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Crónica 54,

Pakistán VII - El valle de los no creyentes

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Pakistán

Al minuto de partir de Chitral ya ni nos acordamos de esta pequeña urbe, la cabeza está con otros pensamientos. Casi nos saltamos el pequeño desvío que nos sacaría de la carretera principal y nos llevaría a un nuevo puente colgante. Las tablas crujen bajo nosotros y claquetean entre sí; el río Chitral, mucho más abajo, ruge con fuerza. Ya no hay asfalto, la pista se estrecha cada vez más a medida que penetramos en el valle, el camino labrado en la roca nos hace sentir la opresión de gigantescas rocas sobre nuestras cabezas y el vacío a nuestros pies. Los primero poblados están habitados por musulmanes, sus mujeres tapadas con sus largos chales "purda" lo ponen de manifiesto pero sabemos que todo cambiará de un momento a otro porque ya estamos muy cerca de nuestro destino. Un hormigueo recorre nuestros cuerpos en espera del momento definitivo, quisiéramos poder ver a través de las rocas para adelantar el instante. "¡Mira, el primer pueblo! ¡Allí hay gente!", le digo a Vicente entusiasmada. Y allí estaban en efecto. Nos hallamos en el corazón del valle de Rumbur, le elegimos el primero porque es el más pequeño y menos poblado, queríamos algo íntimo. Para nosotros es como una ceremonia.

Detenemos el todo terreno, apagamos el motor. Queríamos silencio total, eran las primeras mujeres kalash que veíamos, muy fáciles de reconocer. Los hombres kalash usan el chaluar camise como los musulmanes pero sus mujeres son únicas. Siguen vistiendo a la antigua usanza, con sus largos y amplios vestidos negros con cenefas de colores, recargadas de chillones collares y sus inconfundibles sombreros de fuertes tonos naranjas, negros, rojos, amarillos, celestes y blancos. Estamos embriagados por la sensación tan extraña que produce el ser conscientes que nos hallamos en las tierras kalash, tres valles que albergan a los escasos 3.000 kalash que a través de los milenios llegarán en breve al siglo XXI, al tercer milenio de nuestra era.

Que increíble, estamos en Kafiristán, la tierra de los "no creyentes" (kafir), nombre con el que los musulmanes designan a estos tres valles de "infieles". ¡Kafiristán!, creíamos que era un nombre inventado por Rudyar Kipling para su historia "El hombre que pudo ser rey". La adaptación al cine que hizo John Huston de esa novela supera al propio relato de Kipling (que no es una novela sino un cuento) y la historia e imágenes de esa película de aventuras y amistad sin límite siempre están presentes en nuestras cabezas cuando nos movemos por el Himalaya: valles perdidos, una raza distinta en un lugar que no le corresponde, partidas de polo, el legado de Sikander (como se llama a Alejandro Magno en oriente) en el Himalaya, puentes colgantes, religiones extrañas, pequeños reinos enfrentados, ... Y ahora resulta que el Kafiristán existe y nos vamos encontrado con todos esos elementos. Es como un sueño.

Por las laderas de las montañas o al borde del río, sus pueblos se afanan por agarrarse en sus desniveladas ubicaciones. ¿Pueblos he dicho? Bueno, en realidad se trata de pequeños asentamientos con un reducido número de casas de madera con techo plano y siempre cercanos a sus campos de cultivos.

Grum fue el lugar que elegimos para instalarnos en el valle Rumbur. Nos hicimos amigos del tímido y encantador Walicha, un chaval de 9 años que desde el primer momento se mantenía atento a todo cuanto hacíamos ... hasta que se atrevió a acercarse. La lluvia nos mantuvo cautivos durante dos días pero nada más escampar decidimos darnos una vuelta a pie por el pueblo vecino, Balanguri, a escasos kilómetros. En la pequeña plaza central las mujeres volvían de hacer la colada en el río. Una niña se empleaba a fondo lavándola en los canales que fluían por el pueblo y deseaba terminar cuanto antes para reunirse con sus amigas ya ociosas. Estas se acercaron curiosas, tanto como lo estábamos nosotros, para observarnos de cerca y ver lo que estábamos haciendo. Se fueron familiarizando hasta que terminamos con una sesión de peluquería. Mientras ellas me hacían trenzas en el pelo yo les exploraba sus tocados. Llevan el pelo muy corto pero se dejan ciertos mechones muy, muy largos para hacer largas trenzas, una de ellas siempre parte de la frente. Sobre la cabeza, una especie de corona de conchas y cuentas de plástico de vivos colores que se prolonga por la parte trasera como un largo faldón. Las formas geométricas se entremezclan con elegancia, combinan magistralmente los botones de diferentes formas y tamaños con pendientes, cuentas y trozos de telas coloreadas hasta obtener el resultado deseado.

Por su forma relajada y natural de dirigirse por igual a hombres y mujeres y por el hecho de no usar velo, han tenido que sufrir el acoso mal intencionado de los musulmanes. Muchos vienen a vender o curiosear por sus pueblos y confunden su actitud natural con la promiscuidad. Son muchas veces molestadas pero son mujeres con carácter que no se dejan amedrentar y se enfrentan a quién haga falta si se les falta al respeto.

Pero no sólo su naturalidad y simpatía nos llama la atención, es que al mirarlas a la cara dan la impresión de que son de "otro sitio". Su piel es mucho más clara que la de sus vecinos, hay muchos ojos claros y aunque la mayoría son de pelo moreno, muchos de los que nos rodeaban tenían unos intensos ojos azules y el pelo muy rubio. Son muchas las hipótesis que se barajan sobre sus orígenes pero su tradición oral les asegura que descienden de un valiente general de Alejandro Magno, Shalak Shah de Tsiam, al cual se le entregó el valle de Chitral como recompensa a su heroica actuación en la campaña asiática de Alejandro. Muchos etnólogos están también de acuerdo con esa leyenda tras muchos estudios. Cierto o no, es una manera de justificar la piel clara y los rasgos occidentales de muchos de ellos.

Poco después apareció nuestro amigo Walicha que había salido del colegio y decidió acompañarnos. Las casas del pueblo se disponen como un castillo de naipes alrededor de la plaza principal pero en sus tejados vemos hoy una actividad inusitada. Grandes concentraciones de hombres y mujeres charlando, la minúscula panadería que no para de repartir pan recién horneado y una casa con entradas y salidas constantes de gente. Walicha nos explica que se trata de una boda y que los invitados están recibiendo los ágapes que los novios ofrecen por su feliz enlace.

Las mujeres kalash son libres para elegir al hombre con el que desean casarse y si este le infringe durante el matrimonio malos tratos verbales o físicos ella puede abandonarle y tomar nuevo esposo sin que nadie le pueda obligar a regresar al antiguo hogar. En principio, el matrimonio es un matrimonio por amor y no concertado. Walicha nos sirve de traductor cuando nos indica que nos invitan a compartir con ellos la merienda. Subimos por una escalera de madera al techo del primer piso y allí nos ofrecen unas banquetas para sentarnos y una gran cesta con pan y queso de cabra. Lo que allí vivíamos no podía desprender más sencillez pero todo estaba impregnado de una autenticidad imposible de superar. Nos hicimos unas especies de rollitos con el pan (chapati) y el queso desmenuzado en bolitas que nos supo a gloria. Al caer la noche, cada uno se retiró a su hogar con el correspondiente cargamento de pan y queso y nosotros nos despedimos agradecidos por su generosidad.

A la mañana siguiente Walicha apareció tras el desayuno y nos dijo que como le dolía un hombro no había ido al colegio, se puso muy serio sin mirarnos directamente a los ojos. Era obvio que había mentido para venirse con nosotros pero también es cierto que juntos aprenderíamos muchas cosas y por un día que faltase al cole no iba a pasar nada. Cogimos las mochilas y nos fuimos a visitar otro pueblo. Subimos por un empinado escarpado, Walicha insistía en llevarme el trípode pero no le dejé; le miré y le guiñé el ojo mientras le decía que con el hombro dolido no podría. Se puso rojo, sonrío y siguió indicándonos el camino sin volverme a preguntar si me ayudaba. Los hombres estaban trabajando en el campo y algunas mujeres con bebés salían de sus casas y nos invitaban para que nos detuviéramos un rato. Eran muy risueñas y de nuevo Walicha intervino como traductor de las mujeres, que no paraban de preguntarnos cosas. Nos dijeron que se encontraban solas pues sus maridos estaban en el campo o recogiendo leña para el inminente invierno. Las mujeres kalash trabajan en el campo al igual que sus maridos pero, a diferencia de otras muchas culturas que tienen que ir al campo con el bebé enganchado con un paño, éstas se quedan en casa cuidando del recién nacido. Se nos vienen a la mente las escenas de nuestras rutas por el África Negra, donde casi todas las mujeres en edad fértil -sobre todo las más jóvenes- se desloman en el campo con bebés enganchados a ellas, a veces incluso con dos: uno delante y otro detrás. Esa imagen generalizada por todo África se quedó grabada a fuego en nuestra memoria.

En lo alto de la colina, en una plataforma, tenían ubicado su altar sagrado. Aunque los musulmanes les denominan "no creyentes" ellos creen en su dios "Khodai" (palabra persa para Alá) o "Dezao", el creador. Y sus ídolos vienen a ser como los santos para los cristianos, los intermediarios ante el supremo. Para los kalash su mundo se divide en dos: el de los puros y el de los impuros. Las mujeres pertenecemos al mundo de los impuros -¡qué cruz, señor!- y como "impuras" no podemos acceder a los recintos sagrados. Me instalé en la terraza que asignan a las mujeres para esperar el regreso de sus maridos e hijos varones que acuden a realizar los ritos y reverenciar a sus ídolos ... ellos, en cambio, si son puros. Desde allí contemplo el panorama del pueblo a mis pies, las mujeres lavando en el río, los niños en el patio del recreo, ... nada tiene desperdicio.

Me cuenta Landam Bibi -la mujer de Mounir, en cuyo jardín acampamos- que las mujeres son especialmente "más impuras" durante el periodo y son separadas del resto del poblado durante estos días. Nadie ni nada puede tocarlas, todo lo que entre en contacto con ellas ha de ser lavado. Todo. Incluso si un médico entra en el recinto para examinar a una enferma, cuando salga ha de lavarse completamente, él, su ropa y todas sus pertenencias. Y cuando la menstruación ha terminado, las mujeres deberán proceder a lavar toda la ropa y enseres que se llevaron consigo durante esos días para purificarlos. Me confiesa que durante esos días se aburre terriblemente porque no pueden hacer nada ... aunque por otro lado son como unas pequeñas vacaciones ya que al no tener que atender la familia están libres de todas las obligaciones caseras y familiares.

También nos cuenta que el pollo y sus derivados están prohibidos por su religión. Una leyenda afirma que cuando los kalash comiencen a comer pollo y las mujeres no vayan a las casas de las impuras cuando tengan el período ... los días de su pueblo estarán contados. No sé si será cierto o no pero en algunos pueblos ya comen este animal y sus huevos.

LOS KALASH ROJOS

Los ojos de Walicha mientras nos marchábamos lo decían todo sobre la conexión que se había establecido con este inquieto y formidable chaval durante los días que estuvimos juntos. Pasamos por delante de una carpintería donde un joven minusválido se empleaba a conciencia con la figurilla de uno de sus ídolos que pronto formaría parte de uno de sus altares sagrados. Nos bajamos del coche para curiosear y finalmente acabamos adquiriendo una de las figuras, eso nos recordaría a Walicha y el día que nos acercó a los altares sagrados.

El segundo valle es Bumburet, el valle principal. Es evidente que se ha convertido en la ruta turística kalash por excelencia, hay pensiones y campings por doquier, ¡hasta un lujoso motel PTDC! Como cambian los tiempos. También hay muchas tiendas bordeando la pista principal, todas ellas dedicadas a la venta de recuerdos kalash, centrados principalmente en los tocados de las mujeres. Pues a pesar de todo, una vez superada la faceta "interesada" de la venta vuelven a ser encantadores y abandonan la faceta comercial para charlar.

Nos acercamos andando hasta el poblado de Shaikhanandeh, el día sigue dando muestras de inestabilidad atmosférica y nos vemos inmersos en el Diluvio Universal cuando alcanzamos las primeras casas. Allí conocimos a Ahmed, un kalash convertido al Islam, que nos invitó a resguardarnos de la lluvia en su casa. Al calor de la lumbre central del hogar se hallaban apiñados las mujeres y los niños. Nos sentamos con él y toda la familia. Una niña estaba pelando nueces y echándolas en un enorme cajón, nos miró, sonrió y nos dio un puñado a cada uno (o sea, dos nueces a cada uno porque no cabían más en esa manita). Mientras comíamos las nueces, Ahmed nos explica el origen de la conversión al Islam de muchos kalash, entre los que se encuentra su familia.

Hasta el año 1896 el Kafiristán se extendía también por Afganistán. Los musulmanes invadieron la zona y obligaron por la fuerza a la conversión. Así nacieron los "kalash rojos", para distinguirlos de los "kalash negros", que son los que siguieron con sus ancestrales tradiciones. Muchos se negaron y fue entonces cuando comenzó su exilio a los lugares más recónditos e inalcanzables de los valles, al tiempo que dio comienzo su marginación. La zona afgana convertida al Islam es el Nuristán, "el país de la luz", y ya tenía una frontera clara con el Kafiristán, "el país de los infieles". Los no conversos fueron económicamente explotados y atacados con frecuencia por sus vecinos musulmanes. Cuando los ingleses establecieron las líneas de su imperio -tras la batalla de Chitral ganada gracias a la intervención de Kelly-, los valles Kalash pasaron a formar parte de la India Británica. Esta medida les protegió frente a la violenta conversión a la que seguían sometidos por el rey afgano Abdur Rahman así como por el propio mehtar de Chitral. A los refugiados se le dieron tierras en las zonas altas de los valles kalash y aún hoy en día siguen ahí, ... aquí mismo, donde estamos nosotros comiendo otro nuevo puñado de nueces que nos ha regalado la pequeña kalash roja.

Con la independencia de Pakistán, las presiones se reiniciaron y la conversión volvió a ser casi la única opción de sobrevivir para muchas familias y salir de la marginación. Hasta 1969, ¡hace realmente nada!, el reino de Chitral era independiente y gobernado por los mehtars pero unas serie de revueltas internas obligaron al estado de Pakistán a integrarlo como parte del territorio pakistaní. Para los kalash supuso un gran alivio y el reconocimiento oficial del derecho a practicar su religión libremente.

Ahmed nos explica que estuvo estudiando en la Universidad de Kabul (Afganistán) pero con el gobierno taliban abandonó todo para volver con su gente al otro lado de la frontera. La crueldad manifiesta hacia los inconformistas, la violenta represión hacia los musulmanes moderados y la sinrazón en todos los actos de los talibanes no coincidía con su planteamiento del Islam ni de la vida. Nos invitan a comer arroz y pollo en salsa con té verde. Cuando la lluvia cesa y de nuevo luce el sol, nos acompaña en el recorrido que hicimos por los alrededores. Nos cruzamos con un grupo de hombres que saludaban de una forma extremadamente escandalosa y gesticulando en demasía, nos dice que están fumando marihuana y que se encuentran algo eufóricos, que no conviene acercarse en esos momentos. Durante nuestro paseo tuvimos la ocasión de toparnos con plantas de marihuana que crecían salvajemente por la zona y que evidentemente servían para el consumo local.

Acabamos el recorrido en un vivero de truchas que han instalado detrás de la mezquita del pueblo. Vamos de sorpresa en sorpresa. Aquí nos despedimos de nuestro amigo Ahmed, que tantos relatos interesantes nos había narrado y nos había mostrado una vez más la hospitalidad y generosidad del pueblo pakistaní, ya sea musulmán, cristiano o kalash.

De nuevo el cielo se nubla, una suave llovizna nos acompaña hasta el valle de Birir, el último de los valles kalash. La pista es la más deteriorada de todas y los largos tramos con barro nos provocan derrapes constantemente. En los sectores deslizantes y estrechos -con caídas nada desdeñables- optamos por pasarlos a la máxima velocidad que nos permitía la malograda pista. Funcionó a la perfección, antes de entrar impresiona pero una vez lanzados en ningún momento recibimos un susto ni la sensación de "irnos para abajo", las ruedas agarraron de maravilla a esa velocidad. Las pendientes eran otra historia, hacia arriba a punta de acelerador y despacito; hacia abajo, en primera reductora para no tener que tocar el freno, el motor retenía el todo terreno y le impedía coger velocidad. Lo más irónico es que es una pista relativamente fácil ... cuando está seca, pero la lluvia la ha convertido en un avance peligroso.

Y llegamos a Guru, la pista muere en este pueblo kalash. Salimos de nuestro Montero y nos estiramos, la lluvia ha desaparecido y apenas quedan un par de horas de luz. "Por hoy se acabó, vamos a descansar de tanto trajín", me dice Vicente. ¿Descansar?, me temo que la llegada de un muchacho corriendo cambiaría nuestros planes. El joven, Abdul, prácticamente nos asaltó nada más vernos para decirnos que hoy era el último día del festival de la vendimia y que se estaban celebrando bailes y cantos en el pueblo de Gri. ¡Menudo regalo sorpresa! Tan solo tres factores a tener en cuenta: se termina con la puesta del sol, tan solo se puede ir andando y cuando nos señala el pueblo con el dedo casi me da algo.

Era un nido de águila, un pueblo encaramado en un pitón rocoso que se veía en la lontananza. "A paso rapidito se podría llegar en 45 minutos o en una hora, os quedaría otra hora de festival y podríais ver la clausura", nos dice Abdul al quedarme perpleja con el lugar que señaló. El panorama era horroroso dada mi incapacidad natural para remontar cuestas empinadas pero el premio era soberbio: ¡presenciar un festival kalash en un poblado recóndito! No había nada que pensar dos veces, había que intentarlo. Vicente cargó con su equipo de fotografía y mi trípode y yo con el equipo de vídeo. Abdul se animó al final a acompañarnos porque si cogíamos algún sendero erróneo no llegaríamos a tiempo. Son realmente gente encantadora, ¡y además se encargó del transporte del trípode! Lo dicho, gente realmente admirable y hospitalaria.

El primer tramo era llano y lo llevé muy bien pero en cuanto se inició la escalada -no hay otro término para calificar ese maldito sendero de rocas- iba dejando parte de mi vida en cada paso. Siempre pendientes de mi, no fueron pocas las veces que Vicente y Abdul tuvieron que pararse para comprobar que seguía ranqueante detrás de ellos. Cada vez que miraran me veían con una prenda menos: primero el pañuelo, la siguiente vez la chaqueta, en el siguiente tramo me arremangué la camisa, luego me solté otro botón del cuello y menos mal que por fin llegamos porque ya no podía hacer nada más sin entrar en la indecencia. Estábamos encendimos como teas y sudorosos pero todavía quedaban 45 minutos y la clausura.

El espectáculo fue perfecto, sencillo pero genial. Las mujeres bailaban cogidas por los hombros y las cinturas con sus mejores galas, girando alrededor de los hombres que formaban un corrillo en el centro. Estos hablaban, cantaban, discutían y reían hasta que se ponían a danzar también. Luego llegó la procesión final, todo el mundo debía retirarse del camino y no se podía mirar al grupo de mujeres que avanzaban muy, muy, pero que muy lentamente hasta que llegaron al lugar común e iniciaron una nueva danza. De fondo, los picos Gorimum Zom y Bachay Madir y pocos metros tras el recinto de baile, el precipicio desgarrado. Lástima que ya fuese casi de noche. Nos invitaron a tomar un trago del vino que producen, era el protagonista del festival. Muy rosa, turbio y agridulce todavía tenía flotando las pepitas de las uvas machacadas. Ni un solo somelier en el mundo lo consideraría vino de verdad pero lo importante era el ambiente, la gente, la magia del entorno.

En el descenso ya me podía permitir el gusto de ir al mismo paso que Vicente y Abdul. Los cantos y las notas musicales de sus ritos todavía resonaban por el valle, ¿o eran en mi cabeza? No importa, la música seguía, que importaba de donde saliese si eso nos hacía sentir en una nube. Ya apenas distinguíamos el camino, dábamos traspiés con las rocas y resbalones en la tierra húmeda y el fango. En uno de esos resbalones Vicente se pegó un batacazo que parecía salido de una comedia de cine mudo, primero su pie derecho llega a la altura de su cabeza y luego su trasero aterriza allí de donde partió el pie. Me reí a gusto cuando comprobé que no se había hecho nada. Ahora me tocaba a mi reírme, ya se rió el lo suficiente con sus jocosas bromas de mi "striptease" de la cuesta arriba. La última claridad desapareció pero Vicente, siempre tan previsor él, se llevó cautamente una linterna y con la luz de su foco llegamos al pueblo de Guru, donde nos fundimos en un dulce y mágico abrazo con Morfeo.

Abandonar los valles kalash ha sido como despertar de un sueño encantado. De algo casi irreal porque no tiene nada que ver con todo lo que hemos vivido por Pakistán. Quizás por eso nos seduzca tanto este país, vayas donde vayas ... siempre acabará sorprendiéndote.

EL MÁS ALLÁ

Llegamos a Islamabad tras maravillarnos del pequeño fuerte de Nagar, encajado en una isla en medio del cauce del río Chitral, y tras escalar el último paso de la ruta: Lowari, relativamente bajo para lo acostumbrado en el Himalaya (3.118 metros) pero realmente duro. Era como trepar por un muro, tal y como tuvimos que hacer para llegar al gompa de Lamayuru en Ladakh. El zigzag era casi vertical, nos lo encontramos totalmente embarrado por las lluvias, el cruzarse o adelantar algún otro vehículo era muy tenso y aunque tampoco había ventisca de nieve en la cima ... un vendaval helado tan solo nos permitió tres minutos fuera del todo terreno. Es otro paso histórico, la puerta al estratégico Chitral puesto que el paso de Shandur -por el que hemos accedido nosotros- es más bien una puerta "falsa" que está abierta muy pocos meses al año. Pero lo increíble del Lowari es que a pesar de no ser tan alto ... no se puede mantener abierto todo el año, el invierno lo cierra durante meses y el enorme valle queda sellado hasta la primavera (porque además, en cuanto comienza el mal tiempo ... ni los aviones pueden llegar). Chitral todos los años organiza la fiesta de la "apertura" al primer vehículo que logra llegar tras el invierno ... celebran el final de su encierro. El gobierno pakistaní lleva años tras el proyecto de un túnel para evitar el aislamiento a este valle tan importante pero si hemos de ser sinceros, no creo que lo veamos nosotros.

El tiempo que nos queda por Pakistán comienza a estar contado, hacemos algunas salidas con Víctor y su nuevo Montero pero ya debemos orientar nuestra brújula hacia nuevos horizontes, el Sudeste Asiático. No obstante, los días que pasamos de nuevo en la capital, Islamabad, los repartimos entre el trabajo y gratos y relajantes momentos en la compañía de nuestros entrañables amigos. Cuando finalmente llegue el momento de despedirnos ... esta vez será por mucho, por muchísimo tiempo.

La salida hacia Karachi nos presenta un panorama de 1.600 kilómetros de carretera pero en esta etapa hay un gran cambio ... esta vez el copiloto no iba a ser yo, sino Víctor. Nuestro querido amigo siempre tuvo especial ilusión en seguir el curso del río Indo por tierra y esa era precisamente la ruta que teníamos que seguir para llegar a Karachi. Los 1,95 metros de altura de Víctor le imposibilitaban ir turnándose conmigo (1,60 de "bajura") en el transportín de atrás. Si bajábamos los tres, sería yo la que tendría que ir todo el viaje en el tercer asiento -bastante incómodo si realizas largas etapas- que tenemos para emergencias.

La ruta iba a tener muy pocas paradas y Vicente y yo ya conocíamos la ruta del Indo milimétricamente gracias a la Ruta de Alejandro Magno del 92. Cedí los honores de copiloto a Víctor y yo me quedé en Islamabad esperando su regreso... porque tenían que regresar, nuestro vuelo de la British Airways partía de Islamabad.

Era la primera vez que Vicente y yo nos separábamos después de ... después de casi dos años, desde que dejó su trabajo a finales del 98. Está separación fue tan sólo de siete días pero fue una sensación extraña, estaba sola pero sin darme cuenta, cuando a veces me abstraía, me giraba en la silla para preguntarle algo. Tras el gesto, me reía yo sola, es la fuerza de la costumbre. Apenas tenía comunicación con "mis chicos" porque dejaron aquí el teléfono satélite y el celular de Víctor se pasó casi todo el viaje sin cobertura. Fueron jornadas muy tranquilas que aproveché para poner al día un montón de asuntos pendientes, zambullirme en la lectura de nuestro futuro destino: el Sudeste Asiático. La compañía la encontraba gracias a la maravillosa técnica de los e-mails, que me permitía escribirme casi a diario con José Enrique.

Víctor se convirtió de este modo en la cuarta persona que ha realizado una etapa de la Ruta de los Imperios a bordo de nuestro Mitsubishi Montero "Ceuta-2.000". Serán muy pocos días y yo me quedo en tierra pero nos emplazamos a que la "próxima vez", donde quiera que nos citemos en este ancho mundo, vayamos todos, sea por más tiempo y con etapas más tranquilas.

A Karachi llegaron exhaustos después de cuatro días de carretera, el viaje fue mucho más largo, cansado y duro de lo previsto. Incluso llegaron a presenciar como un rickshaw -motocarro taxi- embestía a una motocicleta y la derribaba, cayendo estrepitosamente sus dos pasajeros junto a nuestro todo terreno, detenido en una rotonda. Casi les lían en el accidente y un agente hasta les retuvo. El propio motorista arrollado se presentó al instante donde el policía les había retenido, con la pierna sangrando le explicó al agente que los "extranjeros" no tenían nada que ver con el siniestro. Es la honradez pakistaní, su sentido de la hospitalidad y protección hacia los "huéspedes" en su país a veces supera todo lo imaginable. Y cuando se iba, el herido les dio la mano y les repitió dos veces a cada uno "sorry, sorry", "perdonen, perdonen". Hay cosas que tan solo pueden ocurrir en Pakistán, en cualquier otro país tercermundista el accidentado hubiese intentado por todos los medios culpar al extranjero blanco para intentar sacar el máximo dinero. Pero aquí, la propia víctima, herida y todo, les pide "disculpas" por haberlos implicado involuntariamente. Vicente y Víctor se quedaron atónitos. Acto seguido se dirigió al lugar de la colisión para entenderse con el verdadero culpable del accidente.

Y Karachi, qué decir de Karachi. Vicente me confirma que sigue caótica, contaminada, ruidosa, siempre atascada, con su típico calor pegajoso, ... Pero no han ido de visita, Víctor tiene un montón de citas que atender como Agregado Comercial de la Embajada de España y Vicente tiene que embarcar nuestro Mitsubishi Montero. Un conteiner de la Ocean Air International le estaba esperando en el puerto, nuestra montura es introducida en las negras fauces de una caja metálica. La puerta se cierra con un chirrido estridente, un candado bloquea las poderosas barras de cierre, un precinto lo sella definitivamente. ¡Hasta pronto, compañero de fatigas y alegrías! ¡Cuídate! Cuando ese precinto salte en pedazos nos encontraremos en otro lugar a miles de kilómetros de aquí y nos sumergiremos durante meses en unos países y una cultura con la que jamás antes hemos tenido ningún contacto. Habremos rebasado una frontera jamás traspasada hasta esos momentos en nuestras vidas, todo será absolutamente nuevo, estaremos en el Lejano Oriente ... nuestro "Más Allá".

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.