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Crónica 15,

Siria III - El oro azul

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Siria

-¡Que rabia! No podemos seguir, esto es el infinito. -Le dije a Marián cuando volví a subir al todo terreno tras otear el horizonte en todas las direcciones con los prismáticos.

-Y además, sabemos donde estamos por los pelos. Como empecemos a dar vueltas puede que sea realmente complicado retornar al lugar desde donde partimos. -Añadió ella, plenamente consciente de la situación.

-Lo que más me fastidia es que sé que no puede estar a más de 10 km. -Pensé en voz alta.

-Qué se le va a hacer. Otra vez será, ahora no estamos equipados para rastrear desiertos.

-Tendrá que ser así. La próxima vez será, vendremos preparados. -Fueron mis últimas palabras antes de encender el motor y dar media vuelta realmente contrariado. Por no poner una palabra más fuerte.

Pero esta conversación no tiene lugar ahora. Era la Ruta de Alejandro Magno, en invierno de 1.993. Sabíamos más o menos en que zona del desierto se encontraba el castillo-palacio Qasr el-Hair ach-Sharqui pero no teníamos en esa época ni siquiera un GPS (posicionador vía satélite) que nos pudiese ayudar, aún así intentamos encontrarlo un poco a ciegas. Íbamos anotando rumbos y referencias hasta que se acabaron las referencias y no se veía ni un triste accidente geográfico, y mucho menos las ruinas del palacio. Detuvimos el todo terreno disgustados, no podíamos buscar esa aguja en un pajar como el desierto del Cham. "Otra vez será", "tiene que ser así", recordamos esas frases como si las hubiésemos pronunciado ayer mismo.

Se quedó esa espina clavada. Hay otros lugares que tampoco visitamos en Siria (y recorremos ahora con la RUTA DE LOS IMPERIOS) pero estos eran por decisión propia, en algunas ocasiones había que elegir un lugar u otro. Pero este palacio era distinto, habíamos decidido llegar a él y no fuimos capaces. Por eso era una espina.

Ese día había llegado, estábamos equipados para lo que hiciese falta. Nos situamos en As-Sukhneh porque el inicio de la ruta es asfalto, luego un poco de pista y finalmente desierto a través. En ese pueblo tuvimos la experiencia humana menos agradable de todo el territorio sirio, donde la hospitalidad y la amabilidad han sido constantemente su nota imperante. Aquí se halla su garbanzo negro. Intentamos orientarnos con la población local sobre el camino de salida hacia el castillo de Qasr el-Hair ach-Sharqui, tras equívocas indicaciones finalmente se ofrecían por 10 $ como guías, cuando le replicabas que no deseábamos llevar un guía nos orientaban en dirección contraria de la deseada. "It is sahara", no llegaréis solos, decían. Finalmente un ciudadano que iba en coche nos indicó que le siguiéramos a las afueras del pueblo y nos indicó el camino a seguir. Le agradecimos su desinteresada ayuda pero todavía tuvimos que pasar por una calle donde se nos abalanzaban al coche golpeándolo y zarandeándolo con violenta ansiedad para detenernos e imponernos ir con "guía". Me tuve que bajar y tener unas palabras muy fuertes con uno de ellos porque casi nos rompen un retrovisor.

Por fin la dirección correcta, la carretera comarcal está asfaltada pero estrecha y parcheada, no había ni un alma. Hay un millón de rodadas que se adentran en el desierto y que han sido hechas por los todo terrenos de los beduinos que se mueven por "sus dominios". Hay que elegir una dirección a seguir y comenzar el rastreo así que nos detenemos, con que nos indiquen tan solo la zona del desierto nos basta, a partir de ahí iremos recorriendo rodadas y grabando lo que vamos haciendo en el GPS para no repetir zonas y saber donde estamos. Aparece un camión en la comarcal y le hacemos señas para que se detenga. Se detiene y le preguntamos por el palacio. No tiene dudas, nos señala una zona al noreste. Iba con su hijo y nos ofrece de forma desinteresada que nos acompañe. Le agradecemos su gesto pero no podemos aceptar su generosa ayuda. El motivo por el que casi nunca cogemos guías es que nuestras rutas son imprevisibles, igual pensamos estar en un lugar 10 minutos y al final estamos 2 días. Llevar un guía no nos permite disfrutar de plena libertad y la sensación de encontrar los lugares con tus propios medios permite una vivencia más intensa y cogiendo caminos distintos (siempre se da un motón de vueltas) llegamos a sitios curiosos o nos encontramos con los auténticos pobladores del desierto.

Nos lanzamos en esa dirección. De nuevo el desierto duro y llano pero salpicado por la traicionera "hierba de camello", parecen inocentes hierbajos pero ocultan bajo ella montículos de tierra dura que como se cojan rápidos o mal pueden provocar serios daños al todo terreno. Las rodadas se entrelazan, los lugareños con sus vehículos se desplazan a menudo entre los pequeños asentamientos de jaimas dispersas por el desierto. Ya nos encontramos inmersos dentro de la maraña de rodadas. Vamos por sectores, cuando terminamos uno oteamos el horizonte con los prismáticos. Si no vemos nada proseguimos con otro.

-Creo que lo tenemos. Esa forma cuadrada tiene que ser el palacio. -Me dice Marián entusiasmada mientras me pasa los prismáticos.

-Y al lado parece que hay más ruinas, podría ser la fortaleza. Todo coincide con las fotos que hemos visto del lugar. -Le confirmo a Marián cuando miro a mi vez por los binoculares y rememoro las imágenes de libros que llevamos arrastrando desde el 93.

-Parece que por fin nos vamos a quitar esa espina. Me resulta increíble. -Me dice mientras sube al coche.

-Pues si ya lo vemos, tan solo tenemos que ir sorteando las piedras y grietas. Ya es fácil. -Y lanzo el morro del todo terreno en esa dirección.

La vegetación define el paso de algún wadi pero lo sorteamos, una enorme grieta ahora, la rodeamos. Un gran desnivel, buscamos el punto más benigno y lo subimos con la reductora. Una laguna de arena blanda, la pasamos a gran velocidad para no quedar atrapados. Así vamos superando todas las pruebas. Sabemos que tiene que haber un camino más fácil pero esto es como todo, hay que saber por donde. Llevábamos más de media hora avanzando, parecía que estaba cerca pero se resistía a ser alcanzado. Por fin llegamos, el esfuerzo merece la pena.

El atardecer avanza rápido. El califa omeyade Hashim en el s. VIII d.C. mandó construir este castillo-fortaleza, como ocurría en el desierto oriental de Jordania. Ahora solitario, estuvo rodeado de un vasto dominio agrícola con sistemas de irrigación, explotación agrícola, reserva de caza, estancias del placer, espacios para el comercio y puesto militar. Protegido por unas murallas de 22 km. controlaban el tránsito de las tribus nómadas y las rutas caravaneras entre Damasco y Persia (actual Irán).

El palacio real con sus cuatro torres ofrece una imponente fachada, las sombras de la fortaleza frente a ella comienzan a cubrirle poco a poco hasta que el sol nos invita a un ocaso encima de este último castillo del Desierto del Sol.

Completamente a oscuras acampamos en el desierto, solo rompe su velo de negrura las antorchas de fuego incombustible de los pozos petrolíferos que están a decenas y decenas de kilómetros, ahora ellos son los centinelas del desierto. La noche promete ser calurosa, el día ya nos obsequió con una temperatura castigadora, el viento no quiere hacer acto de presencia y nos priva de la más pequeña brisa. Picamos algo de nuestras provisiones -no nos apetece cocinar- y nos dormimos agotados pero satisfechos.

EL ORO AZUL

Como el Nilo regala la vida a Egipto, el Eúfrates ofrece un pozo de fecundidad a una tierras que sin él serían un desierto estéril y despiadado. Entra en Siria desde Turquía por Jarablos ( antigua capital del Imperio Hitita). Pero en nuestra ruta, es en Deir ez-Zor donde nos revela su presencia. Aquí, aparece solemne y serena la lengua generosa del oro azul que le configura el rostro al Eúfrates. Venimos del Cham, el Desierto del Sol, y llegar a este punto supone pasar de "la nada" a "la vida", todo florece, todo es verde.

El río ha visto el esplendor de muchas civilizaciones e Imperios que luego se han extinguido. Mari -emplazamiento de una civilización mesopotámica que desapareció tras una guerra con los babilonios- controlaba el tráfico fluvial y caravanero del área hace ¡cinco mil años! sus vestigios no son espectaculares pero ahí están testimoniando su presencia junto al inmortal río...

Doura Europos, hace 2.300 años acogió a colonos griegos y macedonios. Nicator recordando su tierra natal en Macedonia la bautizó como Europos y la levantó sobre la fortaleza asiria Doura. El templo de Artemisa, el anfiteatro, la sinagoga, la capilla cristiana y el palacio que domina el río, son suficiente pruebas para testimoniar la presencia de los diversos Imperios que la conquistaron.

Pero el Eúfrates es el único que continúa en activo, impasible, seguro, recorriendo el territorio que avanza hacia el noroeste, permitiendo a sus vecinos, los humanos, recoger el algodón y todo tipo de cosechas que cultivan a sus orillas.

Zenobia, por supuesto, también fundó una ciudad fortificada que controló este estratégico paso fluvial. Halabiyyeh fue el lugar, pero los romanos son los que finalmente han dejado su huella tangible. Murallas que trepan por la colina que va separándose de las aguas, desde lo alto se puede ver el control tan absoluto que se tenía sobre este recorrido del Eúfrates por las tierras sirias. Las vías del tren transcurren paralelas a sus aguas, un puente provisional militar nos permite cruzar a su otra orilla. Ahí está Zalabiiyeh, la fortaleza que controlaba la otra orilla, apenas queda nada.

En Siria en 88,5% del agua que se saca del Eúfrates es utilizada para la agricultura pero el 55% de esta agua se pierde por la falta de buenos proyectos hidráulicos que aprovechen al máximo su potencial. El lago Assad se construyó en 1973 con la idea de solucionar los problemas futuros del agua que pudiesen obstaculizar la agricultura. A 30 km. de la entrada a la presa, hallamos Qasr Jabar, un nuevo castillo árabe construido en la época de las cruzadas. Sus 35 torres defendían el valle que ahora yace bajo las aguas de la presa. La humedad que a sus orillas se padece es agobiante. La sensación que nos produce es como si algo es nuestro interior hubiese explosionado y se filtrara al exterior de nuestro cuerpo como una fuente con mil surtidores. Los ojos nos pican por la sal del sudor que cae por la frente pero podemos ver un montón de familias de pic-nic (es viernes, el equivalente a nuestro domingo). Los sirios han elegido este hermoso rincón como lugar de recreo y se bañan en sus cristalinas y apetecibles aguas, eso sí, las mujeres totalmente vestidas

Somos testigos de otro hermoso atardecer. El sol riela sobre el agua jugueteando con los tonos amarillos, rosados, rojos, grises y negro, mientras los bosques y montañas se van convirtiendo en perfiles sobre un cielo escarlata. Sin esperarlo comienzan a salir barcas, era como una obra de teatro. El atardecer es el momento en que los pescadores echan sus redes al agua, con la paciencia y parsimonia de los años, sus botes recorren la orilla mientras las boyas empiezan a flotar indicando la posición de sus aparejos.

El plan era haber llegado hoy a Alepo pero el embrujo del lugar nos atrapó y la noche nos envolvió con su manto. Ya no nos apetecía seguir, decidimos acampar cerca del castillo pero para cenar recordamos el pequeño restaurante local a los pies de la fortaleza y decidimos regresar al castillo.

La sorpresa vino al llegar, allí nos encontramos a un animado grupo de españoles que esa noche acampaban al pie de las murallas del castillo. Cenamos todos juntos y tras varios días de comida "sobre la marcha" por fin tenemos una buena cena siria con los mezze (entrantes) de humus (crema de garbanzos), crema de berenjenas, ensalada, yogur y pollo o pescado al grill con patatas fritas. De poste sandía fresca y uvas que cogieron de las profusas parras que sobre nuestras cabezas servían de techo. Era como el cielo para nosotros.

LAS CIUDADES MUERTAS

Alepo se disputa con Damasco la titularidad de la ciudad más antigua del mundo... continuamente habitada. Su ciudadela, totalmente amurallada, se eleva sobre una colina rodeada de un enorme foso de 20 m de profundidad. La Gran Mezquita se encuentra cerca pero está en plenas labores de restauración. Se activan los altavoces, llaman a la oración, como un eco sin final un minarete tras otro van superponiendo sus cánticos de invocación. Pero no todos los atractivos de Alepo se encuentran bajo el sol, hay un mundo subterráneo que también hay que vivir: el zoco. ¿Calles estrechas cubiertas? Más bien parece un hormiguero de túneles donde van apareciendo todos los comercios por sectores: la calle de los tapices, de las lanas, de las especias, de la carnicería... y entre ellas caravanserais o khans, alojamientos donde se instalaban los comerciantes. El calor es intenso, cuando salimos del zoco bebemos agua de una fuente en la esquina de una mezquita, está fresca.

Las ciudades muertas, es el apelativo que se la ha dado a las más de 700 villas, la mayoría de la época del Imperio Cristiano Bizantino, que se extienden por una vasta extensión calcárea por los alrededores de Alepo. Colinas desnudas que rompen su monotonía con campos de olivos y pinos. Qirq Bize, Qalb Loze, El-Bara (la más grande de todas), Sergilla (la mejor conservada) pero San Simeón es la más espectacular de todas ellas. Ciudades cristianas que con la invasión árabe fueron despoblándose hasta ser abandonadas, quedándose vacías, muertas.

Llegamos al atardecer a los pies de San Simeón, acampamos junto a la muralla. Unos enorme bloques de roca nos sirven de mesa y sillas, que nos vienen estupendos para instalar durante unas horas nuestro "despacho". Finalizamos la crónica, el diario de abordo y pasamos al disco duro todas las fotos de los mini-disquettes de la cámara digital, esas fotos son nuestros ojos para internet. Creíamos que con el bosque y la altura a la que se encuentra el lugar, 600 m, gozaríamos de una temperatura más refrescante, pero la humedad sigue siendo asfixiante. Estamos empapados en sudor y decidimos darnos una ducha con el bidón que tenemos a esos efectos en la baca del Montero. Acto seguido nos vamos a la cama resguardados por las murallas de uno de los lugares de peregrinajes más grande y populares que existieron durante los siglos V, VI y VII d.C.

San Simeón tiene su historia particular con el santo que le da su nombre. Un monje bizantino del s.IV que se subió a una columna para consagrarse a la oración y contemplación de Dios. En aquella época actos como este eran muy admirados por el sacrificio que suponía abandonar la vida terrenal. Los compañeros monjes de Simeón le traían un poco de comida cada día y poco a poco aumentaba el número de personas que se acercaban a visitarle. 42 años vivió sobre la columna de 12 m a la que se encadenó para no caerse por el viento, la lluvia o al calor. Y a su muerte un gigantesco complejo monástico se creó y se levantó una basílica alrededor de la columna. Los peregrinos de todo los rincones del mundo cristiano, incluso desde de Britania (Gran Bretaña) se desplazaban para rendir culto a tan singular personaje. Necrópolis, basílicas, albergues, vía crucis... pero con el Islam la ciudad acabó abandonándose, acabó siendo una ciudad fantasma.

Bajo el arco que marca el camino que debían ascender los peregrinos hacía el martirio de San Simeón, una familia musulmana prepara un pic-nic. Es de nuevo viernes, las brasas de la barbacoa humean y comienza a poner encima la chuletas de cordero, los tomates, los pimientos,... Poco después aparecen las mujeres con los niños. Nos invitan a acompañarles pero es una reunión familiar, preferimos dejarles que gocen de su intimidad, no obstante nos tomamos un té todos juntos, no podemos rechazar el símbolo inequívoco de hospitalidad y bienvenida. La columna del arco les da sombra y el humo se sigue viendo cuando nos alejamos por la carretera hacia la frontera de Turquía.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.