El día que dejamos Cape Town el cielo estaba completamente despejado. Nos esperaban 700 km hasta la frontera con Namibia, nuestro próximo objetivo. La carretera se fue quedando desierta poco a poco. Tras apenas 60 kilómetros, después de dejar la bella ciudad costera sudafricana, ya había muy poco tráfico. El paisaje transcurría entre valles con la cordillera bordeando el horizonte y viñedos en medio de la nada con sus típicas casas coloniales de origen holandés. Cuando apenas quedaba una hora para la puesta de sol el paisaje se mutó a una monótona llanura salpicada de algunos rebaños de ovejas. Acampamos 170 km antes de llegar a la frontera. Por esta zona se encuentra ubicado el parque de Namaqua, un lugar que durante los meses de agosto y septiembre estalla en color gracias a las decenas de flores silvestres que afloran por esta época, los posters que amenizaban la caseta de la última gasolinera donde repostamos dan fe de esa explosión de brillos y colores.
El combustible en Namibia es más barato que en Sudáfrica así que en la ciudad de Springbok repostamos lo justo para alcanzar la frontera Namibia. El río Orange forma una frontera natural entre ambos países a lo largo de 500 km, por el cual se puede descender en canoa o en balsa.
Sudáfrica, Namibia y Botswana han formado un mercado común y, aunque cada uno tiene su propia moneda (con idéntica cotización en el mercado internacional), el rand sudafricano se puede usar sin problemas en Namibia y Botswana. Lo curioso es que ese acuerdo no es recíproco, no se puede usar la moneda de Namibia
Botswana en Sudáfrica, cuando se viene de esos países hay que convertir la moneda nacional en rand sudafricanos (perdiendo cerca de un 10% en ese cambio).
Cruzar esta frontera es un paseo, apenas había una docena de camiones. Los trámites están muy organizados y fueron rápidos: sellado de pasaportes, verificación de la documentación del todo terreno, pago de 160 rands (12 euros) por tasa de carretera y “welcome to Namibia”.
Repostamos en Noordoewer y avanzamos por una carretera asfaltada unos pocos kilómetros y en seguida aparece la desviación hacia los cañones Gondwana y Fish River. A partir de ahora, nuestro avance por Namibia estará marcado por polvorientas pistas de tierra, arena, gravilla, piedras... que nos permitirán conocer a fondo este acogedor país. Nos rodea un desierto raso con vegetación rala. Namibia es un país de grandes e inconmensurables espacios abiertos donde el calor del día contrasta con la brusca bajada de temperatura nocturna. Puede existir una diferencia de hasta 30º C entre el día y la noche. En estos momentos estamos en el hemisferio sur, en la misma franja horaria que España pero mientras aquí estamos en el corazón de una primavera que intuye un verano cercano y caluroso, en Europa comienza el inexorable avance hacia el invierno.
Ai Ais, con sus fuentes termales, marca la entrada sur del fabuloso cañón del río Fish, el más grande de África y el segundo mayor del mundo tras el cañón del Colorado en Arizona (aunque este último dato se cuestiona en función de los criterios que se sigan para medirlo). De cualquier forma, este perturbador entorno de impresionante desolación motivado por millones de años de erosión del río y de fracturas geológicas, posee un sugerente y extravagante atractivo.
En la entrada norte, en Hobas, existen varios puntos de vista desde donde observar mejor su impresionante estructura. Aunque el río Fish lleva poca agua, es en enero cuando comienzan las lluvias y hasta junio cuando el caudal muestra su faceta más arrolladora. Desde el Hiker’s Point es posible emprender una ruta a pie de cuatro día a través de 85 kilómetros por este abrupto pero fascinante paisaje (sólo es posible recorrerlo del 1 de mayo hasta el 30 de septiembre).
Seguimos avanzando por sus pistas, acercándonos a precipicios de vértigo que nos muestran la cara más salvaje de este impresionante entorno que supera los 549 m. de profundidad y 27 Km. de ancho con una longitud total del cañón de 160 km. Las pistas están solitariamente salpicadas de kokerboom (quiver tree), un árbol de la especie de áloe que crece aislado entre los afloramientos rocosos basálticos y tiene forma de candelabro. La etnia san utilizaba las ramas para construir el carcaj donde llevaban flechas.
Las acampadas por este desolador paraje estuvieron presididas por unos amaneceres de luna llena espectaculares. En el horizonte comenzaba a despuntar un fulgor rojizo que anunciaba el “nacimiento” de una luna escarlata que rápidamente ascendía cambiando su semblante por una gama de tonos anaranjados y amarillos que iban palideciendo hasta volverse completamente blanca con sus inconfundibles cráteres. A la hora del amanecer de luna, todo el desierto estaba iluminado por el rey de la noche en plena expansión. Memorable en medio del desierto.
Cuando dejamos atrás el Cañon del río Fish, una nueva pista, aún más polvorienta que la de jornadas anteriores nos depositó en el asfalto, un regalo de 300 Km. en el que no tuvimos que respirar el fino polvo de los días precedentes. Nuestro rumbo cambia hacia el oeste para dirigirnos a la costa atlántica. Una bahía donde descansa la ciudad de origen alemán Lüderitz.
Avanzamos por una inmensa recta en la que apenas nos cruzamos con 7 u 8 vehículos, el sigue adueñándose de todo, un paisaje inhóspito pero famoso por ser una tierra rica en diamantes, de los cuales, los alemanes, a principios del s.XX, dieron buena cuenta de ellos.
Una serie de carteles nos advierten tomar precauciones por si se cruzan caballos intempestivamente. Uno de los tres únicos grupos de caballos salvajes que existen en el mundo. Las historias que explican su procedencia son varias. Unos apuntan que fueron dejados atrás por las tropas alemanas de la 1ª Guerra Mundial cuando abandonaron esta zona. Otras que se escaparon de las granjas. Y otra tercera, que proceden de las caballerizas del Varon Duwisib, que construyó un castillo en medio de la nada a principios del s.XX. En cualquier caso, son caballos que vagan libremente por el desierto, al cual se han adaptado, y se pueden cruzar en cualquier momento en medio del camino. Pero al final, la fauna que nos íbamos encontrando era más “africana”. La entrada en los grandes espacios abiertos de Namibia hace que la fauna aparezca sin timidez y nos vamos encontrando con gacelas, antílopes, avestruces...
Antes de llegar a Lüderitz paramos en Kolmanskop. Se trata de una ciudad minera abandonada que tiene su origen en una mina de diamantes. Todo comenzó cuando un trabajador de la red ferroviaria encontró en 1908 un a piedra brillante y se la enseñó a su supervisor. Este, rápido como el rayo y sin ni siquiera hacer pruebas de autentificación de la piedra, pidió un permiso de prospección... que le hizo millonario en poco tiempo. Así empezó la historia de la ciudad de Kolmanskop. En 1920 se convirtió en una ciudad próspera con tiendas con todo tipo de artículos importados de Europa, una carnicería, una panadería, un hospital con la primera máquina de Rayos-X (más para encontrar diamantes escondidos que en la búsqueda de huesos rotos), escuela, salón de conciertos y bailes, bolera, gimnasio, fábrica de muebles y una piscina pública. Todo ello en mitad de la nada. Pero la ciudad comenzó a declinar cuando fue encontrada otra mina seis veces mayor que la de Kolmanskop en el río Orange. Y la mayoría de los trabajadores fueron reubicados en el nuevo asentamiento. Fue en 1956 cuando se fueron sus
últimos habitantes y la ciudad quedó abandonada. El desierto comenzó a engullirla con sus dunas. En 1979 fue rescatada de las garras del desierto por la CDM (Consolidate Diamond Mines) y el 1980 se habilitó para que pudiera ser visitada. Es sobrecogedor ver como la arena ha invadido las habitaciones de las mansiones como la del arquitecto de la malograda ciudad.
Ya en la costa, Lüderitz se encuentra llena de edificios coloniales alemanes. Aunque el primer europeo que divisó sus costas fue el navegante portugués Bartolomé Díaz en 1487, cuando tuvo que refugiarse en ella para protegerse de una tormenta. Cien años después los alemanes intentaron establecer contactos comerciales con las etnias de la zona pero no sería hasta doscientos años después cuando realmente se comenzó a notar la presencia europea. Aunque el guano fue una de las primeras fuentes de ingresos de la zona serían los diamantes los que decidieron el futuro del país. De hecho, los principales ingresos del país vienen de la industria minera del diamante.
Fue el mercader Adolf Lüderitz (con el apoyo del canciller alemán Otto von Bismark, que desconfiaba mucho de la aventura de la colonización africana) el que fundó la ciudad a finales del s. XIX. Pero no vivió lo suficiente para ver la prosperidad de la misma (murió en un accidente de barco explorando el río Orange). Ha sido el desierto, por su lado, el que les proporciona una de las principales fuentes de divisas al país: los diamantes. Y en contraposición al árido desierto, su otra fuente principal de ingresos: el mar, con su intensa actividad pesquera, sobre todo por la producción de langostas (y otros productos del mar como las ostras y mejillones). Pescanova tiene una base en esta curiosa y hospitalaria ciudad.
Por la mañana temprano, zarpa la goleta Sedina para acercarnos a la isla de Halifax donde se encuentra una colonia de pingüinos jackass. Entre las viejas ruinas abandonadas de una fábrica de guano, siguen anidando esta colonia de estas simpáticas aves marinas. En una roca cercana otras criaturas marinas tienen su lugar de residencia, una colonia de focas. Los cormoranes del lago mezclados con gaviotas revolotean a nuestro alrededor y se ponen las botas con un banco de peces.
Una vez en tierra recorremos la Península de Lüderitz, de nuevo las polvorientas pistas marcarán nuestro avance. Las bahías rocosas se suceden y aparecen hitos históricos como la reproducción de la cruz que erigió Bartolomé Díaz el 25 de julio de 1487 tras haber rodeado el cabo de Buena Esperanza (antigua costumbre marinera). Las salinas y las calas recrean nuestra vista con hermosas composiciones de bella naturaleza hasta alcanzar una antigua estación ballenera. Cuando llegamos a la Grosse Buche, encontramos los restos de un pequeño barco pesquero encallado en la orilla, es el último punto permitido a la libre circulación. Vemos los carteles que, con letras mayúsculas, lucen el inconfundible “SPERRGEBIET”. Es la prohibición tajante de seguir avanzando, se trata de los límites de la Zona Prohibida, al otro lado del cartel... la zona diamantera y las patrullas de vigilancia no bromean con su misión de custodia del preciado mineral.
Aunque Lüderitz queda un poco a contramano sin duda alguna vale la pena la escapada a esta insólita ciudad encajada entre el desierto y el mar con sus originales peculiaridades.
Dejamos tras nosotros el Atlántico sur, sus vientos y sus gélidas aguas para “sumergirnos” en un nuevo océano pero esta vez de arena. Nos dirigimos a Sossusvlei.
Resto de crónicas de la ruta
01
Llegada a Ciudad del Cabo (Sudáfrica, Western Cape)
02
SPERRGEBIET !! (Sur de Namibia)
03
El desierto escarlata (Sur de Namibia)
04
Las Arenas del Infierno (Sur de Namibia)
05
Grootberg, el valle furtivo (Norte de Namibia)
06
Angola... Ave Fénix (Sur de Angola)
07
El largo camino (Norte de Angola)
08
Las rocas que hablan (Botswana oeste)
09
El río traicionado (Botswana este)
10
El humo que truena (Zimbabwe norte)
11
El imperio petrificado (Zimbabwe sur)
12
Las Montañas Dragón (Sudáfrica, Drakensberg)
13
El Reino en el Cielo (Lesotho)
14
El Espíritu de los Zulúes (Sudáfrica, Zululandia)
15
El Refugio del León (Swazilandia)
16
La Novia del Océano (Mozambique)
17
La Espada de Agua (Malawi)
18
Cielos de Fuego (Zambia)