace insuflarnos de una especie de euforia contenida que explosiona cuando comenzamos a deslizarnos por las interminables curvas que nos acerca a cualquiera de los infinitos bellos rincones que posee este gigante rocoso. ¿A quién no le ha ocurrido alguna vez querer detener el tiempo y vivir interminablemente momentos que sabe que nunca volverán a repetirse? Pero el tiempo no se detiene nunca. Entonces se produce un combate interior. Por un lado quieres que pasen las horas y los kilómetros para ver algo nuevo, experimentar algo diferente y por otro querrías que se detuviera para vivir una y otra vez ese instante.

RENCUENTROS

Los días transcurren tranquilos en Leh mientras nos reponemos de los más de quinientos kilómetros por alturas que nunca habíamos probado antes. Acampamos en el hotel K-Sar Palace, uno de los más antiguos y que más viajeros ha visto alojarse entre sus paredes puesto que Ladakh se abrió en 1.974 y el K-Sar Palace se inauguró en 1.978. Sería nuestra base en el valle de Leh, podríamos estar varios días explorando los valles de los alrededores, picos, pasos o lagos ... que al final siempre había que regresar a Leh, es la encrucijada de Ladakh. Era perfecto para nosotros, la acampada es realmente barata, es extremadamente tranquilo y podíamos trabajar en su jardín mientras nos deleitamos con vistas directas hacia la corona montañosa de gigantes que siempre están ahí, vigilantes, serenos, endiosados. Y si mirábamos al otro lado nos encontramos con el gompa y el palacio de Leh, proyectando sus figuras por encima de la ciudad, intentando llamar la atención frente al mayor protagonismo que han adquirido sus múltiples hermanos disgregados en varios kilómetros a la redonda.

Junto a la magnificencia de esta naturaleza, y tan cautivadora como ella, se halla la población ladakhi. Nada más llegar, tuvimos que reponer las provisiones y el mercado de Leh nos atrapó al instante. Fascinante, irrepetible, qué vivencia tan extraordinaria para los que disfrutamos la inmersión en otras culturas. Voceros, vendedoras de verduras de frutas y verduras, clientas con canastos de mimbre enganchados a sus espaldas; cada traje es un mundo, cada rostro es un libro, cada movimiento una ceremonia. Fue una magnífica bienvenida.

La providencia nos sigue acompañando. También el primer día de estancia en Leh, dándonos un paseo vespertino, nos hacen aspavientos desde un cafetín. ¡Eran Marcus, Cathy ... y Faulner! Una suerte encontrarnos y una sorpresa cuando nos explicaron que son amigos desde hace años, no teníamos ni idea de que se conociesen. Los tres residen en Australia y decidieron ir a Londres en moto con la intención de pasar allí las Navidades del 2.000. Las fechas para iniciar el viaje no les coincidían, Marcus y Cathy podían partir seis meses antes que Faulner así que como no era plan de esperar tantos meses, la pareja se subió a su moto y durante esos siete meses recorrieron Tailandia, Vietnam, Laos, Camboya, India y Nepal. Siguieron en contacto a través de internet y cuando Faulner embarcó su moto para la India estuvieron estudiando donde encontrarse. No querían que ninguna de las dos motos tuviese que retroceder para unir sus rutas, cada uno estaba en una punta de la India. Tras casi cuatro meses moviéndose por zonas dispares del subcontinente indio ... encontraron el lugar perfecto para reunirse: ¡Ladakh! Quedaron en Leh e hicieron la ruta de Manali a Leh por separado ... pero juntos, estaban simultáneamente en esa ruta pero ignoraban que la otra moto también estaba en ese tramo. Hacía mucho tiempo que ninguno de los dos tenía acceso a internet para consultar su correo electrónico y habían quedado: "el primero que llegue a Leh que espere al otro, todos los días a las 7 de la tarde en la Instyle German Bakery de la calle Fort Road". Un juego malabar que nos recordaba a las citas que habíamos tenido en Estambul, Delhi y Kathmandu. Ellos también consiguieron encontrase y ... llegaron el mismo día a Leh. Era el primer día en Leh para todos, un gran día, nos fuimos a cenar los cinco juntos.

Pero "cinco" no es un simple número, es un número mágico en Ladakh. Todo caía como llovido del cielo, tanto ellos tres como nosotros dos estábamos de suerte. El Magistrado de Distrito no daba permisos para las áreas restrictivas a grupos inferiores a cuatro. ¡Y somos cinco! Había muchas cosas que celebrar y no faltaban las risas contándonos una y mil historias sobre las vicisitudes que a cada uno le había ocurrido por el camino.

Durante la cena también hablamos de las fechas y las rutas para coordinar la exploración del lago Pangong, el mítico paso de Kardung-La y el valle de Nubra. No hubo ningún problema, fue realmente fácil ponerse de acuerdo. Namgyal, el director del K-Sar Palace, se encargaría del papeleo y hasta el día de la partida cada grupo era libre, las necesidades de unos y otros eran distintas. Nosotros nos centraríamos en todos los gompas y pueblos que rodean a Leh. En Sikkim y Nepal también nos encontramos con los apacibles budistas pero siempre eran minoría, no hemos llegado a conocer el verdadero ambiente budista hasta que nos adentramos en Ladakh. Fue duro no detenerse en estos cautivadores y centenarios centros de espiritualidad budista en el camino a Leh pero ... ahora nos íbamos a desquitar. Teníamos todo el tiempo del mundo.

LA SOMBRA DE BUDA

Los dioses indios ya no están presentes por estos lares. La piedra y el encalado blanco se adueña de la arquitectura rural y las granjas. Las túnicas granates aparecen por doquier. Las sonrisas adornan todos los rostros cuando nos acercamos a cualquier lugareño y la risa fácil -quizás hasta un poco vergonzosa- se escapa cuando entablamos comunicación, normalmente con señas y lentos ademanes con los brazos. Los gompas budistas a los que vamos accediendo se aferran a emplazamientos casi inaccesibles, encaramados en la cima de pequeñas colinas o derramados por la falda de escarpadas montañas. La imagen no dista mucho del valeroso monasterio cautivo de Potala, en el Tíbet. Pero fuera como fuese, siempre es necesario ascender por una empinada cuesta o escalinata como si se estuvieran entrenando desde el domicilio terrenal que ocupan temporalmente para ascender a los cielos.

Todos parecen iguales y todos son diferentes. Los monasterios presentan un porte muy similar al de las casas que describimos en nuestra llegada al valle pero cuando los amables lamas encargados de custodiar las salas de oración abren las puertas de sus sacros habitáculos, se produce el resplandor. Su interior vuelve a desenmascarar el fulgurante estallido de colores chillones y de rostros serenos, cuando se representa a Buda, o rostros desencajados y maléficos, cuando se representan a los sátiros y crueles demonios. En este caos de color y semblantes desencajados todo está deliberadamente estudiado para albergar cada cosa en su lugar y con una función predestinada. Los artistas parecen haber recibido una orden sobrenatural de no dejar ni un hueco libre, albergando en cada espacio disponible algún rostro, símbolo, flor o animal que contenga un significado por simple que pueda parecer. Las telas de seda que cuelgan del techo -los thankas tibetanos- capturan en miniatura lo que las salas donde se albergan muestran aumentados en tamaño y número por sus paredes y techos. Este barroquismo exacerbado que perturba la vista contrasta bruscamente con la tranquila y moderada aptitud que manifiestan sus fieles seguidores con modales apacibles y gestos delicados. La única condición que ponen para entrar en sus templos es que nos descalcemos y nos comportemos con respetuosidad. Por lo demás cualquiera que desee penetrar en sus templos serán bienvenidos sea cual fuere su religión o aspecto.

Y así, uno a uno, vamos accediendo a los gompas (monasterios budistas) con sus propias particularidades y sus alegóricos nombres. Viajamos al siglo XVII, llegamos a Hemis, su gompa Chang-Chub-San-Ling -"Lugar Solitario de la Persona Compasiva"- alberga un thanka de 12 metros, el más largo de todo Ladakh pero sólo es exhibido cada 11 años.

Para llegar al de Stakna -"Nariz de Tigre"- tuvimos que cruzar un estrecho puente sobre el río Indo y replegar los retrovisores de lo enjuto que era. Ubicado en una posición espectacular sobre un promontorio rocoso, como un faro espiritual en la vasta llanura del valle. Las vistas que se contemplan desde el monasterio podrían ser las mismas que las que divisáramos si levitáramos sobre en una nube. Como telón de fondo, las descomunales montañas himalayas; a sus pies, el valle del Indo con sus casitas, campos y el néctar de vida de las aguas del vetusto río.

Seguimos avanzando entre leyendas, historia, paraísos y arquitectura. En el gompa de Matho, del s.XVI, se celebra cada año un festival durante el cual los novicios y los monjes entran en trance y se autoinfligen heridas que al parecer no dejan señal. En el de Stock encontramos el lugar donde murió el último rey de Ladakh, en 1974. Sin lugar a dudas el sobrenombre con el que bautizaron a esta zona del mundo, "Pequeño Tíbet", es más que justificado.

Vamos saltando de un lado al otro del Indo, siguiendo el rastro de todos y cada uno de los monasterios que se han prodigado en los emplazamientos más inauditos. El gompa de Shey se halla en plenas labores de restauración pero su privilegiada ubicación le ha proporcionado una laguna de aguas límpidas y tranquilas a sus pies, reflejando así su imagen serena y altiva en el espejo natural que la tierra le ha concedido. Como el monasterio de Tikse, donde los alojamientos de los lamas trepan por la colina hasta que son coronados por el edificio principal. Desde la terraza del edificio más alto uno gira sobre sí mismo y puede ver como las aguas del Indo son generosas con la tierra pero el desierto árido se extiende irremisiblemente cuando su fluido vital no las acaricia.

LA MALDICIÓN DEL TAGLANG-LA

La "venganza" del Taglang-La ya ha llegado a su culmen y cual maldición faraónica se abate sobre Vicente. Tras varios días desde la aparición de la primera calentura, el labio inferior se ha transformado en una gigantesca postilla, como si un nuevo Himalaya estuviese naciendo en su boca. No le duele normalmente pero cuando el labio pide la elasticidad de la que carece ... la enorme postilla se parte y sangra, cosa sumamente dolorosa y desagradable para él ... que le hace ver las estrellas y le cambia el humor. No le afecta a la vida diaria aunque no está tan parlanchín como de costumbre porque le molesta pero sí que se resiente a la hora de comer o beber. Con la sopa o bebidas le es imposible sorber, ingiere líquidos con movimientos rápidos coordinados de muñeca y cabeza, arrojando la bebida -en muy pequeñas cantidades- dentro de su boca sin necesidad de aprisionar la cuchara o el vaso (lo idóneo hubiese sido una pajita de beber pero no hubo modo de procurarse una). Con la comida ocurre algo similar, para que la postilla no se rompa apenas puede abrir la boca así que todos los pedacitos tienen que ser muy pequeños. Durante una temporada no pudo ni tomar un triste bocadillo, morderlo exige abrir la boca todo lo grande que se pueda así que en las comidas improvisadas se tenía que conformar con galletas, que comía como un ratoncito, a mordiscos minúsculos. Ante cualquier circunstancia adversa Vicente se adapta enseguida a la nueva situación y este tema lo sobrelleva bastante bien sin quejarse, excepto cuando el labio se abre, que dice de todo el pobrecito. Lo paso fatal viéndole así pero por lo menos sé que es temporal porque la postilla, tarde o temprano, acabará cayéndose y dejará de beber como un pajarito y comer como una ardilla.

Lo del cráneo es otra historia. Ya se ha pelado y ha sido tremendo, le ha ocurrido en otras ocasiones pero nunca con el aspecto que presentaba en ésta. Cuando desapareció la piel superficial que se había quemado ... quedaron casi al aire todos los capilares, parecía el cráneo de un alienígena, la piel se quedó tan fina que las venas estaban ahí mismo. No sabemos como quedará cuando la epidermis se regenere, igual le quedan marcas. Nunca le ha gustado llevar ningún tipo de gorra, ni siquiera en el desierto, dice que le molesta y bromea diciendo "no me gusta llevar nada en la cabeza, por no llevar ya me he quitado hasta el pelo". Con este susto y en el estado en que está el cráneo ya no se resiste a que le calce una gorra cuando hace sol. A él se le olvida por falta de costumbre pero ya estaré yo pendiente.

NO PANGONG TSO. KARDUNG LA

NO KARDUNG LA. PANGONG TSO

Marcus y Cathy con su moto Guzzi llegaron antes de hora. Faulner, más remolón en la cama, apareció con su BMW R-80 quince minutos tarde. Hoy comenzábamos la exploración de las áreas restringidas, lugares que hasta hace muy poco eran inaccesibles para los extranjeros. Allí estábamos todos, en la única gasolinera de Leh, con los depósitos llenos, con la autorización del Magistrado del Distrito en el bolsillo y dispuestos a todo para alcanzar el primero de estos hitos, los 4.343 metros del lago más alto de Asia: el Pangong-Tso. El destino no estaba por la labor de hacerlo fácil y nos gastó una broma pesada ... que supimos encajar de buen agrado.

El primer alto fue el espectacular gompa de Taktok, construido alrededor de una cueva de meditación. Como es costumbre, se erige en un promontorio rocoso y se ve desde todo el valle, las casitas del pueblo escalan la colina pero la sensación que dan es que están alzando al monasterio hacia las nubes. Este era el final de la ruta hasta hace unos pocos años, a partir de este punto era zona militar restringida. Ahora, el gobierno indio, siempre dispuesto a dar a conocer las bellezas de su país, la ha considerado "segura" pero se rige por autorizaciones especiales que a la más mínima de cambio se suspenden. Y por supuesto, el grupo mínimo para emprender este tipo de rutas es de cuatro personas.

Llegamos a Sakti, en una bifurcación no sabemos qué ramal tomar y nos acercamos a un acuartelamiento militar. El soldado de guardia en la puerta nos indica la pista de la izquierda como el camino hacia el lago, "this way" nos dijo. La pista estaba hecha un desastre y eso que nos habían dicho en Leh que la ruta estaba bien, a excepción de los 30 kilómetros del paso Chang-La, el puerto de 5.290 metros que teníamos que superar. Seguimos camino y no mejoraba, es más, en algunos tramos los surcos eran tan profundos que las motos tuvieron serios problemas y repetidas caídas que afortunadamente no les ocasionaron problemas más graves. En una de las infinitas curvas nos encontramos de cara con un montón de obreros que habían colocado piedras enormes en el camino para arreglar la pista, con paciencia y disculpas tuvimos que apartarlas porque era físicamente imposible traspasarlas. Cathy ya estaba en nuestro Montero, la moto Guzzy cargada con dos personas tenía exceso de peso para este tipo de pista y también restaba maniobrabilidad a Marcus.

Llevábamos más de 4 horas de camino, un camino infernal que empeoraba en cada metro que avanzábamos. Nosotros íbamos abriendo el avance porque las motos iban más lentas debido a la ingente cantidad de piedras y que era cuesta arriba. Llegamos a un puerto, el altímetro del GPS señala 5.305 metros.

-La altura concuerda pero está excesivamente desolado y llevamos dos horas sin ver ni un alma. ¡Esto es muy raro! -Vicente no exageraba, había algo raro. Miro nuestro track en el GPS, este maravilloso aparato por satélite va creando su propio mapa uniendo todos los puntos por donde nos movemos y refleja en la pantalla el itinerario exacto que hemos realizado.

-El track tiene tendencia hacia el norte en vez de hacia el noreste -le digo- y el paso de Chang debería estar mucho más cerca de Sakti. ¡Ya hemos hecho 40 kilómetros desde Sakti, deberíamos haber llegado hace mucho a este puerto! -Era evidente que algo no cuadraba pero desde que salimos de Sakti no habíamos encontrado ni una sola pista a derecha o izquierda. Además, en esta zona, la única pista larga era la que unía Sakti con el Pangong-Tso. Hasta este instante no habíamos prestado mucha atención al GPS porque "teníamos" que estar en la ruta correcta, no nos podíamos haber equivocado porque nunca tuvimos una segunda opción. Lo del track con otro rumbo es muy típico en las cordilleras, es debido a que hay que bordear montañas y a veces, para ir al este hay que ir primero al oeste y luego, muchos kilómetros más adelante, enderezar el rumbo. Y que el Chang-La estuviese tan cerca de Sakti podría ser falso, o mejor dicho, verdadero en el sentido geográfico y falso en distancia kilométrica si la pista era muy zigzagueante. Ya no sabíamos qué pensar pero estábamos con la mosca detrás de la oreja.

-No veo a los motoristas por ningún lado -me dice Vicente mientras separa las vista de los prismáticos-. Desde aquí no tengo buena visión, me voy a subir a aquella roca. Me llevo un walkie, abre el otro- y empieza a trepar como una cabra montesa.

-¡La gorra!, ¡Qué estamos a más de 5.000 metros! -le grito cuando me doy cuenta de que no la ha cogido pero ya está en plena faena agarrándose a las piedras. Se para y me señala al cielo para indicarme que tenemos una nube muy grande que durará un buen rato. Que cabezota es cuando quiere.

Yo me quedo con Cathy y aprovecho para revisar de nuevo el mapa pero no me sirve para nada, no se detalla esta zona, la escala es muy grande. Chequeo más concienzudamente el monitor del GPS, meto zoom pero sólo consigo ver más grande ese caos de bucles enmarañados que muestra la ruta que hemos hecho hasta ahora. Miro a mi alrededor para ver si veo a alguien, aunque sea un pastor pero hace muchos kilómetros que no nos cruzamos con nadie. No obstante, lo más positivo de todo el recorrido es la belleza aplastante del entorno, estamos tan alto que muchas de las montañas se encuentran a la misma altura que nuestros ojos y cuando miras hacia abajo, el camino zigzagueante que hemos recorrido se nos muestra como un insolente desafío a la impredecible montaña que podría cambiar su faz cuando le apeteciese, sin contar para nada con los que nos atrevíamos a surcarla.

De pronto, veo acercarse a un monje que lleva en la mano un pequeño ramillete de florecillas violetas. Le saludo, "¡julai!". "Julai!", me responde el monje con una gran sonrisa. No habla ni una palabra de inglés pero confío que mi acento andaluz no desvirtúe la pronunciación del lugar a donde nos dirigimos. Así se inicia una conversación de lo más surrealista. Le señalo con la mano la pista que tenemos delante y le pregunto:

-¿Pangong Tso?

-¿Pangong-Tso? No. Pangong-Tso, no. Kardung-La.

-¿Kardung-La? Kardung-La, no. Pangong-Tso.

-No Pangong-Tso. Kardung-La.

-No Kardung-La. Pangong-Tso.

Los dos señalamos la misma dirección, yo con el dedo y él con su ramillete de florecillas silvestres. Le preguntaba si este era el camino para ir al Pangong-Tso y él me decía que era para ir al Kardung-La. Pero eso no puede ser, el paso de Kardung-La está en otro valle y no existe ninguna pista que una Sakti con ese mítico puerto de montaña. Por eso insisto en "Pangong-Tso" una y otra vez. Si me dijese otro lugar le creería a la primera pero Kardung-La resulta inverosímil.

El monje sonríe como si entendiese lo que está pasando. En la tierra empieza a dibujar un croquis y lo va explicando con gestos. En medio minuto lo entendí todo. Estamos en una pista que oficialmente no existe porque ... se está construyendo. No figura en ningún libro, en ningún mapa, nadie en Leh nos habló de ella porque no está habilitada todavía para el paso de vehículos ... es una pista que "no existe". Cuando se terminase ... uniría Sakti con el valle de Nubra y el Kardung-La. Ahora encaja todo. Por eso era tan dura la pista (no está preparada para vehículos), por eso no parábamos de ir al norte (íbamos a otro valle), por eso el paso de montaña estaba a 40 kilómetros de Sakti (no era el Chang-La), por eso ... Pero, ¿cuándo tomamos la pista equivocada si nunca apareció otra?

Pues muy sencillo, erramos la pista desde el principio, el centinela nos la indicó mal y a cuenta de eso nos habíamos pasado cuatro horas adentrándonos 40 kilómetros por un valle impracticable y sin salida, la pista se acaba en 4 kilómetros. ¡Menuda jugarreta nos hizo el centinela! Todas nuestras preguntas quedaban contestadas. ¿Todas? No, todas no. Nos queda una. ¿Dónde estamos? El monje también pudo entender esta pregunta. ¡Estábamos en el Wari-La, increíble! Estábamos en otro de los míticos pasos de Ladakh, un paso en el que hasta hace nada -quizás unos pocos meses- tan solo se podía acceder en trekking. Consultamos el mapa, efectivamente, el Wari-La está a 5.305 metros, los números cuadran y se convertía de este modo tan curioso en nuestro tercer "cincomil". Y además, sin habérnoslo propuesto, seguramente éramos el primer vehículo extranjero que pisaba el Wari-La puesto que el tramo que surcaba este paso acababa de ser abierto por la excavadora y la pista se acababa cuatro kilómetros más abajo.

-Veo a los motoristas -oigo a Vicente por el transmisor-, uno de ellos se ha vuelto a caer, no distingo quién es pero ellos están bien, la moto no tengo ni idea porque la acaban de poner de pie. Voy a ver si puedo ayudar.

-Pues cuando te reúnas con ellos les dices que esta pista no lleva a ninguna a parte. Que nos indicaron mal en Sakti.

-¿En Sakti?, pero si está a 40 kilómetros. Si no vamos a Pangong, ¿dónde estamos?

-Estamos en Wari-La, es muy largo de contar, te lo explico luego. Lo único cierto es que hay que dar media vuelta porque esta pista se acaba ya mismo.

-¿Qué estamos en Wari-La? Pero si no existe ninguna pista al Wari-La.

-Ya, ya te lo explicaré. Ahora reúnete con los motoristas y se lo dices.

BUENA SUERTE CON LA MALA SUERTE

La noticia fue ... ¡bien recibida por Faulner y Marcus! Antes de que Vicente pudiese empezar a hablar -estaba sin aliento cuando les alcanzó, no es muy saludable eso de ir trepando y saltando sobre piedras a más de 5.000 metros- le dijeron "nos volvemos, nos vamos a cargar las motos si seguimos por esta pista, nos da rabia pero tenemos que sacrificar el lago". No había nada que sacrificar, el Pangong-Tso no estaba al final de esta pista, estaba por otro camino y mañana lo podríamos volver a intentar. Como regalo de despedida ... empieza a nevar, no nos lo podíamos creer. Afortunadamente fueron copos pequeños que apenas duraron cinco minutos.

"Tan solo" quedaba dar media vuelta, una media vuelta que nos obligó a avanzar otro kilómetro hasta que encontramos un recodo que nos permitiese el giro. Para los motoristas fue sencillo, pivotaron sobre sí mismo y el regreso, como era cuesta abajo, les resultó mucho más fácil. Cuando llegamos a la encrucijada era ya tarde para iniciar la ruta al lago Pangong, anochecería en un par de horas, nosotros hubiésemos preferido acampar en Sakti y mañana ir al Pangong-Tso. Regresar a Leh suponían 60 kilómetros ahora y otros 60 mañana para regresar a Sakti pero los motoristas prefirieron regresar a la civilización y disfrutar de sus comodidades. Había sido un día duro, mucho más duro para los motoristas. No pusimos objeciones, nos hicimos los 60 kilómetros de regreso a Leh.

-¿Ya estáis de regreso? -nos pregunta con cara extrañada Namgyal.

-No hemos llegado al lago, hemos llagado al Wari-La -le dice Vicente.

-¿Al Wari-La? Si no hay pista, la están haciendo todavía.

-Pues ya llega al Wari-La ... y nosotros la hemos estrenado porque un soldado nos indicó mal la ruta al Pangong-Tso. -Los dos nos reímos, Namgyal se contagió también. Vicente se lleva la mano a la mandíbula y se encoge los labios para evitar que la risa se los abra otra vez.

-¿Vais a ir al lago mañana? -nos pregunta al vernos tan cansados, sobre todo a Vicente, que se ha hecho sin venir a cuento nada menos que 200 kilómetros, 80 de ellos de pista muy dura.

-Sí, hoy descansaremos, cenaremos bien y mañana a primera hora partimos de nuevo.

Pues buena suerte. La ruta es buena, ya lo veréis. Mañana os irá bien, hoy habéis tenido mala suerte -nos estrecha la mano y se retira porque le han llamado desde recepción.

¿Mala suerte?, qué relativo es todo en esta vida. Es cierto que hemos fallado la ruta programada pero ... ¿se puede llamar mala suerte a algo así? Este error nos ha permitido realizar una ruta insólita y virgen, hemos vuelto a superar los 5.000 metros y los paisajes vistos casi nos tenían sin habla. ¿Es esto mala suerte?

El Wari-La ha sido algo único y no creemos que el Pangong-Tso nos guarde rencor por llegar un día tarde. Si no hay más sorpresas, mañana tocaremos sus aguas turquesas, las aguas lacustres más altas de Asia. Y quizás unos días mas adelante ... logremos llegar a los 5.602 metros de altura del Kardung-La, el último gran desafío de estas cumbres.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.