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Crónica 28,

Pakistán II - La última frontera

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Pakistán

-Hay un cruce, ¿hacia dónde voy? -Le pregunto a Marián.

-Recto, sigue siempre recto hasta que aparezca la bifurcación Lahore y Peshawar, entonces sigues a la derecha, hacia Peshawar. Tiene que haber un cartel, es el eje más importante del país. -Me contesta rápido. Parecía abstraída pero estaba atenta, tan solo estaba seria por la partida de Islamabad.

-Tiene que ser esa bifurcación, hay grandes carteles. -Le digo mientras señalo unos gigantescos carteles verdes que pasan por encima de la autovía.

-Todavía no los leo pero tienen que ser. Si, mira, ahora puedo leerlos. Lahore a la izquierda, Peshawar a la derecha. Pues hacia la derecha, ya estamos enfilados.

Giro y cogemos la carretera hacia el oeste. Nos sentimos raros. La seriedad que manifiesta Marián también la siento yo. Eran momentos de pocas palabras, eran momentos de pensamientos, eran momentos de nostalgia. Habíamos pasado un mes y tres semanas en Islamabad, la primera vez en nuestra vida que durante una expedición permanecemos parados tanto tiempo en el mismo lugar. Islamabad significa "Casa del Islam" pero fue realmente "nuestra casa". Islamabad es una ciudad muy moderna, aséptica, repleta de tal cantidad de parques y espacios verdes (la mayoría en estado salvaje) que aunque estemos al lado del centro parece que estamos en un bosque, o mejor dicho, en la "jungle" (jungla), como la llaman los lugareños.

Islamabad no tiene más historia que la que ha adquirido desde 1961, cuando se creó para asumir el papel de capital de la nación. Karachi había sido la capital desde la creación del país en el 1947 pero querían reemplazarla y Lahore se encontraba demasiado cerca de la India. Finalmente se decidió crear una nueva y se construyó Islamabad, "la Casa del Islam". No hay atascos, no existe el infernal ruido de todas las demás ciudades de Pakistán, no hay animales sueltos por doquier, tampoco se permite circular a los carros de tracción animal, ... Las avenidas son muy amplias, las distancias grandes, todo está lejos. Es una ciudad sin pasado, sin alma pero se respira paz y tranquilidad. Era lo que necesitábamos cuando bajamos del Himalaya.

ISLAMABAD CITY ... CYBER CITY

Pero esa aparente frialdad y modernidad es solo la corteza. Si le quitamos la piel nos encontramos a la gente que puebla Islamabad, nadie es de aquí pero han acabado en la capital por motivos de estudios o de trabajo. Todos añoran su tierra pero nos ofrecieron sus corazones y su hospitalidad a raudales. Ese factor humano es el que ahora nos hace sentir nostálgicos.

Nuestro todo terreno avanza mientras voy esquivando la locura suicida del modo de conducir pakistaní. Nos acordamos de la Nochebuena en la residencia de la embajadora de España, de Javier, de todos los demás españoles de la legación diplomática y sobre todo de Víctor, con quién celebramos la entrada al año 2.000, que nos dejaba su casa cada vez que se iba unos días fuera de Islamabad y con el que acabamos viviendo la última semana en Islamabad. Al principio, un compañero de bromas y de intercambio de experiencias viajeras y al final, un gran amigo.

También nos acordamos de Allan y de su encantadora esposa Naima. Él es inglés, observador militar de las Naciones Unidas para la línea del alto el fuego en Cachemira, y ella marroquí. Conocía bien España y recordaba los "calamares" de nuestra tierra y ... nos preparó una estupenda cena a base de calamares, pescado, vino blanco y dulces. Congeniamos muy bien y al final estuvimos tres días en su casa y vivimos por primera vez la celebración musulmana del "Eid", la fiesta que marca el final del Ramadán. Aunque con un mensaje distinto, es una celebración muy similar a nuestra Navidad porque tiene un marcado carácter familiar, muchas visitas de amigos, excelente comida, mil tipos de dulces distintos, muchos deseos de felicidad, la casa extraordinariamente decorada con flores, cartas de felicitación, guirnaldas, ...

¿Y los pakistaníes? Hay demasiados nombres, demasiadas ocasiones que agradecer pero guardamos especial cariño a todos los que conocimos en la Cyber City. Allí nos embebimos del Pakistán moderno, de las nuevas generaciones. Todos nos brindaron su cariño, apoyo y hospitalidad. Allí conocimos a nuestro apreciado Mubashir, a Danny -administrador de la Cyber City-, a Zhia y Atef -estudiantes de informática-, ..."Mi casa es tu casa" decían, y era cierto. La "Cyber City" es una institución en Islamabad, fue el primer ciber café y aunque ahora hay ciber cafés por todos sitios sigue siendo el mejor y el más atractivo de todos. Todo comenzó cuando fuimos a mandar unos e-mails y fotografías, pero tras poner la pegatina de la Ruta de los Imperios y saber que éramos una expedición española nos recibió Zahid, el creador y director de la Cyber City. Una persona encantadora que había viajado mucho y que los últimos años los había pasado en Singapur. Cuando conoció los entresijos de la Ruta de los Imperios nos ofreció de forma desinteresada su Cyber City para todo lo que necesitásemos. "Su trabajo para la divulgación de todos los lugares del mundo es admirable y la Cyber City quiere colaborar con la Ruta de los Imperios", nos dijo.

Pudimos trabajar con dos ordenadores, el portátil Olivetti que llevamos con nosotros y con uno de los suyos, para que el trabajo avanzase más rápido. Mandamos centenares de fotos a Ceuta y a diversas oficinas de prensa, preparamos informes, contestamos decenas de e-mails de apoyo que nos van llegando, nos enseñaron un montón de cosas sobre informática, ... Hasta nos hicieron una fiesta sorpresa el día 25 de diciembre, cuando fuimos a visitarles, porque a pesar de ser musulmanes sabían que la Navidad es una fiesta familiar para los cristianos y que estábamos muy lejos de nuestras familias. Fueron realmente nuestra familia en Islamabad.

Teníamos muchísimo trabajo atrasado y estuvimos casi tres semanas "viviendo" allí con ellos, sin apenas salir de su local. Cerraban a las dos de la mañana y algunos días hasta nos quedamos a dormir en el despacho de Zahid, donde nos preparaban unos colchones, almohadas y edredones. Otros días acabamos durmiendo en su propia casa. Es maravilloso encontrarse con gente así. Trabajábamos sin descanso pero siempre estaban pendientes de que no nos faltase nada, estábamos entre algodones. Y cada día, mientras duró el ramadán, hacíamos un alto en el momento del ocaso para celebrar todos juntos la ruptura del ayuno del día.

El camping de Islamabad con sus amables guardas, la casa de Mubashir, la de Allan, la de Zahid, la Cyber City, la casa de Víctor, ... somos nómadas hasta dentro de una ciudad. Y cada lugar ... era un hogar para nosotros. Islamabad fue el reconstituyente de los meses anteriores, llegamos en condiciones de agotamiento extremo y con la salud "tocada" y partimos casi nuevos. Realmente nos hacía falta algo así.

Nos encanta el nomadismo y viajar pero creo que lo más duro de este modo de vida es despedirse de la gente que se conoce en el camino y que llegan a convertirse en verdaderos amigos. Cuando uno deja su hogar, su familia y sus amigos en la tierra natal ... seguirán ahí al regreso, quizás se tarde un mes, varios meses o varios años -como en nuestro caso- pero siempre estarán ahí, al final del camino, al final de la ruta, al final de la expedición. Siempre existe el reencuentro. Pero cuando nos despedimos de alguien que hemos conocido en el camino y con el que se ha intimado ... surge la eterna pregunta ¿Cuándo les volveremos a ver?, o una pregunta aún peor ¿Les volveremos a ver algún día? Son preguntas que siempre quedan en el aire y que intentamos no pensar en ellas porque nos entristecen. La despedida de todos nuestros amigos de Islamabad no fueron momentos agradables. Les volvamos a ver o no, ya forman parte de nuestras vidas. Han sido siete semanas muy intensas.

Taxila está ante nosotros, la Ruta de los Imperios se ha reactivado y ha llegado a un nuevo destino. Nos hallamos en uno de los enclaves arqueológicos más importantes del sur de Asia, el hecho de convertirse en un cruce primordial en la Ruta de la Seda le proporcionó un florecimiento económico y cultural de primer orden.

PIEDRAS QUE HABLAN

Taxila nos hace respirar paz, tranquilidad, calma absoluta, una atmósfera perfecta para poder conectar mejor con su pasado materializado en sus milenarias piedras, que revelan un pasado muy activo con numerosos asentamientos. Cada una de ellas pueden contar una historia que nos sitúa en un periodo histórico de capital importancia: cuando el reino de Gandara pasó al control del Imperio Persa, cuando llegaron las tropas de Alejandro Magno, cuando la Ruta de la Seda la convirtió en un punto ineludible en su largo caminar. Y sobre todo durante los primeros cinco siglos d.C. convirtiéndose en un centro de estudios religiosos budistas y de peregrinaje de los más importantes de Asia Central y China. Los monasterios, estupas y templos budistas son los restos arqueológicos más elocuentes de su relevante presencia

Pero el más impresionante es el monasterio de Jaulian en lo alto de una colina rocosa que domina una preciosa vista del valle de Taxila, donde las estupas y los budas son los mejores conservados de todo el antiquísimo complejo. Aquí, más que en ningún otro lugar de sus enclaves se respira paz, tranquilidad, recogimiento, como el que se supone que debía reunir un lugar dedicado a la meditación.

Vamos a seguir viajando por la inagotable historia pakistaní aunque el viaje por el tiempo es mucho más agradable que el viaje por el espacio. La conducción empeora hasta límites inimaginables. Los sentimientos que florecen cuando te pierdes por sus legendarios emplazamientos se convierten en tensión y angustia cuando entramos de nuevo en la carretera. Conducir por Pakistán es una auténtica aventura en sí misma. Los adelantamientos son auténticos suicidios colectivos que no paran de cobrarse víctimas. Los camiones, autobuses y furgonetas de transporte colectivo realizan aberrantes maniobras sin sentido. A veces te encuentras envuelto en un caos de adelantamientos y re-adelantamientos que ya no sabes si vienes o vas. Y sin olvidar que desde que entramos en Pakistán conducimos por la izquierda y es Marián la que debe indicarme, al estar sentada a la derecha, el momento en el que puedo o no adelantar, por mi nula visibilidad.

Pero por fin llegamos sanos y salvos a Mansehra donde nos reencontramos con unas viejas amigas: las piedras de Ashoka. Durante más de 23 siglos ha mostrado al mundo los 14 edictos que su arrepentido autor, el emperador Ashoka, mandó grabar en el duro granito. Libró muchas crueles guerras durante sus conquistas y acabó tan horrorizado por las sangrientas batallas que se convirtió al budismo y dictó una nueva moralidad basada en la piedad, la moderación, la tolerancia y el respeto por la vida.

El tráfico se ha dulcificado y eso nos permite relajarnos, pero sin bajar la guardia, en nuestro camino hacia el monasterio budista de Taktht-i-Bahi. Estacionamos nuestro Montero a los pies de la colina de Malakand y debemos ascender sus últimos metros por un sinuoso camino combinado con tierra y escalones que nos colocan ante el complejo budista mejor conservado de todos cuantos pertenecieron al reino de Gandara. Como todos aquellos que consagran su vida a la meditación, el lugar que eligieron dirigía su mirada desde lo alto de la colina hacia una meseta que se perdía en el horizonte y desde este enclave se aislaban del mundo concentrándose en su vida monacal.

EL PASO DE LOS CONQUISTADORES

A Peshawar también conseguimos llegar sanos y salvos, aunque su endiablado tráfico a veces nos hacía creer que podía tratarse de una auténtica "misión imposible". La tranquilidad y movilidad con la que nos desplazamos en Islamabad se torna en caos, ruido, polución y atasco infinito en "La Tierra de las Flores" como se le llamó en la época de la dinastía Kushan (s.II d.C.). Durante esta dinastía se convirtió en su capital de invierno y controló desde aquí la gran ruta comercial de la Ruta de la Seda. Su estratégica posición junto al histórico paso de Khyber, su condición de mercado de la Seda y la tolerancia, que entonces, practicaron sus gobernantes dio como resultado que fuera un cruce de pueblos, religiones y cultura fascinante. Actualmente, cada uno de los rostros que confluyen por sus calles reflejan la herencia de todos los pueblos que pasaron por ella. Alejandro Magno, Marco Polo, los emperadores mogoles Babur y Akbar, incluso el mismísimo Lawrence de Arabia. Todos pasaron por ella y dieron fe de ello.

Pero lo mejor que se puede hacer en Peshawar es dejarse llevar por la corriente que trazan las callejuelas repletas de tiendecitas y puestos apretujados unos junto a otros en el gran bazar. Allí es donde te pierdes por su mundo infinito de sensaciones y emociones. Protuberantes turbantes blancos atados con un gran nudo, pantalones bombachos, gorritos bordados con hilos dorados, pathans con cartucheras al hombro, mujeres cubiertas con el burqa en azul, verde o naranja (el vestido que de pies a cabeza les cubre impositivamente con una rejilla bordada por la que entrevén el mundo exterior) ... Unas calles confluyen en otras y vamos pasando de los puestos de frutos secos, a los de verduras y frutas donde los tenderos vociferan sus productos, los vendedores de telas atienden a mujeres, que pacientemente y con parsimonia, van eligiendo con cuidado y esmero entre los mil y un colores y estampados.

Las casas del té no dan abasto preparando sin cesar teteras de humeante "cava" (té verde aromatizado con cardamomo y clavo) o el "milk tea" (té con leche). Los pequeños restaurantes sirviendo el sabroso pulav afgano (arroz con pasas y zanahoria) o el substancioso dhal (sopa de lentejas) se llenan a la hora de la comida, donde los clientes apuran el plato usando el chapati (torta de pan) recién salido del horno a modo de cuchara.

Las pirámides de especias de comino, canela, paprika o pimienta dan la nota de color antes de seguir la calle donde los montones de té negro o verde se despachan a puñados. Las miradas son serias, profundas, pero cuando les saludas se iluminan sus caras con una gran sonrisa al tiempo que te contestan un afable "aleikum salam". Un túnel del tiempo que parece no tener fin.

Intentamos volver al exterior de este intrincado laberinto. Un cartel de una película de acción preside la fachada de un cine. Mujeres exuberantes, héroes y villanos envueltos en sangre empuñando algún tipo de arma, muertos, heridos, violencia, pasión, bailes ... Las exasperantes bocinas de los rickshaw (pequeños motocarros que son como cocteleras con rueda) nos advierten de su multitudinaria presencia e invaden las calles como una plaga de langostas. La zona universitaria cambia el semblante a la ciudad, con el elegante edificio que en el campus refleja su pasado colonial. La Universidad se halla en la Khyber Road, nombre que sin duda alguna nos indica el camino que debemos seguir para enfilarnos hacia el histórico paso. Casi todos los grandes conquistadores de la historia lo han cruzado: indios, arios, persas, los griegos de Alejandro Magno, hunos, turcos, los mongoles de Gengis Khan, las tropas de los más poderosos reyes afganos... todos, excepto los ingleses, que lo vieron demasiado conflictivo y prefirieron zanjar el tema creando en este lugar su frontera imperial.

LA FRONTERA PROHIBIDA

Miramos hacia el oeste, ahí está el paso de Khyber, el paso que más historia tiene a sus espaldas de todo el mundo, ningún otro paso han visto lo que sus colinas han vivido. Aun hoy en día sigue siendo un lugar extremadamente conflictivo, en plena zona tribal de los pathans. Hay que obtener los permisos de la oficina del Agente Político de Khyber y además de las autorizaciones se nos adjudica un escolta que nos debe acompañar durante todo el recorrido. Todo correcto, hoy no hay disturbios en la zona y se nos concede la autorización. Se nos asigna a Samir como escolta, le acomodamos en el transportín que hemos fabricado para poder viajar con un eventual tercer pasajero.

Nos advierten claramente que no debemos fotografiar ni objetivos militares ni mujeres pathans, insistiendo especialmente, una y otra vez en que nada de fotos a las mujeres. Lo de los objetivos militares lo dijeron como por cumplir, les preocupaba mucho más el tema de las mujeres. Los pathans de las zonas tribales se rigen por su propio código (nada que ver con la ley pakistaní) y son extremadamente celosos con los asuntos de mujeres, casi todas las reyertas -normalmente solucionadas de forma "nada pacífica"- entre distintos clanes tienen su origen en las mujeres. Hasta los propios pakistaníes evitan las zonas tribales porque cualquier malentendido puede degenerar en una trifulca tremenda de resultados imprevisibles.

Samir no habla ni una palabra de inglés pero se hace entender bastante bien con sus "NO" y sus "OK". Él va hablando con todos los controles y con el permiso escrito nos abre las puertas para introducirnos en el territorio tribal de los phatans. Ellos son los guardianes del beligerante paso desde tiempos inmemoriales.

Los carteles del último puesto de control de los Khyber Rifles, el más famoso de los regimientos de esta zona, nos advierten que estamos entrando en territorio tribal. Aquí, las leyes pakistaníes rigen solo en la carretera y en una franja de 15 m a cada lado. Fue el único modo para que el gobierno de Pakistán pudiera llegar a un acuerdo con los pathans y evitar constantes levantamientos de armas y sublevaciones porque ellos no reconocen las leyes del gobierno central en su territorio. Más allá de esos 15 metros está vigente el pathanvali, código tradicional de los pathans, basado en el honor, la ley de Talión y la hospitalidad. Los pathans confían mucho en sí mismo y muy poco en los demás. Se comprende bien al ver los "q'ala" a lo largo de la carretera por la que avanzamos. Son grupos de viviendas encerradas sobre sí mismas, con altas paredes de barro y grandes rejas de hierro. Por todas partes hay guardias apostados con fusiles kalashnikovs a lo largo de todo el camino. Pasamos junto al fuerte de Ali Masjid.

Mientras ascendemos por las amplias curvas que dibujan su sinuosa silueta nos vienen a nuestro encuentro todos los fantasmas de la sangrienta historia de esta dramática meseta, que hasta hace unos años fue la retaguardia de la resistencia afgana contra la ocupación soviética y ahora se debate en una desgarradora y autodestructiva guerra civil entre sus numerosas etnias por hacerse con el poder del castigado país. Los talibanes parecen haber ganado la batalla... por el momento, pero el país es un auténtico polvorín. Los bunquers y las torres de vigilancia se vuelven cada vez más frecuentes.

Llegamos a Landi Kotal, sus estrechas e intrigantes callejuelas esconden un submundo donde existe un auténtico bazar clandestino. Por ellas se venden y se compran al por mayor todo tipo de mercancías de contrabando: hachis, opio y un amplísimo repertorio de armas automáticas. En las chaikhana (salones de té) los clientes y compradores se sientan para cerrar el trato con una reconfortante taza de té. Al poco aparece ante nosotros Afganistán, un país donde todavía deberán pasar muchos años hasta que la estabilidad sea duradera y auténtica y podamos acceder a él.

Es el final del camino, esta frontera es la "frontera prohibida", muy pocos extranjeros están autorizados a cruzarla, hasta los diplomáticos tienen que pedir autorizaciones especiales al gobierno talibán de Kabul. Desde nuestra atalaya y durante dos horas, nos dedicamos a observar la vida pathan a nuestro alrededor. No hay extranjeros pero los pakistaníes y afganos se mueven a un ritmo frenético para ir de un lado al otro de la frontera. Las pistolas al cinto y las kalashnikov al hombro son los complementos que todo los hombres llevan sin descuido. Nuestro escolta ya se ha hartado, nos ha llamado la atención en varias ocasiones para emprender la vuelta y nosotros le decíamos que enseguida terminábamos pero tras otra hora más nos dijo que se iba, con nosotros o sin nosotros. No era plan de tener enfadado al que se supone que tenía que protegernos en caso de problemas. Reiniciamos el regreso a Peshawar.

TERRITORIOS TRIBALES

-¿Es el Home Department? -Le pregunto al soldado de la puerta.

-Sí, ¿a quién desea ver? -Me contesta el centinela.

-Tengo ir a la Section Officer, Special 1.

-Rellene los datos de entrada en aquella caseta, por favor. -Me indica amablemente.

Tras complementar mis datos en un gigantesco libro me acompañan para ver al militar encargado de la zona Special 1. Tras el reciente golpe de estado del general Musharraf, casi todos los puestos administrativos de alta responsabilidad han sido encomendados a militares. Recién llegados a sus puestos y con ganas de tener buena imagen han reprimido el "mangoneo" de sus predecesores. Las colas han desaparecido y todo "se puede" o "no se puede" pero no se negocia debajo de la mesa. El nivel de corrupción de la clase política pakistaní había llegado a tales extremos que el golpe militar fue incruento porque la población lo recibió con los brazos abiertos. Quizás en unos años estén igual, quien sabe, pero por ahora, los propios pakistaníes de a pie nos han confesado que el golpe les ha venido bien y están animados porque ven un futuro distinto al que veían hace muy poco tiempo.

-¿En qué puedo ayudarle? -Me dice el militar, mientras me indica con un gesto que me siente en la silla enfrente de él y pide dos tés con leche para nosotros.

-Deseábamos obtener el permiso de entrada en Darrah. -Le contesto, a la vez que nos sentamos siguiendo sus indicaciones.

-Eso no es posible, los extranjeros no están autorizados a visitar Darrah. -Me replica rápido.

-Nosotros estuvimos en Darrah en 1.992 y había un permiso especial que concedía este departamento. Con él se podía ir a Darrah sin problemas. -Le comento, para demostrarle que sabíamos de lo que estábamos hablando.

-En el 92 era posible pero hace cuatro años que se ha prohibido terminantemente la entrada de extranjeros porque era una fuente de problemas, el área es muy inestable, la población incontrolable y se producían secuestros de extranjeros. -Su contestación parecía sincera, hasta parecía contrariado de no poder ayudarnos, los pakistaníes se desviven siempre por ayudar a los extranjeros, ya sea un simple aldeano o el coronel de un regimiento. Y todo lo dicho era estrictamente cierto, hasta lo de los secuestros, ya que esa "costumbre" es una forma de presionar al gobierno cuando se quiere negociar algo. En el 92, 15 días antes de ir nosotros a Darrah habían secuestrado a dos japoneses en esa zona. Yo le sigo insistiendo en la posibilidad de ir con escolta ... pero no había manera. Era muy amable en todas sus contestaciones pero su negativa era tajante. De repente me acordé que para ir a Kohat (fuera de la zona tribal) desde Peshawar es obligatorio pasar por Darrah. Iba a utilizar nuestra última carta. Llegan nuestros tés, damos un sorbo.

-Pero si no dejan ir a Darrah, ¿cómo hacemos para llegar a Kohat? -Le pregunto. Se forma un pequeño silencio.

-¿Quieren ir a Kohat desde aquí? -Me pregunta, rompiendo el silencio de tres segundos.

-Sí, hay una fortificación que tenemos que visitar. ¿Podremos ir, verdad? -Me reafirmo en la pregunta.

-Si van a Kohat pueden pasar en tránsito por esa zona tribal pero no se deben detener hasta llegar a Kohat.

-¿Necesitamos algún tipo de permiso? -Le pregunto, para que no quede ningún cabo suelto. Terminamos el último sorbo de nuestros tés.

-No, no hace falta. Digan que van a Kohat en tránsito por Darrah. Recuerden que no deben salirse de la carretera ni detenerse en Darrah. No lo intenten porque podrían tener problemas, hay soldados cada pocos metros en la carretera y controles de policía en todos los pueblos.

Con esa información ya nos dábamos por satisfechos, por lo menos sabíamos de fuente fidedigna que nos podríamos acercar a Darrah, y ya veríamos lo que pasa luego. Le damos las gracias por su ayuda, su tiempo y los tés. Partimos hacia la carretera nacional que une Peshawar con Kohat.

ARTESANIA MORTAL

-¿Tienen el permiso para adentrarse en la zona tribal? -Nos cuestiona el suboficial de policía que está en la barrera que corta la ruta de Peshawar a Darrah.

-Vamos solo en tránsito a Kohat, no se requiere ningún permiso. -Le contesto, seguro de mi mismo.

-Los extranjeros no pueden pasar por aquí, necesitan una autorización. -Me manifiesta, con cara de que no hay nada que hacer.

-Acabamos de estar con el oficial de la Section Officer, Special 1 del Home Department y nos ha dicho que no se requiere ningún permiso para el tránsito. -Le replico sin bajar la mirada. Sabe que es verdad pero que su misión es disuadir a los extranjeros.

-OK, pero no se detengan hasta Kohat. -Nos lo dice serio pero manda abrir la barrera.

La carretera estaba literalmente tomada por el ejército, cada 200 o 400 metros había un soldado en alguno de los márgenes. Los controles también son constantes y controlan el tráfico y la mercancía que se transporta. Quizás por la sorpresa de ver un vehículo tan inusual circulando por esa carretera o quizás porque no se fijan en los vehículos privados o quizás porque ... , sea el motivo que fuere el resultado es que no nos pararon en ninguno de esos controles, con lo cual logramos avanzar hasta Darrah sin ningún incidente.

Aparcamos en la calle que cruza la ciudad, no queremos meternos por callejones o calles secundarias, ahí es donde transcurren los "acontecimientos negativos", los "problem" que dicen los pakistaníes. Nada más aparcar un policía se acerca a nosotros, nos pide la documentación y nos indica que no podemos parar en la ciudad. Le explicamos que estuvimos en Darrah en el 92 y que nos gustaría volver a visitarla. Nos pide que le sigamos con el coche hasta las afueras del pueblo y lo aparcamos en un sitio medio escondido. El policía nos dice que puede acompañarnos ya que en esos momentos no hay ningún oficial en el cuartel pero que tenemos que ser rápidos y que prescindamos de pasearnos por la calle principal, donde se nos vería fácilmente. Por un lado, bien porque podremos adentrarnos en Darrah pero por otro mal porque lo de ir por las trastiendas es lo más desaconsejado del mundo en un lugar como este. Aunque vayamos con un policía ... le pueden dar un "capón" y a nosotros invitarnos a unas "vacaciones pagadas" en alguna cabaña remota durante unas semanas. Nos arriesgamos a ir pero Marián siempre va separada de mi, si hay problemas yo les tengo que "entretener" y Marián iría a pedir ayuda a la calle principal. Una mujer pidiendo ayuda es algo que ningún pakistaní puede desatender (y menos los pathans), porque no ven a una mujer, ven a sus madres, a sus esposas, sus hermanas o hijas pidiendo ayuda y se comportan como querrían que se comportasen si alguna de sus mujeres pidiesen ayuda a un desconocido. Pero no pasó nada, todo fue como la seda ... pero tampoco nos entretuvimos mucho, en treinta minutos ya estábamos fuera.

El policía nos lleva por las casetas de los diversos "artesanos", ocupados en quehaceres como lijar y cortar el metal o teñir las empuñaduras de madera. Todo parece pertenecer a la rutina de un taller manual pero la "música" de fondo delata a Darrah como un lugar inaudito. Constantemente están resonando disparos, algunos son tiros sueltos otros ráfagas, algunos suenan en las colinas adyacentes, otros en la pared de al lado. Son los "artesanos" que comprueban su producto o los "clientes" que chequean la mercancía antes de adquirirla.

Así es Darrah, un lugar único, un intrigante emplazamiento que refleja la realidad de una zona del mundo casi inaccesible. Dada su condición de territorio tribal y de provincia fronteriza con el belicoso Afganistán la demanda de armas es constante y en ciudades como Darrah la población se dedica a la reproducción artesanal de armas de todo tipo. Desde bolígrafos pistolas al más puro estilo de James Bond hasta kalashnikovs rusas o baretas italianas. Por ello designan a cada sección con el nombre del arma del país al que pertenecen "Italian Street, Russian Street, German Street", en definitiva un trabajo manual donde jóvenes con tan sólo 15 años son capaces de reproducir una pistola en dos días o un fusil de asalto en el corto periodo de siete días. Reproducen hasta armas antiguas para coleccionistas, se ven Lügers o pistolas Mauser con el cargador a mitad de recorrido del cañón, ... Un arma que no conozcan son capaces de analizarla y crear una réplica en cuestión de cinco o diez días y si un cliente pide algo que no existe ... se le fabricará especialmente. Ellos dicen: "Para cualquier arma posible pedimos un plazo de 10 días, para hacer un arma imposible necesitamos 20 días". El cliente manda y el "imposible" no existe, es tan solo cuestión de más o menos días. Se venden bolígrafos pistola por 1.500 ptas (10 US$), una pistola automática por 2.500 pts (17 US$). Nos explican que una kalashnikov rusa cuesta 10.000 rupias (30.000 ptas = 190 US$) pero una réplica hecha a mano en Darrah se vende por 2.000 rupias (6.000 ptas = 40 US$) "¡Y funciona igual de bien o mejor!", nos insisten.

"No photo, no vídeo", nos dice también el policía pero al final le convencimos para permitirnos sacar unas fotos, sin embargo su negativa fue tajante con el vídeo pero ... tenemos una cámara de vídeo camuflada en una cámara de fotos y también logramos grabar escenas de este inaudito submundo.

El comportamiento de la población a nuestro alrededor es de absoluta normalidad pero en realidad es una situación tan inverosímil y a la vez amenazadora que casi parece imposible lo que estamos viendo. Nadie se sobresalta si se dispara a dos metros de uno, "testing, testing", nos dicen, "es normal que se quiera comprobar el género". Realmente una actividad única que, en última instancia, sólo puede llegar a entenderse por las especiales circunstancias que rodean a esta zona del planeta tan castigada por los continuos enfrentamientos que se disputan en el país vecino y las rivalidades tribales de un lado y otro de la frontera que basan su existencia en ritos y tradiciones ancestrales.

Nos despedimos de nuestro improvisado cicerone, agradeciéndole el detalle de permitirnos pasear por Darrah. Una propina de 50 rupias fue bien recibida. Ahora partíamos hacia Kohat y de ahí al desierto del Cholistán, una frontera de arena donde dos ejércitos irreconciliables (el pakistaní y el indio) están siempre en estado de máxima alerta, dispuestos a hacer tronar las armas ante cualquier roce. Pero si dejamos de lado la política y la barbarie de cualquier guerra, encontraremos los "Castillos Perdidos", una red de fortificaciones que fue abandonada hace siglos y que en otros tiempos fueron los centinelas de este remoto desierto.

Resto de crónicas de la ruta

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Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.