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Crónica 5,

Libia II - El desierto Garamante

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Libia

Son las seis de la tarde en Ghadames, "la perla del desierto", y la ciudad va recuperando su pulso como el ave Fénix, que renace de sus cenizas.

-¡Ni se os ocurra! Hacéis muy bien desechando la idea de ir a Ghat a través del desierto de la frontera con Argelia. -Nos confirma Abdul, un tuareg que acabamos de conocer en el cafetín-restaurante Sahdun-. Nadie os acompañaría e ir solos es suicida. -Prosigue.

Las comunicaciones por carretera en Libia son buenas pero el sur no está comunicado entre sí y desplazarse en el eje este-oeste implica surcar cientos y cientos de kilómetros por el desierto. Es el caso para ir de Ghadames a Ghat. Esta ruta de 650 kilómetros a través del desierto y que realizamos en solitario hace dos años, ahora no es realizable. El verano lo cambia todo.

Si surgen problemas, las reservas de agua no durarían ni 48 horas frente a los 7 ó 10 días que podríamos aguantar en invierno. Cuando al otro lado se percatasen de que un vehículo no ha llegado ... ya sería demasiado tarde. (El que hace ese tramo, sea verano o invierno, tiene que inscribirse en la policía de frontera y presentarse de nuevo a la policía cuando llegue al otro lado, tres o cuatro días después).

Las altas temperaturas que ahora azotan la región son un enemigo implacable, sobre todo durante el tramo de 70 km. de dunas. La arena está muy suelta y se transforma en una trampa infinita para las ruedas de los todo terrenos y la intensa luz solar sobre la arena desdibuja por completo el contorno de las dunas. Todo parece más homogéneo y confuso, con lo cual se hace extremadamente complicado distinguir el camino para superarlas acertadamente y hay muchas posibilidades de volcar ... y "quedarse ahí".

Si queremos evitar el rodeo de 1.500 km. que da el asfalto, tan solo hay otra opción para ir a Ghat. También es a través del desierto pero vía Dirj-Idri.

-Eso sí -nos ratifica Abdul- no es que sea mucho más sencillo... pero no tendréis que cruzar el frente de 70 km. de dunas y os permitirá avanzar con más posibilidades de éxito. ¿cómo conocéis esta ruta?.- Se sorprende Abdul.

-Porque nos fascina el desierto y la última vez que estuvimos en Libia estudiamos muchas de las numerosas posibilidades que ofrece el territorio libio para disfrutar de él, pero lo hicimos en una estación más benévola.-Le contesto entusiasmada.

Abdul se llena de orgullo. Le encanta que los extranjeros sientan esa atracción por algo que el ama: el desierto. Es un medio muy duro pero la emoción que siente el alma en medio de esos parajes es indescriptible.

Al amanecer del día siguiente vamos por asfalto a Dirj, 110 km. al este, y desde allí atravesamos unos 450 km. de desierto dirección sudeste hasta Idri. Encontraremos dos pozos por este yermo camino: Bir Rimit (donde reponemos el agua consumida) y Bir Gazeil, que -seco desde hace tiempo- sólo sirve de punto de referencia e indica la antigua posición del campo de aviación italiano, el centinela del desierto de la época colonial.

El terreno duro y seco se alterna con tramos de piedras y arena, donde esporádicos remolinos nos envuelven mientras avanzamos. Antes de llegar a las arenas nos encontramos con otros vehículos, pero éstos hace mucho tiempo que han dejado de circular. Calcinados por el sol, invadidos por las arenas, forman parte inerte de una naturaleza implacable que los atrapó sin misericordia convirtiéndoles en sus eternos rehenes.

Efectivamente los litros de agua caen cuatro veces más rápidos que la última vez, el sudor también es cuatro veces más desagradable que entonces. Chequeamos constantemente el rumbo en el GPS, el día avanza y la luz solar es intensamente potente, el reflejo de los rayos en la arena es cegador, tan sólo disminuye al caer la tarde. Sin llegar a las dimensiones del otro tramo, esta ruta también presenta campos de dunas. La arena, lejos de presentar una textura compacta, está totalmente suelta y dificulta el avance, finalmente en el tramo aparentemente menos complicado nos atrapa, nunca hay que relajarse. Sacamos las palas y nos ponemos a liberar las ruedas de esta ardiente trampa, desinflamos las ruedas hasta 1 kg. y activamos el blocante del diferencial trasero. Me seco la frente con el antebrazo y compruebo que la arena se ha adherido al sudor. Miro a Vicente.

-Tócate cualquier parte descubierta ... ¡Parecemos dos filetes empanados con tanta arena pegada! -Pongo mi mejor sonrisa, aunque se note que es forzada. Nunca hay que desmoralizarse.

-¡Pues como se levante el viento ...vamos a parecer los abominables hombres de las arenas¡-Me comenta, tras comprobar que el también estaba cubierto de arena.

-Prefiero no pensar en ello hasta que hayamos salido de aquí y hayamos bebido un poco. -Le contesto- Tan solo tengo la idea fija de llegar al terreno duro que veo a 300 metros.

-Bueno, vamos a probar así. Tenemos un solo intento. O salimos o nos enterramos más y entonces tendremos que echar mano de las planchas de arena. Pero esto no tiene mala pinta, creo que saldremos.

-¡Inch Allah! -recito la tantas veces repetida frase en los países musulmanes, al tiempo que Vicente agarra el volante con fuerza y decisión.

Hemos tenido suerte, las ruedas mordieron la arena y llegamos a las piedras sin volver a quedar atrapados. El potente compresor que llevamos nos permite inflar velozmente las ruedas a sus habituales 2,5 kg., algo imprescindible para evitar pinchazos por el terreno pedregoso que se presentaba ante nosotros. En ese aspecto nos iba realmente bien, a pesar de la cantidad de pistas de piedra que hemos surcado desde que salimos de Ceuta... todavía no hemos pinchado ni una vez ... ¡toco madera!.

Suaves colinas salpican el camino, ellas nos permitirán acampar a su abrigo. Nos queda un día de desierto y vamos bien de agua. Reponer el agua en Bir Rimit fue una bendición. Nos permitimos el lujo de una modesta ducha (3 litros cada uno), pero no puede ser de agua fría, el agua de aseo -que va en la baca, junto a los bidones de combustible- está más que caliente tras recibir durante todo el día los abrasivos rayos de sol. Al menos tenemos agua.

Un nuevo día que kilómetro a kilómetro nos acerca a una pista perfectamente definida hasta los mismos edificios impersonales con los mismos puntiagudos minaretes, que aparecen como fotocopias por todo el país. Idri es la ciudad que alcanzamos, pero desde allí seguimos hasta Brak para unirnos a la carretera principal que nos llevará hasta el corazón del Fezzan: Sabha.

Un alto en Brak nos permite beber agua helada, el "caldo" de los días pasados se aleja como un mal sueño. El antiguo castillo otomano de Brak conserva su aspecto sólido con numerosas troneras (ahora selladas) y cañones apostados en la puerta pero el encanto queda roto porque, lamentablemente, sus aledaños se han convertido en vertedero. Nos introducimos en el palmeral del oasis y ante nosotros aparece la antigua medina, ahora abandonada. Volvemos a pasear por una nueva ciudad fantasma.

AL CORAZÓN DEL IMPERIO GARAMANTE

Sabha es la capital del Fezzan, una ciudad tan impersonal como el resto de las conocidas hasta ahora, pero es el punto de partida de todas las expediciones que desean adentrarse por esta apartada región del sahara. La historia más primitiva de este incógnito territorio salió a la luz cuando se iniciaron las primeras exploraciones europeas hace apenas dos siglos. Su distanciamiento y hostilidad la mantuvo olvidada para Occidente, y la suerte que corrieron la mayoría de estos pioneros fue reiteradamente desafortunada. William Lucas, Friederih Honemann, Dr. Joseph Ritchie, Capitan Georges Francis Lyon, Clapperton, Denham, Oudney, la hermosa holandesa Alexine Tinne,... hasta un total de 150 exploradores dieron la vida por explorar esta recóndita zona del mundo. Su fin, algunas veces fue debido al desierto, otras por los tuaregs, por un sultán o por bandidos pero su denodado empeño y valor nos ha permitido ahora, a las puertas de este nuevo milenio que se echa encima, de acceder a tesoros que el tiempo y el olvido han conseguido paradójicamente preservar.

El Imperio Garamante es uno de esos imperios olvidados que injusta y sorprendentemente la gente desconoce, y nos incluímos los primeros pues no supimos nada de él hasta que nos encontramos cara a cara en el emplazamiento de su antiquísima capital: Garama.

Esta gigantesca termitera, que sólo es la triste sombra donde se ubicó la tribu de los Garamantes, ahora se desvanece lentamente bajo el sol y las tormentas de arena pero su pasado se remonta a ¡miles de años! atrás. El propio Imperio Romano llegó hasta ella, concediéndole estatus de vital etapa caravanera de la ruta transahariana entre el Mediterráneo y interior del África Negra. Su privilegiada ubicación en el Wadi al-Hayat, con grandes reservas acuíferas, les permitió construir un importante y complejo sistema de canales subterráneos (fugaras) poblando y cultivando ampliamente la región.

Sus orígenes (que les relacionan con los egipcios por su similar culto a Ra) y su desaparición son un interesante enigma, que a pesar de las estudios efectuados, siguen representando un misterio por resolver y al mismo tiempo le otorga una naturaleza más sugestiva a su ya atractiva historia.

El sol se pone, la temperatura baja unos grados. Acampamos en el palmeral, muy cerca de las dunas del erg de Ubari. Hay que descansar, mañana emprenderemos una nueva etapa: los petroglifos prehistóricos de wadi Mathendous y Nabatir, un libro de historia en la piedra.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.