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Crónica 27,

Pakistán I - Reinos perdidos del Himalaya

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Pakistán

-Será un momento, tu vigila que no haya ni un alma. -Me dice Vicente.

-Adelante, no mira nadie. -Le contesto, mientras miro en todas direcciones. Vicente coge el papel que tenía en la carpeta y lo introduce en un buzón que está en medio de la aduana china de Taxkorgán.

-Pues ya está, ahora que hagan lo que quieran. La verdad es que no creo que valga para nada pero me quedo más tranquilo así. -Nos vamos alejando del buzón mientras Vicente sigue hablándome. -Me pone enfermo todo el tema de corrupciones y de abuso de poder. Me da lo mismo que sea Europa, América o un rincón perdido de Asia. -Concluye. La verdad es que a mí también me saca de mis casillas todo este asunto de corrupción institucional pero Vicente, al dominar mejor los idiomas, es el que trata casi siempre con los aduaneros, es al que le tocan esos "marrones" del viaje, soporta una tensión tremenda en cada control de policía o paso de frontera centroasiática. Todo ello le hace especialmente sensible con ese tema.

-Así podremos comprobar si los chinos tienen ahí ese buzón "de adorno" y tan solo para presumir de su lucha contra la corrupción o si realmente lo tienen en cuenta y contestan a las quejas que puedan formular los viajeros. - Le contesto.

Nos hemos vuelto a sentar en la sala de espera y miramos el flamante buzón que pone en inglés: "Buzón para quejas de los viajeros que transiten por esta aduana y que consideren que el trato de los funcionarios no ha sido correcto o se ha detectado algún tipo de irregularidad". Había un buzón igual en la aduana de entrada desde Kirguistán pero no nos atrevimos a formular la denuncia del jefe de aduanas, placa B65 3356, por si al final la liábamos y el susodicho personaje nos traía complicaciones. Ahora era distinto, nos vamos, y en ese papel dejamos todos nuestros datos y el incidente que tuvimos con él. No obstante, después de la escena con el otro jefe de aduanas tampoco nos fiamos ni un pelo de lo que pueda pasar cuando lo lean, por eso lo introducimos a escondidas. Cuando abran el buzón ya estaremos lejos y si el buzón es "real" nos contestarán, hemos dejado todos los datos, incluido el e-mail. Preferimos una respuesta "por correo" a una en "persona" por los motivos expuestos. Uno a uno hemos reflejado todos los conceptos de los que le acusamos: corrupción, abuso de poder, chantaje y robo. Ahí va eso. Pero por lo visto ese buzón es solo de adorno porque esta crónica se escribe casi dos meses después del incidente a la entrada de China y nadie ha contestado.

Dunkel regresa de su periplo por los despachos, ha estado un par de horas desfilando por varias ventanillas pero por fin vuelve con nuestros pasaportes y nos despedimos. Aquí acaba su misión, pero su profesionalidad y calidez como persona nos ha permitido una relación más humana que la que en un principio nos imaginábamos por la imposición de su presencia.

A partir de ahora seguimos caminos opuestos, el se vuelve desde Taxkorgán a Kashgar mientras nosotros seguimos rumbo a Pakistán. Los últimos 160 km. por China serán en solitario. Nos insiste reiteradamente en no parar y seguir sin demora hasta el puesto fronterizo. Pero por el camino es fácil salirse de la solitaria carretera para pistear por terrenos que nos acercan a asentamientos tajiks o a manadas de camellos que pastan por el altiplano. Kilómetro a kilómetro nos vamos acercando a la frontera y al paso transitable más elevado del mundo: el Paso de Khunjerab.

La bandera china ondea con energía debido al potente viento que azota el lugar, un frío que congela hasta el pensamiento. Su paso es pura rutina, apenas dura unos segundos, se limitan a comprobar que tenemos todos los sellos de salida puestos en Taxkorgán. La provincia china de Xinjiang comienza a quedar atrás y seguimos avanzando durante tres o cuatro kilómetros. Una barrera nos corta el camino, en medio de ella dos pequeñas banderas de China y Pakistán entrelazadas. Es la frontera pakistaní.

Un militar nos da la bienvenida al país con un fuerte apretón de manos y al vernos tan entumecidos por el frío nos ofrece que compartamos una taza de "milk-tea", el té con leche tan típico de Pakistán. De nuevo en Pakistán, de nuevo los corazones puros y la hospitalidad de este pueblo. Fue en la otra punta del país -en el desierto del Baluchistán- pero así fue también nuestra primera entrada en Pakistán, hace siete años con la Ruta de Alejandro Magno, cuando veníamos preocupados por la mala (e injusta) prensa internacional que lo pone siempre como un país salvaje y ... lo primero que nos encontramos fue un fuerte apretón de manos de los aduaneros, una bandeja de té con pastas y una conversación amistosa sobre cómo llevábamos el viaje (todos los viajeros que nos movemos por estas fronteras terrestres solemos llevar mucho tiempo fuera de casa y ellos lo saben). Pronto comprobamos que no son solo los aduaneros, los militares o los policías se comportan así con los viajeros sino que toda la población transforma en "huésped" a los visitantes extranjeros. Así fue entonces y así sigue siendo ahora. Por eso, cuando pasábamos momentos tensos en Asia Central pensábamos ... Pakistán está al final de esta etapa, ahí nos repondremos.

Y no era solo eso, este paso fue una meta fallida en el otoño del 92, cuando las intensas lluvias desmoronaron la carretera Karakorum y nos dejaron a 100 km. de este lugar (veníamos desde el lado pakistaní). Una espinita se quedó clavada y en esos momentos pensamos: "hemos perdido una ocasión única, es muy difícil volver e este lugar con nuestra propia montura y volver a intentarlo". Recuerdo todavía lo ofuscada que me sentí en mi interior y la cara de decepción y resignación de Vicente. Quién nos iba a decir en aquel momento, que tan solo siete años después, en los albores del tercer milenio de nuestra era, íbamos a tener una segunda oportunidad de llegar a este lugar y ... ¡desde el otro lado! ¡desde China!, un desafío todavía mayor. Nadie sabe realmente lo que le depara el destino.

Hace mucho frío, el "milk tea" en la caseta nos reconforta. Casi no nos lo podemos creer, estamos en el paso de Khunjerab, a 4.732 m. de altura, en el paso fronterizo público más alto del mundo. Ahora sí que podemos cantar victoria por haber logrado la meta más complicada de la primera etapa de la Ruta de los Imperios: ser los primeros españoles que conseguimos ir de Turquía al Himalaya a través del Cáucaso (Georgia-Armenia), Irán, Asia Central (Turkmenistán-Uzbekistán-Kazajastán-Kirguistán) y China. Las banderas de China y Pakistán se hallan sobre la barrera que separa estos dos países ... nuestro Mitsubishi Montero está en China y nosotros ... en Pakistán. Es un momento único y como en todos los lugares más emblemáticos de le Ruta de los Imperios, homenajeamos a nuestra ciudad y desplegamos los colores de Ceuta.

Solo son las doce del día y estamos a 0 grados con un viento que nos congela las manos mientras sacamos la foto. A nuestros alrededor, el coloso más impresionante del mundo: el Himalaya. A nuestros pies, la carretera Karakorum pakistaní, posiblemente la obra de carretera más complicada del mundo. Un hito en el mundo de la ingeniería ... que se llevó cientos de vidas en su realización. Su mantenimiento sigue siendo un desafío para el hombre, que tiene que luchar contra avalanchas, corrimientos de tierra, tormentas de agua que generan cataratas en cuestión de minutos, la nieve y el hielo en invierno, ... Varios regimientos del arma de Ingenieros están acantonados a lo largo de toda esta zona para cuidar su mantenimiento y procurar que siempre esté abierta aunque ... el poder de la naturaleza es mayor al del hombre, como bien pudimos comprobar en el 92. El Himalaya no son "montañas", se trata de una cordillera viviente, un ser vivo que palpita, que se mueve (con el choque de las placas tectónicas), se sacude (con los terremotos), que llora (con sus torrentes estacionarios), que tiene rabietas tirando todo al suelo (avalanchas), ... es como la montaña de roca de "La historia Interminable".

Deslizarse por la sinuosa Karakorum pakistaní es mucho más desafiante y sobrecogedor que la Karakorum china. Todo esta tan próximo, tan cercano ... como si este enorme gigante tratara constantemente de atraparte en su seno. Y serpenteando a sus pies el río Indo, el Hunza, el Gilgit, ... la sangre de este prestigioso y temido coloso de las alturas. Estos cuchillos han conseguido desgarrar las carnes del Himalaya y crear increíbles valles. Esta potente sabia a veces se muestra como una suave y tranquila corriente para acto seguido cambiar su rostro y mostrarnos su cara más violenta y arrasadora, como reflejo de lo que pueden provocar sus vecinas alturas.

En Sost es donde pasamos realmente la aduana. Aunque no nos lleva más tiempo que el de tomarnos otras dos tazas de "milk tea" a las que nos invitaron este nuevo grupo de aduaneros mientras toman nota y sellan el Carnet de Passage del coche. Una rápida mirada al Montero y de nuevo "Welcome to Pakistan".

SHANGRI-LA

El impetuoso tobogán montañoso de la Karakorum nos hace seguir bajando hasta alcanzar el Shangri-La perdido y ahora hallado: el cautivador valle de Hunza. Las historias más antiguas afirman que en este apartado lugar las tropas olvidadas de Alejandro Magno dejaron su huella genética. Cierto o no, es fácil toparse con rasgos mediterráneos y resulta sorprendente cruzarnos por sus calles con miradas claras o como algunas niñas se tapan con sus pañuelos largos mechones de pelo rubio. Y es fácil, muy fácil mezclar la historia con la leyenda es un lugar que durante siglos ha estado aislado de influencias externas. Un valle tan impresionante como acogedor. La naturaleza ha colocado unos majestuosos vigilantes que se erigen entre los picos más elevados del mundo. Las cimas Ultar, la más alta con sus 7.388 m o el gran Rakaposhi con 7.790, llevan contemplando durante milenios el fértil y no siempre apacible valle. Los propios fuertes de Baltit y de Altit son dos de los históricos vigilantes que los hombres, con permiso de la naturaleza, colocaron hace siete siglos para controlar este valle.

El otoño es el momento perfecto para visitar un lugar que aparece como el mismísimo Shangri-La, que tantas líneas y tantas ensoñaciones ha evocado. Los árboles frutales como el albaricoque consiguen un precioso color anaranjado mezclado con amarillos y marrones que se deslizan en cascada por las terrazas del valle. Sobre los techos de las casas las mujeres ponen a secar las hierbas, frutos y verduras que les servirán este invierno para alimentarse. Dicen que las aguas de Hunza, directamente recibida de los picos nevados y muy ricas en minerales, guardan el secreto de la longevidad de la que tanto presumen los hunzakis. Sus mujeres, siguen vistiendo como lo hicieron sus madres, sus abuelas... con el gorro hunzaki bordado por ellas mismas y que combinan con pañuelos de fuertes y chillones colores, amarillo, morado, rojo. Los hombres en cambio son más discretos y monótonos a la hora de vestir el traje tradicional pakistaní (la "chaluar camis") y sus gorros de lana. Son musulmanes, pero su postura ismaelita, seguidores del Agha Khan, les permite que las mujeres gocen de un comportamiento más relajado y amistoso en sus relaciones sociales, así como prescindir del Ramadán y que puedan destilar un licor que durante generaciones han bebido sin cortapisas.

No hay extranjeros, estamos fuera de temporada, casi todo está cerrado. El invierno está a la vuelta de la esquina y las primeras nieves comenzarán a caer en breve. Conocemos a Mansur, dueño de la pensión-camping New Hunza Tourist Hotel, un pequeño complejo de sencillas habitaciones distribuidas en casetas. Es todo un personaje en Hunza y es sencillo que te arranque carcajadas con sus bromas y sus increíbles historias. Nos dio un fuerte apretón de manos nada más vernos y tras decirnos "Welcome to Hunza, ¿Qué hacéis aquí, si casi todo está cerrado?", nos lleva a su recinto de casetas y nos da las llaves de la cocina, y del saloncito. "Como en vuestra casa, podéis acampar aquí y quedaros el tiempo que queráis. No os voy a cobrar nada, para mi se acabó el trabajo esta temporada, es la época de mi relax y de divertirme. La temporada alta es muy dura, siempre subiendo y bajando montañas", nos dice. Mansur no para de ir a bodas, a veces como invitado y otras porque le alquilan su jeep rojo, el "Mountain Tiger", el "Tigre de las Montañas". El otoño es la temporada "alta" de las bodas, por eso de que se acerca el invierno y hay que tener la cama "calentita" y por ende ... el verano es la época de los nacimientos. Entre boda y boda se viene a charlar, reír o compartir con nosotros un vasito del "licor de Hunza" que no hay quién se lo beba de lo fortísimo que es, pero para ellos es tan revitalizante como el agua de sus montañas.

Han vivido siempre en una auténtica autarquía que comienza a ser trastocada por su contacto con el mundo exterior a raíz de la construcción de la carretera Karakorum. Todo emana una paz embriagadora como si el tiempo no hubiese transcurrido y repitiese las escenas cotidianas siglo tras siglo, ajenos al paso del tiempo. El invierno es el momento en el que los más viejos, junto al fuego, comienzan a relatar historias que entremezclan con leyendas. Estas han sido transmitidas por tradición oral por sus ancestros y hoy, a finales del siglo XX, se siguen perpetuando al calor del fuego mientras el invierno toma posesión del valle.

Pero las imágenes más antiguas son las que a las afueras de la ciudad están grabadas sobre enormes y pesadas rocas. El carácter sagrado que ostentaron hace siglos es ahora admirado para fortuna nuestra con tan solo seguir el río Hunza. Las representaciones se remontan a tiempos inmemoriales, donde los animales como el ibex, con sus largos cuernos, están asociados a rituales de cazas y símbolos de fertilidad y abundancia. Escenas de caza, venados y símbolos que fueron grabados por unos hombres adoradores y temerosos de la fuerza de la naturaleza

Nosotros invocamos al mismo cielo que lo hicieron los antiguos pobladores, para que no se produzca ningún desprendimiento por las pistas que estamos a punto de recorrer para alcanzar el valle de Nagar. Queremos ver el glaciar de Bualtar, en la población de Hoper. La pista está literalmente encajada en la falda de una montaña cortada a tajo. Cuando se ve desde fuera parece increíble que un vehículo pueda caber por ahí pero ... al final sí que cabe.

El panorama sigue estando dominado por los espectaculares valles en terraza con cientos de albaricoques que pigmentan de azafrán su vasta y parda tierra. Seguimos el estrecho camino pero esta vez no se nos corta el paso con una avalancha, como la que antaño nos obligó a dar la media vuelta. Francamente, el Himalaya nos dio "trabajito" en aquella ocasión. Pero hoy, ¡logramos alcanzar el glaciar!

La pista se acaba en Hoper e iniciamos un corto recorrido a pie hasta que llegamos a un alto desde el que podemos observar el glaciar. Bualtar es una mole helada de aristas angulosas y tono azulado, avanza sigiloso y sin descanso por el lecho que las montañas le han dejado. En las colinas de los alrededores los yaks consiguen mantener el tipo sobre las deslizantes faldas montañosas a pesar de sus voluminosos y torpes cuerpos. El frío es horrible especialmente cuando el sol desaparece por completo. Eso nos indica que debemos volver a nuestro refugio de Hunza, aquí la temperatura puede bajar hasta 10º bajo cero.

Avanzamos sin problema hasta que la luz de los faros nos muestra algo que no se encontraba en la carretera durante nuestra ida: un montón de tierra y rocas que han hecho desaparecer el camino. Se ha producido un derrumbamiento y la pista está cortada. ¡Lo que son las cosas! Si hace siete años una avalancha no nos permitió llegar a Hoper ... ¡hoy nos encontramos una avalancha que nos corta la salida! Esto en mucho más grave. Es pequeña y ha ocurrido hace realmente poco, el ligero polvo está todavía en suspensión. Lo inspeccionamos todo y en principio parece que el panorama no es tan crudo, casi todo es fech-fech (arena fina como la harina) y las rocas que se ocultan entre la arena, camufladas como trampas invisibles, no exceden los 15 kilogramos. Igual lo podemos cruzar si trabajamos duro. Orientamos los faros para iluminarnos bien y nos ponemos los guantes. Vicente se dispone a mover las piedras y tirarlas colina abajo mientras yo cojo la pala para ir nivelando la tierra. Un gran "pluf" se oye cada vez que Vicente se deshace de una roca y cae rodando por el cortado, el río Nagar está a nuestros pies aunque no lo veamos.

-¡Ya está! Las piedras están fuera, no podemos hacer más. Voy a intentar cruzarlo a toda velocidad para no quedarme empanzado en el fech-fech. -Me dice Vicente mientras se sacude todo el polvo y se quita los guantes. Estamos trabajando hundidos hasta las rodillas (bueno, hasta mis rodillas, no las de Vicente, que yo soy más bajita). Menos en los pies, gracias a las botas altas, nos encontramos embadurnados de arena por todos lados.

-Creo que ya está bastante liso, hay un gran montículo todavía pero si se coge bien se puede superar. -Le digo, comprobando mi parte del trabajo y quitándome el sudor de la frente ... a la vez que se me pega la arena en la cara.

-Mejor lo cruzo solo, como se me vaya el coche hacia el lado malo ... mejor que quede uno para contarlo.- ¡Y se echa a reír! ¡Que poco me gustan esas bromas! Porque son bromas si todo acaba bien pero como acabe mal ...No me gusta reír a priori, el tramo se halla sin piedras pero hay mucha tierra y tan solo dispone de tres metros de ancho para controlar el coche si derrapa. - ¿Estás lista? - Me pregunta, extrayéndome de mis pensamientos.

-¡Espera que me aleje! ¡Me voy al otro lado a pie! -Le contesto rápido. Ya conozco las polvaredas tan tremendas que se montan cuando se avanza por el fech-fech. Si me quedo detrás y lo tengo que cruzar a posteriori me puedo despeñar porque no se vería nada. De noche, 100 metros tropezando con las piedras y con una nube de polvo que igual tarda 10 minutos en comenzar a aclararse tendría todos los boletos para que yo también hiciese un gran "pluf" en el Nagar. Llego al otro lado, le hago señas a Vicente para que salga.

-¡Allá voy! -Me grita mientras me hace el cambio de luces por si no le he oído. El motor ruge y acelera violentamente para coger velocidad. Las ruedas cortan la arena como cuchillas, nuestro todo terreno no se desvía de su trayectoria, casi todo el Montero está engullido por la brillante y vaporosa nube de polvo que se debate en la negrura, yo solo veo los faros y el morro que sobresale de la nube y que se dirige rápido hacia mí. Su avance es como una aparición, como si un agujero negro de un pliegue espacio-tiempo hubiese nacido ahí y una nave de otra dimensión estuviese apareciendo de la nada. Es todo un espectáculo. La nave llega a la duna, las ruedas cortan la arena pero el cubrecarter hace efecto de esquí y los faros se ponen a iluminar el cielo. La nube se ha tragado nuestra montura, los faros crean una vía láctea terrenal llenando esa nebulosa de brillos confusos. Los focos vuelven a reaparecer y apuntan de nuevo al suelo, ha superado el promontorio y no se ha desviado ni un ápice de su rumbo. Vicente aminora la velocidad para no arrastrar la nube hasta donde me encuentro. Me sonríe pícaro, le devuelvo la sonrisa y me subo de nuevo al todo terreno. Tenemos vía libre hasta Hunza.

Pero ... la noche todavía nos reserva más sorpresas. Mientras escribimos el diario y volcamos las fotos digitales al ordenador, los cristales de las ventanas de nuestro refugio comienzan a vibrar.

-¿Quién anda ahí? -Pregunto a Vicente. Pensé en Mansur gastando una broma pero ... no era Mansur.

-Mira los libros de la estantería. -Me dice con esa sonrisa sarcástica de cuando me quiere tomar el pelo. Giro la vista.

-¡Se están moviendo! -No daba crédito a lo que veía.

-¿Lo notas en el suelo? Es un terremoto. -Me dice mientras se ríe por mi cara de no entender nada. ¡Hoy tiene el día jocoso! En un principio pienso que bromea pero cuando veo la lámpara y los cristales temblar cada vez con más fuerza es obvio que no se trata de una broma. Vicente ya había pasado por esa situación, en Israel, pero para mí es algo completamente nuevo. Salimos al jardín y segundos después todo vuelve al más completo silencio. Todo se terminó ahí. Al día siguiente nos enteraríamos que fue 5,5 de la escala Richter.

Si la prueba de la avalancha y del terremoto la superamos positivamente de lo que es imposible librarse es del frío glacial, que cada vez es más intenso, sólo hay una manera de librarse de él, alejándonos lo más posible de sus garras. Una mañana, tras levantarnos observamos como todo a nuestro alrededor está nevado y los picos han desaparecido tras un mar de densas nubes, el invierno avanza imparable. De nuevo nos replegamos y vamos dejando muy a nuestro pesar nuestro hallado Shangri-La.

Desde Gilgit intentamos llegar a Chitral por la ruta del paso de Shandur, a 3.810 metros. Este camino se trata de una pista que sigue el río Gilgit hacia el oeste a través del espectacular Hindu Kush, son 450 kilómetros que requieren un mínimo de tres días. Tan solo es usada por los locales, no hay mantenimiento, y cuando llegan las nieves ... el puerto de Shandur queda cerrado hasta el verano siguiente. El paso está a 300 km. de Gilgit y hay que estar muy seguros de que está abierto antes de partir porque se tarda dos días en llegar, casi todo el rato bordeando precipicios. ¡Cómo para encontrárselo cerrado y tener que regresar por el mismo camino! Eso sin contar con que puede haber una avalancha tras nosotros y quedarnos atrapados. No es ninguna broma quedarse atrapado ahí, el frío nos podría "despachar" porque el termómetro baja a una velocidad de vértigo día a día. Preguntamos a conductores y comerciantes que suelen hacer esta ruta, la respuesta es unánime: el paso ya está cerrado por las nieves y es infranqueable. Es un callejón sin salida.

Nos hacía especial ilusión llegar al valle de Chitral, se le describe como otro paraíso himalayo y es el hogar de los kalash, un pueblo animista que sigue practicando sus ritos ancestrales. Fue también uno de los valles "sacrificados" en el 92 (no se puede ir todos los sitios) y nos habíamos propuesto alcanzarlo esta vez pero ... no puede ser. Ahí se queda esa espinita y ahí nace la ineludible pregunta: "¿Volveremos algún día a esta zona para alcanzar el valle de Chitral?". Quizás pronto, quizás tarde, ... quizás nunca. El destino es un libro con sus páginas en blanco y algunas páginas las escribimos nosotros mismos y otras "nos las escriben".

En Gilgit nos replanteamos el camino e iniciamos la siguiente etapa: recorrer el valle de Skardu en el Baltistán, al noroeste de la disputada y conflictiva región de Cachemira. La ruta para alcanzar Skardu sigue el curso del río Indo a través de una pista que literalmente atraviesa el corazón de las montañas. Estrecha, sinuosa y muy inestable por los continuos desprendimientos de rocas. Pero debe de estar militarmente operativa por su especial situación y por ello el ejército, cuando se producen avalanchas, envía una compañía para despejarla ipso facto. Precisamente este camino está sembrado de monolitos en los que se recuerda la memoria de aquellos militares que cayeron en las labores de construcción de este ramal de la Karakorum.

EL DESAFÍO DE LA NATURALEZA

La carretera Karakorum inició su construcción bajo el auspicio de chinos y pakistaníes en su intento de unir comercialmente dos países que desde la legendaria Ruta de la Seda mantenían intercambios comerciales ... recorriéndola en su forma natural. Pero estamos en el siglo XX y los progresos de ingeniería se plantean el reto de construir una carretera por el corazón de una cordillera que continúa en permanente formación. Un auténtico desafío a la naturaleza que se cobró y se sigue cobrando vidas humanas en el duelo que ambos sostienen mano a mano. La Karakorum se finalizó en el año 1979 pero no se abrió hasta el año 1982 y sólo como ruta comercial. Unos años después, en el 1986, por fin fue públicamente abierta. Cada kilómetro que se recorre por esta maravilla de la ingeniería es de asombro y expectación constante. Y uno no puede por menos que pedir al cielo que no se produzca una avalancha justo en el momento en el que estemos recorriéndola. Porque cuando ves piedras o rocas de considerable tamaño en medio del camino piensas "que la próxima que caiga no sea justo en el momento que pasemos". Pero estos fugaces pensamientos quedan totalmente eclipsados cuando te fundes con su salvaje belleza. Mis recuerdos de cuando la recorrí por primera vez se afianzan con más fuerza en mi segundo encuentro con ella. Ahora me parece más fiera, más grande, más inquieta y me fascina si cabe más aún que la primera vez. Es uno de esos lugares que te seducen irremediablemente y de los más espectaculares del mundo.

Las terrazas cultivadas anuncian la presencia humana y seguimos avanzando hasta que la cordillera se abre para dejar paso al valle de Skardu, una descomunal ensenada donde el río Indo nos muestra su tramo más amplio. Pero las nubes han velado el sol y nos ha impedido disfrutar de su máxima belleza, el final del otoño nos está jugando muy malas pasadas con las luces, las sombras... y las nieves. Esta majestuosa zona del mundo alberga muchos picos que pertenecen a los más altos de la tierra. El K2 (con sus 8.611 se yergue como el segundo más alto del planeta, después del Everest), el Masherbrum con 7.821 m. o el Hidden Peak con 8.068 m. Todos ellos enmascarados por las nubes, una pena.

Skardu se halla a 2.290 m. de altura y los budistas arribaron a esta zona del Baltistán (conocido como el "pequeño Tibet") en el s.III d.C. y llegó a formar parte del Imperio Tibetano durante los siglos VIII y IX. Pero en el s.XV, el Imperio Islámico, probablemente entrando desde Cachemira, fue el que definitivamente asentó sus raíces. Es otro Reino Perdido del Himalaya y el fuerte Sij que emerge de un espigón de la gran roca que domina el centro del valle, da fe de ello.

Es hora de cenar, acampamos en el jardín de un minúsculo hotelito, sencillo a más no poder, y decidimos cenar allí mismo. Un platito de beef-curry, otro platito de pollo qurma y un gigantesco plato de arroz (en eso sí que son generosos). Están echando en la televisión una infumable película India de esas que hacen cinco por día en Bombay: muchas tortas por doquier, tiros y bailoteo.

-¿Qué te pasa? ¿Estás bien? -Le pregunto a Vicente, le acabo de mirar y tiene realmente mala cara.

-No lo sé. Me siento raro. Igual soy alérgico a las películas tan malas. -Me dice bromeando, mientras se apoya la cara en la palma de ambas manos. Le pongo la mano en la frente y la tiene helada. -Estoy algo mareado.- Prosigue. No me gusta nada cuando se pone así, nunca se queja de nada y cuando utiliza las palabras "me siento raro" es que se siente fatal. Recuerdo todavía la otra vez que utilizó un expresión similar, cuando me dijo en El Cairo "me siento cansado" y al final tenía una giardiasis (un parásito que causa desordenes intestinales y que se encuentra en el agua contaminada) que le dejó hecho polvo durante cuatro días.

-Apóyate un poco en la mesa, a ver si se te pasa. -Le propongo. Su rostro se ha quedado blanco como la nieve. Pone las dos palmas sobre la mesa en la mesa y apoya la cabeza sobre el anverso de ellas. Se queda así 2 minutos. Le veo sudar por la frente y le vuelvo a poner la mano en la frente. El sudor está frío como el hielo.

-Esto va fatal, me siento realmente mal. -Me dice entre susurros. Los demás clientes ya se están fijando en nosotros porque a pesar de la discreción se nota que pasa algo en nuestra mesa.

-¿Quieres echarte un poco? -Le sugiero, creo que es lo mejor que puede hacer.

-Sí, me tengo echar, estoy muy mareado. -Nuestra tienda-techo todavía no estaba levantada así que se incorpora y se dirige al encargado del local.

-Necesito una cama, me siento muy mal. -Le dice en inglés al chico que se encargaba del restaurante. El muchacho le ve con la cara demacrada y al instante le hace señas de que le siga.

-"No problem, come in." -Le dice mientras se adelanta y le abre la puerta del patio del mini hotelito.

El resto lo guardo en la memoria como un mal sueño, como una pesadilla. Vicente no llegó ni a la puerta. Se desplomó como un fardo en mitad del restaurante y se quedo inerte en el suelo. De los e-mails que recibimos, muchas veces se nos pregunta por el momento que más miedo pasamos. Sin lugar a dudas, este ha sido el momento que más miedo pasé. No importa que cruzásemos zonas de bandidos, huyésemos de controles corruptos, nos zarandeásemos con un policía sinvergüenza, quedásemos atrapados en la arena con 50ºC de temperatura, que apareciesen escorpiones a nuestros pies, ... El ver a Vicente desplomarse delante de mi, golpeando el duro y frío suelo de ese local es algo que no puedo describir con palabras. El corazón se me encogió de tal modo que no sé ni como siguió palpitando. Es una imagen fotográfica que no creo que nunca se me pueda borrar: Vicente sin sentido en el suelo ... en un lugar que casi se puede calificar como el fin del mundo.

Rápidamente los clientes del restaurante me ayudan a incorporarle para sacarle al exterior y que el aire puro y fresco del lugar haga su efecto. Efectivamente, recobra rápidamente el sentido pero... no siente los brazos y las manos están atrofiadas, retorcidas hacia dentro del cuerpo como si hubiese sufrido una trombosis. Casi no puede articular palabras, no entiendo lo que susurra. No sé si es mejor que esté sin sentido a verle en ese estado tan angustioso. Fue el momento más terrorífico del viaje, por encima de cualquiera de las situaciones vividas hasta ahora. Los locales me insisten en que le lleve al hospital, pero sinceramente, no sé si el remedio es peor que la enfermedad. Afortunadamente, la capacidad de recuperación de Vicente es milagrosa y poco a poco el aire puro le ayuda a recobrar la sensibilidad de los brazos, empieza a articular las manos y va recuperando el habla, aunque no recuperó la "erre" española hasta una hora después. ¡Y encima bromeaba con ello! "He perdido la ere", me decía, y se ponía a decir palabras que tuviesen la "erre" fuerte. "No me sale" y se reía. Por lo menos comprobé que su cabeza seguía bien, era el mismo de siempre. Casi se me saltan las lágrimas de alegría, hasta que no empezó a bromear no sabía como había "quedado". Se incorpora por si sólo y comienza a andar despacito, apoyándose en mi. Me dice que le duele todo, que se siente terriblemente agotado. Decidimos irnos a descansar y el día siguiente lo dedicamos a estar relajados y a pasear.

La conclusión más aceptable a la que llegamos sobre este espeluznante incidente es que probablemente fue debido a la enorme tensión acumulada durante los últimos meses. Asia Central nos dejó exhaustos, ni un minuto de descanso, la duración de los visados no nos lo permitían. Quisimos descansar en Hunza pero el frío "nos echó" de allí y así llegamos a Skardu. Fueron las imprevisibles aduanas, las noches en el inseguro desierto del Karakum, los funcionarios corruptos, tanto tiempo esquivando a la policía, luchando con ellos en cada control, conducir esquivando la locura del tráfico de esos países, torear los abusos de autoridad, no perder nunca la paciencia ni la compostura, tragarse la bilis de lo que veíamos en algunas ocasiones, ... Vicente se llevó la peor parte de este tramo. Era él el que "trataba" con aduaneros y policías y llevaba todo el asunto de los visados, haciendo malabarismos con la corrupción y las fechas para no quedarnos tirados en alguna frontera perdida. Todo se acumula, todo pasa factura a la larga y todo ello debió provocar en Vicente el "K.O" por agotamiento. Por fortuna, los días por esta purificante e impresionante zona del mundo le permiten recuperarse sin que volviera a repetirse un capítulo tan alarmante como el que acabábamos de vivir y por el momento ... la visita al hospital quedaba pospuesta.

De hecho, la calma por fin ha llegado a nuestra ruta, y salvo el frío que nos acecha sin descanso, podemos adaptar nuestro tiempo a las circunstancias más adecuadas que nos proporcione un ritmo coherente, sin la tiranía de aspectos tan estrictos y determinantes como los impuestos por el Asia Central.

LAS HUELLAS DE LA RUTA DE LA SEDA

Pero Skardu no fue tan solo el "valle del susto", sus alrededores son espectaculares, y no sólo por su bella naturaleza. Una angosta pista nos conduce al lago Satpara, muy cerca hay una roca que dice mucho sobre la historia del lugar. Un magnífico y fino trabajo de imágenes gravadas en una gran piedra. El Buda de Satpara, de 6 m de alto, representa la aptitud de meditación del Dhyana Mudra, escoltado por dos budas de pie de Maitreya (el buda de los tiempos futuros). Probablemente serían muchas otras las rocas que podrían mostrarnos reliquias tan valiosas como ante la que se encuentra ante nosotros. Pero el tiempo y los violentos cambios que la agresiva actividad de estas montañas los han hecho desaparecer o simplemente los mantiene ocultos, hasta que nuevo un cataclismo los saque a la luz.

Pero el emplazamiento donde estos increíbles grabados rupestres alcanzan su máxima expresión se sitúan de nuevo en el tronco principal de la Karakorum cuando, tras abandonar el valle de Skardu, nos reunimos de nuevo con la intrépida carretera himalaya.

Más al sur, a las afueras de Chilas, estacionamos nuestro Montero junto al control de policía. Ya no hay nada que temer de los policías como en los meses pasados, ahora es todo lo contrario, la seguridad que nos proporciona nos permite relajarnos. Durante poco más de un kilómetro y medio avanzamos hacia el río a través de un campo de piedras y rocas. Y allí están, como lo han estado desde que las primeras caravanas comerciales comenzaron a recorrer las orillas del Indo y los viajeros se iniciasen en el arte de grabar en sus paredes la historia del lugar. En el curso de los siglos, transeúntes de todos los lugares, fueron labrando aquí sus memorias, sus alegrías, sus ansiedades ... Este desolado lugar, arteria vital de cultura y comercio se convirtió en una galería de arte al aire libre, un libro de historia impreso en roca, ilustrado por hombres que hace siglos decidieron dejar "su historia" cincelada en la roca. Discos solares, caballos, ibex, elefantes, perros... un sin fin de petroglifos que van inundando las paredes de la gran roca. Jinetes con estandartes, peregrinos, comerciantes avanzando con sus caravanas o realizando ofrendas antes estupas budistas para invocar a los cielos protección durante su paso por el inhóspito y peligroso camino que debían recorrer. Mil años de historia escritos en unas rocas con sólidas raíces.

ISLAMABAD, AÑO CERO

Tampoco podemos alcanzar el altiplano de Deosai (al sur de Skardu), una gigantesca llanura a 4.000 metros de altura, ... el invierno ha establecido su imperio y el resto de los valles están bloqueados por las nieves hasta la próxima primavera, cuando el deshielo les devuelva la libertad. Quizás podamos alcanzarlo...¿la próxima vez? ¿quizás nunca? Quién sabe. No nos queda otra opción que aceptar la realidad que nos rodea ya que las nieves y el frío extremo con temperaturas bajo cero se han convertido en nuestros compañeros durante las noches himalayas. Debemos continuar hasta la capital, Islamabab. Y además ... la Navidad está a la vuelta de la esquina. ¡Una Navidad con Ramadán!

Es en esta ciudad donde notamos realmente el mes de sacrificio musulmán. Este año, el Ramadán comenzó el día 10 de diciembre y no acabará hasta el 8 de enero. Cada año la fecha se traslada, ya que se rige por el calendario musulmán (siguiendo el ciclo lunar) y es más corto que el gregoriano, el que usamos nosotros. Durante este mes, sagrado para los musulmanes, se ayuna (sin comer ni beber nada) desde el amanecer hasta la puesta de sol. Cuando coincide con el verano es un auténtico martirio para la población de las áreas tórridas del planeta donde se sigue. Fuimos testigo de ello en el sur de Argelia. Islamabad es la ciudad más moderna y progresista pero también se sigue a rajatabla el mes de ayuno. Éramos cautos, discretos y respetuoso a la hora de comer durante el día.

Estaremos cerca de mes y medio en Islamabad, tenemos infinidad de trabajo: minutar el vídeo, organizar las fotos digitales, preparar los informes y documentación de Asia Central y el norte de Pakistán, envío de material a España, la grabadora HP iba a estar trabajando duro porque teníamos que salvaguardar en CD ROMs todo el nuevo material que está en el disco duro de nuestro ordenador, contestar gran parte de la correspondencia de los que nos escribís, redactar y transmitir esta crónica, etc. ¡No, no nos íbamos a aburrir! Y también teníamos que reponernos, hemos llegado muy, pero que muy cansados a la capital de Pakistán.

Nos acercamos a la embajada de España para saludar y para inscribirnos. La propia embajadora de España nos recibió en persona y estuvimos charlando un largo rato. Resultó que su anterior destino fue Etiopía ... cuando nosotros estábamos realizando la expedición "Ruta Reina de Saba" pero no nos conocimos en aquella ocasión porque ella estaba de viaje en el momento de nuestro paso por la embajada. Por lo visto estaba escrito que nos teníamos que conocer y el destino nos ha arreglado una nueva cita en la otra punta del mundo. Vamos de sorpresa en sorpresa, conocemos al Consejero de la Embajada y estaba destinado en Libia cuando nosotros estábamos en ese país realizando la "Ruta de las Civilizaciones del Desierto Olvidado" pero ... también estaba de viaje cuando pasamos por la embajada. Y ahora, nos encontramos todos en Islamabad. Lo dicho, algunas páginas del destino las escribimos nosotros y otras "nos las escriben". Fue casi una reunión de antiguos amigos que debieron conocerse hace tiempo.

Las Navidades no pudieron presentarse mejor, nos veíamos comiendo a escondidas y tomando té en el camping de Islamabad y al final pasamos la Nochebuena en la residencia de la embajadora.

También conocimos a Víctor, agregado comercial de la embajada, anfitrión de nuestra primera "comida española" en Pakistán, excelente persona, compañero de risas y un gran amigo al cabo de dos semanas. El paso al año 2.000 fue en su casa, en compañía de su hermana Cristina y de su novia Reyes, que habían venido desde España para visitarle. Buena comida, ¡turrón!, pasteles, chocolate, y también mucho vino blanco, tinto y cava. ¿Y las uvas? Consiguieron "pasas sultanas" ya que en esta zona del mundo las uvas estaban "out season", como decían los tenderos, mirando con esos ojos de "estos extranjeros están locos, ¿para qué querrán uvas ahora?". Pero no era plan de explicárselo. Al final ni notamos el Ramadán, no nos faltó de nada. Pero la cosa no se para ahí, nuestro paso al 2.000 fue en directo para México ¡Increíble!. Una cadena de radio mexicana eligió a Víctor para que narrase en directo desde Pakistán el paso a este nuevo año "cero" de la humanidad así que nos tomamos las 12 "pasas sultanas" a grito pelado y en directo para México. Luego, Víctor narró el ambiente de Pakistán en este cambio histórico en el calendario.

Durante todo este tiempo hemos podido compartir costumbres, tradiciones y celebraciones de muy diversos pueblos. Es un nuevo año cero, un comienzo de año muy significativo que podría preconizar un mundo donde la religión, el color de la piel o las costumbres no sean un obstáculo que nos separen sino todo lo contrario, un motivo más para aumentar el respeto a otras culturas, para enriquecer nuestras vidas y conocernos y aceptarnos tal y como somos. Feliz año 2.000.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.